Trescientos dos años de: "Vicios privados, virtudes públicas" (I)

"La verdad es que nunca he entendido el mecanismo por el que los vicios privados pudieran convertirse en virtudes públicas. Y desde luego, no hay evidencia sociológica alguna de que la justicia general pueda mejorarse mientras aumenta la disolución de las conductas privadas."

Alejandro Llano

"La tradición académica suele ubicar a Mandeville o bien en la historia de la economía o bien en la historia de la moral. Evidentemente, el autor de La Fábula de las Abejas ha aportado a la Economía contribuciones interesantes como también a la Ética. Pero quizá la mayor importancia histórica de Mandeville resida en que fue un gran psicólogo social, entendiendo esta palabra no en el sentido actual de un profesional del gremio, sino en el de un gran investigador, al estilo de Hume, de la naturaleza humana del hombre y de la sociedad. Mandeville, con su visión de ambas, preparó el terreno para el análisis teórico del desarrollo global de los fenómenos sociales."

Carmen García-Trevijano

Introducción

Bernard de Mandeville o Bernard Mandeville, como prefirió llamarse al final de sus días, fue bautizado en Rotterdam el 20 de noviembre de 1670, y a los 63 murió en Londres, el 21 de enero de 1733. Si hay un libro en la historia del pensamiento que destaque de otros no sólo por la originalidad de su contenido sino por el originalísimo modo en que tuvo lugar su producción, es La Fábula de las Abejas. Mucho han discutido los eruditos sobre la verdadera intención de Mandeville al publicar en 1705 su folleto Grumbling Hive: or, Knaves turn'd Honest ("El panal rumoroso: o la redención de los bribones"), que en 1714 volvió a aparecer- también anónimamente- con el título que lo dio a conocer en todo el mundo: The Fable of the Bees: or, Private Vices, Public Benefits. El propio autor, médico holandés emigrado a Londres, le añadió unas extensas notas, en las que -ante las acusaciones de inmoralidad y peligro público- se empeñó en resaltar el contenido realista de su fábula, así como su aspecto irónico, dejando bien claro que en nada quería atentar contra la religión verdadera, que se suponía que las abejas eran paganas. El panal del que habló Mandeville era un panal lleno de abejas ambiciosas, envidiosas, astutas, vanidosas y corruptas. Se preguntaba Mandeville: "¿Quién podría describir detalladamente todos los fraudes que se cometían en este panal?"

Fábula

Érase una vez una colmena muy rica y poblada, abundosa en toda clase de bienes, y en la que, sin embargo, las abejas no hacían más que quejarse por la falta de honradez que ella imperaba. A primera vista, parecía que no les faltaba razón para sus lamentos. Porque en todos los cargos y oficios abundaban las corrupciones, y se puede decir que no había de aquellos panales que no cometiera trampas de diverso género. Desde los jueces hasta los sacerdotes, todo perpetraban injusticias y atropellos; más quienes los sufrían engañaban también, por su parte, a aquéllos con los que tenían negocios. Los comerciantes medraban a fuerza de aumentar los precios y bajar la calidad de sus productos.

Pero eso creaba un intercambio comercial muy dinámico, que atraía a abejas de otras colmenas para comprar y vender en una plaza en la que todo estaba sometido a intercambio y en la que el dinero cambiaba rápidamente de una mano a otra. Todo ese tinglado estaba protegido por un fuerte ejército, cuyos soldados defendían a la colmena de ataques externos, pero también se aprovechan de su fuerza para cometer toda la exacciones que podrían.

En aquella colmena, todas las abejas buscaban su propio interés con arrogante orgullo y absoluto desprecio de las conveniencias o derechos del prójimo. Metida en su celdilla, por así decirlo, cada abeja sólo maldecía las trampas que le hacían las de fuera, sin reparar en que ella misma no se quedaba atrás a la hora de engañar a propias y extrañas. Ahora bien, gracias a tan extendida corrupción, la prosperidad se generalizaba, y a ninguna le faltaban los recursos necesarios para vivir con una comodidad que, en algunos casos, llegaba hasta el lujo. Del atropello de los intereses privados manaba el interés general. Gracias a un hábil y permisivo modo de gobernar, las múltiples injusticias particulares se compensaban entre sí y su equilibrio producía justicia pública. Se podía decir que, en cuanto individuos, cada uno de aquellos insectos era malo; pero, en cuanto habitantes de la colmena, resultaban excelentes. En una palabra, los vicios privados producían virtudes públicas.

Pero, al parecer, nadie se percataba de ese mecanismo y la indignación moral de cada una de las abejas crecía y crecía. "¡La corrupción derribará al Estado!", se oía por doquier se suspiraba: "¡Si hubiera un poco de honradez!" De suerte que el clamor llegó hasta los dioses y, aunque Mercurio, interesado en el comercio y las comunicaciones, no quería que nada mudara, Júpiter decidió por fin que había que cambiar radicalmente las cosas en aquella colmena. Todas las abejas se alegraron, porque pensaban que la erradicación de los vicios privados contribuiría a mejorar el orden público y con ello, crecería incluso la ya floreciente prosperidad. La justicia empezó a funcionar eficazmente, de manera que las cárceles ya no deban de sí para guardar a los más notorios estafadores y maleantes. Muchos otros, que sospecharon que el peso de la ley caería pronto sobre ellos, optaron por abandonar la colmena. Además, cada una de las abejas empezó a preocuparse por llevar un comportamiento sobrio y honesto. Nadie cobraba más de aquello que las cosas o los trabajos realmente valían. Los deudores pagaron a los acreedores hasta las deudas que éstos ya habían olvidado. Pero nadie volvió a pedir nada prestado, sabiendo que tendría que devolverlo en el plazo previsto. Total, que el comercio se vino abajo. La pobreza comenzó a extenderse, de modo que miles de abejas tuvieron que partir hacia otras colmenas para buscar su sustento. Al ver su debilidad, otros enjambres decidieron atacar a las pocas abejas que quedaban, las cuales se defendieron con bravura y con la cabeza bien alta, porque eran conscientes de su elevada dignidad moral. En definitiva, las virtudes privadas acabaron por traer a la colmena todo tipo de males públicos.

BIBLIOGAFIA

MANDEVILLE, B., La fábula de las abejas (o los vicios privados hacen la prosperidad pública); Tr. J. Ferrater Mora, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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