Desarmar el corazón, la palabra y la mirada

Para posibilitar el reencuentro, el diálogo productivo y la negociación sincera orientada a buscar y encontrar salidas eficaces a esta demasiado larga crisis que sigue ocasionando tanto sufrimiento, desesperanza y muerte, necesitamos aprender a no agredir y desarmar el corazón, la palabra y la mirada.

La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. La violencia deshumaniza al que la practica y desata una lógica de violencia siempre mayor. Quien insulta, hiere, ofende, amenaza o mata, se degrada como persona y no puede contribuir a construir una sociedad más justa y más humana. Valiente no es el que ofende, golpea o domina a otro, sino el que es capaz de dominarse a sí mismo y responder al mal con bien, a la intolerancia con respeto, a la venganza con perdón, al odio con amor.

De ahí la necesidad de desarmar las palabras y desamar los corazones que con frecuencia están llenos de rabia, de ira, odio y violencia. Si de la abundancia del corazón habla la boca, los que tienen el corazón lleno de odio sólo pronuncian palabas agresivas, que ofenden, humillan, insultan. En corazones desarmados, llenos de amor y de bondad, germinan palabras de encuentro, de ánimo, de paz.

En un país como Venezuela donde estamos divididos y enfrentados, necesitamos con urgencia desarmar también la mirada para mirarnos con respeto y con cariño y ser capaces de vernos como conciudadanos y hermanos y no como rivales o enemigos. El conciudadano es un compañero con el que se construye un horizonte común, un país, en el que convivimos en paz a pesar de las diferencias. El ciudadano genuino entiende que la democracia es un poema de la diversidad y no sólo tolera, sino que celebra que seamos diferentes. Diferentes pero iguales. Precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos el derecho de ser y pensar de un modo diferente dentro de los principios de la Constitución y de los Derechos Humanos.

Desarmar la mirada va a suponer recuperar una mirada contemplativa y ecológica, capaz de observar y admirar el milagro que se oculta en todo: en una flor, una gota de agua, un pájaro, una piedra, la sonrisa de un niño, un rostro arrugado por el peso de los años o del sufrimiento. La naturaleza no nos pertenece, sino que somos parte de ella y tenemos que protegerla.

La mirada contemplativa y ecológica debe ser también una mirada fraternal y compasiva, capaz de ver en cada rostro a un hermano, y de conmoverse ante los dolores de todos especialmente los más débiles y comprometerse a erradicar sus sufrimientos.

Desarmar la mirada, desarmar la palaba y desarmar el corazón se traduce, en definitiva, en enseñar a amar y enseñar con amor. Si Dios es amor y nos hizo a su imagen y semejanza, somos seres para amar. El sentido de la vida es el amor y sin amor la vida no tiene sentido. Lo propio del ser humano, lo que nos define como personas, es la capacidad de amar, es decir, de relacionarnos con los otros buscando su bien, su felicidad. Por ello, sólo será posible convivir, es decir, vivir con los demás, si aprendemos a vivir para los demás, pues el servicio es la forma más clara de expresar el amor. Vivir como un regalo para los demás, vivir sirviendo siempre, es el medio privilegiado para encontrar la felicidad. Recordemos al poeta hindú Tagore: "Yo dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y encontré la alegría"



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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