24 horas en la vida de un soldado en revolución

  1. Es domingo 27 de octubre, día soleado después de un sábado de tormenta feroz que derribó árboles centenarios y anegó de agua miles de apartamentos. Tengo casi un mes con nuestro carro varado, sin gasolina, y en medio de colas dantescas en las estaciones de servicio. NO ME QUEJO, OJO. Llevo haciendo con mi esposa, todas nuestras diligencias a pie, con recorridos por la ciudad que exigen caminatas de entre cinco a siete kilómetros por día. No hay día en que no me encasquete mi gorra, me monte mi morral, coja mi vara y salga al Campo de Montiel...

  2. Somos (mi esposa y yo) dos espigados flacos enteros y saludables, alegres y claros de nuestros compromisos, con nuestros principios intactos y sólidos, entendiendo con suma claridad la guerra implacable que Estados Unidos nos hace. No comemos ni amenazas ni casquillos. Discutimos y analizamos todo lo que nos rodea y lo que ocurre en el mundo con sus grandes conflictos en pleno desarrollo (con el debido permiso de la expresión a don Walter Martínez).

  3. En esta guerra infernal, debo reportar que el domingo 27 de octubre, ya estaba en pie de guerra a las tres de la madrugada. Hago los informes del día anterior para la página ENSARTAOS y envío notas a otros portales. Reviso mis lecturas, contesto correos y tomo nota y fotografías de ciertas amenazas que me hacen por las redes. En algún momento habrá que meterse en el infierno de las colas para poner gasolina, y hoy 27, lo veo así, debe ser el día. Hay que ver el riego que reporta sacar un carro casi sin gasolina al albur de una cola sin saber nunca si se logrará poner… El día viernes 26 ya previamente me había comunicado con el colega J.C. Villegas para que formásemos una caravana y escogiéramos alguna estación. Yo le había propuesto que comenzáramos tal aventura el día sábado.

  4. He conocido el caso de personas, que han pasado cuatro días en una cola y han tenido que salirse de ella porque no han podido avanzar ni un metro, totalmente atascada. Ese mismo día viernes, el colega Villegas me recomendó que él junto con sus hijos nos lanzaríamos a hacer la referida caravana pero que esperásemos mejor hasta el día lunes. El domingo 27 a las 9:30 de la mañana voy a hacer una visita a mi nieto André. Me pongo a juguetear un rato con el niño, cuando recibo un mensaje de JCV diciéndome que está en un programa de radio pero que sus hijos ya están haciendo la cola en la estación de servicio ALTO CHAMA, que trate de ver si me puedo incorporar a ella. Llamo a uno de los hijos de JCV y éste me dice que están aproximadamente en el puesto 280. Me pongo a pensar (lo peor que se puede hacer), vacilo, calculo que entre ir a buscar el carro y tratar de llegar a la cola de seguro que me tocará más allá del puesto 300... Me abstengo…

  5. Pero a la vez, es cierto, que algún día tendré que aventurarme en alguna cola, porque debo ir a Canaguá a ver una casita con una perra que nos la cuida. Entonces voy, enciendo el carro y decido plantarme en la cola que va a la estación de gasolina Madusa, cerca de La Mata.

11 am. Me toca el lugar que está a la altura del CC Milenio. Inmediatamente hago relación con los "colegas coleros" que me anteceden y preceden, y ya estoy montado en el albur. En cuanto usted está allí, comienza a hacer grandes amigos, hermanos y hermanas del alma, seres caritativos, gente que se hace profundamente solidaria con sus necesidades, que compartirá con usted toda clase de adversidades, dolores, temores, tormentas, soledades, traumas, y que en sus rostros descubrirá como nunca un ser decidido a ser franco, útil y noble. Un ser que lo poco que tiene lo compartirá con usted, y que por raro que parezca, en todo momento se mostrará optimista, alegre, dicharachero, esperando las bendiciones del cielo e imaginando la gloria el día que logre echar gasolina.

11:15 am: se acerca un taxista y nos dice:

  • Oigan, pero qué hacen ustedes perdiendo el tiempo en esta cola, vayan y métanse en la de la estación de Mario Charal, miren que yo acabo de echar allí y es que ha llegado una gandola con 42.000 litros, y van a echar todo el día hasta la noche.

Varios de los que estamos en el CC Milenio, enfilamos entonces hacia la Avenida Andrés Bello, y nos plantamos en esta nueva cola a nivel del Central Azucarero a unos tres o cuatro kilómetros de distancia hasta la estación Mario Charal. Allí hacemos nuevos amigos que nos reciben fervorosamente, con alegría y con amor: son profesores universitarios algunos, otros estudiantes, abogados, ingenieros, constructores…

12 m: Comienzan lentamente a avanzar la cola. Delante de mí va una señora abogada que habla hasta por los codos y con una exaltación casi delirante (entra y sale cada vez que se detiene la cola), y dice llamarse con mucho orgullo Carmen Sevilla. Va también una profesora obesa, de cabellera oxigenada y muy amable que dice vivir en La Mata. Nos ponemos hablar y descubrimos que nada es tan oculto en Mérida como la gente cree.

  1. Hay allí en la cola un grupo de "colegas coleros" de Ejido que emigraron de la cola que estuvieron haciendo durante cuatro días en la Estación La Portuguesa.

3 pm: La cola va llegando al CC Las Tapias. El sol escuece. Vamos sin nada en el estómago. Afortunadamente traje agua. La gente va llamando a familiares y amigos para apartarles un puesto delante de ellos, lo que a la vez va haciendo más extensa la cola. Yo decido llamar a mi hijo Andrés, y le aparto un puesto. Llegan unas jóvenes de la estación Mario Charal, chequeando a los están en la cola, y quedamos entre los doscientos que carros, pero nos advierten que tendremos que esperarnos hasta mañana para poder echar. Ha llegado mi esposa quien me ha traído piza y jugo de guayaba.

4 pm: Me envía JC Villegas y me dice que ellos lograron el milagro de echar gasolina en la estación Alto Chama. A la altura de una venta de Farmatodo, se frena definitivamente nuestra cola. Por fortuna ha llegado el carro de mi hijo el cual se ha colocado delante de mí. Mi esposa dice que viene decidida a quedarse toda la noche junto conmigo, hasta mañana. Y llega la noche. Vemos a Carmen Sevilla ir a comprar refresco y papitas fritas en el Farmatodo: sombras van y vienen. Unos tipos allá lejos juegan dominó en una camioneta. Comienza a lloviznar. La noche es larga, espesa y helada. Comienza la gente a apartar puestos colocando mecates o piedras.

  1. Llega el día lunes 28. Allí estamos en medio del tráfico incesante de cargos en una vía rápida. Y vemos cómo suben unas tras otras gandolas cargadas de gasolina, y cómo es posible, carajo, nos preguntamos que haya tanta escasez de combustible. ¿Será acaso que el bacahaquerimos es tan espantoso que se ha adueñado del negocio de la gasolina? Nos enteramos por ejemplo que a casi todo el personal de Buganvilla está preso por este motivo. Y también nos enteramos cómo en cada estación se guisan exigiendo dólares para abastecer, y como los llamados VIP cunden sin tener que hacer cola. ¡Y lo último!, una estación tal vital, que está en la Avenida Los Próceres y que prestaba un gran servicio para la población, se dedica ahora única y exclusivamente a colocarle gasolina a los empleados públicos. ¿Segura y principalmente a los funcionarios del adeco gobernador Ramón Guevara?

5:30 am: Me voy a pie hasta la estación Mario Charal. Todavía nadie sabe nada de cuándo comenzará a echarse gasolina. Unos esperan que se comience a las 7 de la mañana, otros a las 7:30 en cuando lleguen los jóvenes de la Chamba Juvenil. Hago el recorrido hasta el carro, esperando que de un momento a otro se inicie el desplazamiento. Recorro los parques abandonados a lo largo de la Avenida Andrés Bello, todo destruido, enmontado, llenos de excrementos y basura. Pero me encuentro en medio de un hermoso amanecer. Que maravillosamente estrellado está el cielo, cosa que casi nadie se da cuenta en Mérida.

7: 30 am: vuelvo a ir a pie hasta la estación de servicio. Una señora que está allí con un caso médico especial, y que pide le atiendan de urgencia, me informa que ya habló con la dueña de la estación y que según le han informado están esperando que llegue una gandola de El Vigía para proceder a echar gasolina. Regreso al carro. Me como un trozo de piza que había quedado del día anterior.

8 am: hago de nuevo el recorrido hasta la estación de servicio, y encuentro allí a un viejo conocido y amigo, Carlos Rodríguez, pero se ha formado una turba que insulta a la dueña de la estación de gasolina. Aparecen dos funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana, quienes imponen el orden. Resulta que a última hora, unos ricachones y comerciantes de la zona han formado una lista paralela para echar gasolina y reclaman que se les atiende de manera preferencial. Temo lo peor, que se forme un gran caos, porque esta es la gente que siempre se impone, tal cual como el maldito PENSAMIENTO DOMINANTE. En ese momento llega una enorme gandola y entra a la estación. Regreso con esa mala noticia para mi esposa y los amigos del lugar. Carmen Sevilla está profundamente alarmada y ahora sí siente abrumadoramente pesimista: "¡No puede ser, Dios mío!".

9 am: algunos de los que había formado la ilegal lista paralela están cantando victoria. He vuelto a la estación, y cuento carro por carro y encuentro que me encuentro en el puesto 171.

  1. 9:30 am: se riega la voz. Todos corren al volante. Comienza a correr la cola. Carmen Sevilla cada vez que se detienen los carros sale del suyo y hace la señal de victoria con las manos. Vamos semi-sonámbulos todos los amanecidos bajo un sol tremendamente sabanero. Cada diez minutos avanzamos un buen trecho. Hay carros que se accidentan y tenemos que sobre pasarlos. Unos que se han accidentando de última hora han requerido de mecánico y aunque se rezagan vuelven luego a retomar su lugar.

  2. 10:30 am. Carmen Sevilla no deja de de danzar y gritar: "¡Ya para las 12 del mediodía seremos estaremos en nuestras casitas felices…!". Nos hemos acercado al CC de la San Antonio. Se ve a lo lejos la ristra de carros casi a nivel del semáforo de Pié del Llano, la meta.

  3. 11:15 am: al fin logramos entrar a la estación de servicio. Viene y me saluda Carlos Rodríguez. Le ponemos full al tanque y volvemos a nuestro apartamento hecho polvos. Y en cuanto nos metemos en el ascensor para subir al séptimo piso donde vivimos, se va la luz. Comenzamos a pedir ayuda, estamos allí encerrados media hora hasta que llega uno de los vigilantes y al tratar de auxiliarnos observa que la llave con la que tratar de abrir las puertas se está partiendo. Entonces debe hacer una operación que nos obliga a tratar de salir por espacio casi a nuestra altura. Yo logro elevar a esposa apoyándose en mis manos, pero ellos afuera no consiguen sacarme. Tiene entonces que meterse en el ascensor el vigilante y sacarme a mí con el procedimiento como el que hice para que saliera mi esposa. El pobre vigilante tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir, lo cual le agradecimos profundamente. Fin de esta otra jornada en esta lucha contra el maldito imperio gringo.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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