Hombre que se va y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano

—"Porque hay otra cosa, que llaman también hombre. Y es el bípedo implume de la leyenda, el de Aristóteles, el contratante social, de Rousseau, el "homo economicus" de los manchesterianos, el "homo sapiens", de Linneo, o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí, o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea. Es decir, un no hombre".

Todo conocimiento tiene una finalidad. Lo de saber no es, dígase lo que se quiera sino una tétrica petición de principio. Se aprende algo, o para un fin práctico inmediato, o para completar nuestros demás conocimientos. Hasta la doctrina que nos aparezca más teórica, es decir, de menos aplicación inmediata a las necesidades no intelectuales de la vida, responde a una necesidad —que también lo es— intelectual, a una razón de economía en el pensar, a un principio de unidad y continuidad de la conciencia. Pero así como un conocimiento, la filosofía que uno haya de abrazar tiene otra finalidad extrínseca, se refiere a nuestro destino todo, a nuestra actitud frente a la vida y al Universo. Y el más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades efectivas y con las volitivas. Como que ahí fracasa toda filosofía que pretende deshacer la eterna y trágica contradicción, base de nuestra existencia. Pero ¿afrontan todos esta contradicción?

En el mundo de los vivientes, la lucha por la vida, establece una asociación, y estrechísima, no ya entre los que se unen para combatir a otro, sino entre los que se combaten mutuamente. ¿Y hay, acaso, asociación más íntima que la que se traba entre el animal que se come a otro y éste que es por él comido, entre el devorador y devorado? Y si esto se ve claro en la lucha de los individuos entre sí, más claro aún se ve en la de los pueblos. La guerra ha sido siempre el más complejo factor de progreso, más aún que el comercio. Por la guerras es como aprenden a conocerse y, como consecuencia de ello, a quererse vencedores y vencidos.

La voluntad y la inteligencia buscan cosas opuestas: aquella, absorber al mundo en nosotros, apropiárnoslo; y ésta, que seamos absorbidos en el mundo. ¿Opuestas? ¿No son más bien una misma cosa? No, no lo son, aunque lo parezca. La inteligencia es monista o panteísta, la voluntad es monoteísta o egotista. La inteligencia no necesita algo fuera de ella en que ejercerse; se funde con las ideas mismas, mientras que la voluntad necesita materia. Conocer algo es hacerme aquello que conozco; pero para servirme de ello, para dominarlo, ha de permanecer distinto a mí.

La colosión que ocurre entre la ciencia natural y la religión cristiana no lo es, en realidad, sino entre el instinto de la religión natural, fundido en la observación natural científica, y el valor de la concepción cristiana del Universo, que asegura al espíritu su preeminencia en el mundo natural todo.

—No me entusiasman grandemente las democracias, pero hoy son ya inevitables. La democracia es, acaso, como la guerra y tal vez la civilización misma —¡y quién sabe si la vida!...—, un mal necesario. Hay que aceptarla o sucumbir. Y la democracia nos impone más obligaciones y deberes que nos confiere privilegios y derechos. Y el primer deber que la democracia nos impone es el de interesarnos en el manejo de la cosa pública, de la "respública".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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