Cada año desaparecemos un poco. Los ancianos son invisibles

Lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre

E. Levinas

Recuerdo cuando cumplí nueve años estar parado en la puerta de mi casa paterna mirando a la calle esperando con ansias la llegada de mi padre, ya que me había prometido que me traería de regalo un juguete que le había pedido. De eso hace ya cuarenta y un años, ahora soy un hombre de cincuenta años. No soy viejo, pero tampoco joven, soy, como dicen, un adulto maduro. Cincuenta años no es poco, sobre todo para quien ha tenido la fortuna de vivir muchas experiencias.

Desde muy pequeño he sido una persona muy observadora y empática. Recuerdo, en las ocasiones en las que mi madre me llevaba a ver a mi abuelo al hogar de cuidado (vaya eufemismo para no decir lugar donde los viejos esperan la muerte), la soledad en la que se encontraban los ancianos en esos sitios, cuidados por personas que no sentían nada por ellos, a veces haciendo actividades grupales, pero ya entregados a un retiro con el sello de inútiles y de molestias para sus familias. Eso me afectaba de pequeño, me entristecía, no lo entendía, y siempre quería irme rápido de ese sitio para evitar ese sentimiento de tristeza que me producía estar ahí.

En esta sociedad, en esta época, mientras vamos avanzando en edad vamos "pasando de moda", nos vamos haciendo dispensables hasta para nuestros seres queridos, hasta llegar a un punto en el que estamos vivos pero no somos nada, no somos nadie. Dice Sábato en su ensayo "La Resistencia" lo siguiente: ¡Qué poco tiempo le dedicamos a los viejos! Ahora que yo también lo soy... observo con tristeza el desamparo que traen los años, el abandono que los hombres de nuestro tiempo hacen de las personas mayores, de los padres, de los abuelos, esas personas a quienes les debemos la vida. Nuestra "avanzada" sociedad deja de lado a quienes no producen. ¡Dios mío! ¡Dejados a su soledad y a sus cavilaciones!, ¡cuánto de respeto y de gratitud hemos perdido! ¡Qué devastación han traído los tiempos sobre la vida, qué abismos se han abierto con los años, cuántas ilusiones han sido agostadas por el frío y las tormentas, por los desengaños y las muertes de tantos proyectos y seres que queríamos!

Observo con mucha tristeza cuando voy a firmar la fe de vida en la Universidad del Zulia, cuántos ancianos están enfermos o apenas pueden caminar y van acompañados de algún familiar o amigo que los ayuda a cumplir con al trámite para seguir percibiendo las pírricas mensualidades que constituyen sus sueldos. También están las pensiones de ciento treinta bolívares al mes. Todos los derechos laborales conculcados, no hay convenciones colectivas, no hay ley laboral, el instructivo fantasma de la ONAPRE se lo llevó todo, pero según el TSJ no existe. Pero no son solo los ancianos universitarios, sino todos los de Venezuela, están en la inopia, no solo son invisibles por ser ancianos, por todo lo que he dicho con anterioridad, sino que también están en condiciones de mendicidad, no pueden alimentarse bien, no pueden adquirir sus medicamentos.

En mi edificio vive una pareja de ancianos en el tercer piso (no hay ascensor), sus hijos, uno por uno fue abandonando el país hasta dejarlos solos. A veces, cuando voy llegando a mi apartamento, veo al señor sentado en una banca con un pequeño perro, y pienso ¿cómo es posible que los hijos abandonen a sus ancianos padres?, ¿qué sería de ellos si los vecinos no les ayudaran a subir las compras?, ¿qué sentirán estos padres después de haber criado y dado todo por esos hijos para luego ser abandonados y dejados a su suerte?

Pero no es el aspecto político el principal al que quiero referirme en este artículo, sino al de la misma condición de anciano del ser humano en esta época, en lo que se ha convertido en una sociedad capitalista, consumista, inhumana, falta de valores, enferma. Mientras más años cumplamos más invisibles seremos, hasta llegar al punto que aunque estemos en una reunión o en un sitio público rodeados de mucha gente, nadie nos notará.

¿Cómo se resiste esta situación? El abrazo es la resistencia, el contacto humano, los viejos valores (que no son viejos), el tener mucho cuidado con lo que hace la técnica y la ciencia con nosotros, el alejarnos de las pantallas, el volver a lo sencillo, en volver a respetarnos, en conversar con nuestros amigos y familiares, en apreciar los amaneceres y atardeceres, en fin, en lo espiritual, en volver a ser humanos, en volver a venerar a nuestros ancianos.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 746 veces.



José Miguel González Villalobos

Abogado, Magíster Scientiarum en Derecho Procesal Civil, Cristiano, Bilingüe, con baja tolerancia a la estupidez. Entrenador personal.

 miguelvillalobos9@hotmail.com      @jomigovi

Visite el perfil de José Miguel González Villalobos para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: