Hacer del Che, más que un fetiche, un ejemplo

El hombre es la idea. Los hombres encarnan las ideas, las hacen accesibles y emulables. Sin fetichizar o idealizar en extremo, el ejemplo de los hombres permite motorizar la voluntad y ponerse en camino porque el ideal se percibe humanamente posible. Por eso, nunca me gustó el Bolívar de bronce, puesto en alto, frío y distante. ¡Qué cercano el Bolívar de carne y hueso, con sus pasiones, su genio y sus errores!

La virtud de la fidelidad es acaso la más necesaria para un buen revolucionario. Cuando se posee, la constancia y la perseverancia son fieles y necesarias compañeras. Los revolucionarios encontramos en Che, no sólo un modelo de luchador sino también un camino de fidelidad a la lucha. Che fue fiel. Absolutamente fiel a la tarea que la revolución le encomendó: libremente fiel; fue todo amor y fidelidad. Ser revolucionario fue la búsqueda y esencia de su vida.

Antepuso a esta condición irrenunciable todo lo demás: líder de una revolución triunfante, ministro, fama, admiradores… todo lo entregó por fidelidad a la revolución. En ninguno de esos estadios se instaló a degustar sus mieles. Su fidelidad se produjo en una historia y circunstancias concretas, en una sociedad y ante unos hombres concretos. ¡Cuántas tentaciones debió enfrentar! ¡Cuántos, por el contrario, se han rendido ante tentaciones infinitamente más pequeñas! Por eso, su fidelidad revolucionaria fue ejemplar.

Su camino de fidelidad fue tal que lo llevó libremente a la muerte. No fue un capricho de un suicida sino una prueba de amor y fidelidad. Ese es el significado de su sacrificio en las selvas de Bolivia. Una prueba irrefutable de su fidelidad a los más desamparados y débiles. Un sacrificio sin abatimiento y lleno de esperanza. Una esperanza que hoy recorre el mundo y continúa encendiendo corazones.

Ante nuestras debilidades, traiciones e inconsistencias, mirar hacia el ejemplo del Che debe ser una práctica de todas las horas. Hay que poner al Che y su ejemplo revolucionario más allá que en una gorra o una franela. Hay que albergarlo en el corazón. Rescatar su pertinencia, descubrir sus enseñanzas, hacer que su ejemplo y pensamiento ilumine nuestro quehacer diario. Che tiene mucho que decirnos y mucho que enseñarnos. Si hay algo imprescindible de rescatar en la vida y ejemplo del Che para nosotros, es el aquí y el ahora de sus momentos vitales. Su forma de vivir el compromiso revolucionario es vital para el desarrollo de nuestra conciencia.

Más que en los cánones de las ideas, al Che tenemos que encontrarlo en su ejemplo de vida cotidiana. En el momento actual es más importante el ejemplo moral de su vida que sus enfoques sobre la complejidad teórica del pensamiento revolucionario. Tenemos que aprender de su desprendimiento, de su pasión por la eficiencia, de su cercanía con las cosas más pequeñas de las gentes. Nadie recuerda al Che finamente trajeado, asiduo huésped en hoteles de lujo, en restaurantes finos o con caravanas ruidosas e imponentes de automóviles y guardaespaldas para anunciar, como al Gran Señor de Carabao, su luminosa presencia.

Urge una reflexión profunda sobre este tema. Un revolucionario no debe dar signos de vida por encima de sus ingresos legítimos. Digo más, el rancio señorío europeo conocía bien la lección, evitaba la exhibición de la riqueza o la ostentación porque sabía que ofendía a los pobres y era peligroso. De ello da fe Karl Marx cuando analiza la revolución campesina en Alemania. Nada es más ofensivo para el que sufre necesidad que la exhibición de la riqueza del otro. Un verdadero revolucionario debe ser y verse humilde aún cuando con todo derecho pudiera tener recursos bien habidos. Nada lastima más al que tiene hambre que ver a otros banqueteando. Se hace un flaco servicio a la revolución cuando se aparece arrogante, soberbio o distante. Hay que revisar profundamente el estilo de vida de los revolucionarios. La contraloría social tiene allí un trabajo urgente. Hay que señalar estas perversiones hasta extirparlas. El revolucionario, no sólo debe serlo sino que -como la mujer del César- debe parecerlo. No porque sea “políticamente conveniente” –que sería razón de sobra-, sino porque le nace el gesto solidario con los miles de millones que nada tienen y por los que lucha.


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Martín Guédez


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