Los lugares comunes del presidente y sus filósofos

Hacía tiempo que no prestaba atención a los discursos del Presidente y me limitaba a leer los resúmenes que los diversos medios, propios y opositores, les hacen. Esta vez tuve el tiempo y la disposición de leer la a locución presidencial ante la Asamblea Nacional del pasado 8 de octubre (cumpleaños de John Lennon, por cierto), en la cual solicitaba la tan llevada y traída Ley Habilitante. Debo confesar que me sorprendieron algunos detalles.

Lo principal del discurso, apartando detalles anecdóticos, como las pitas de la oposición (dadas y recibidas), los tuiters de Borges y los aplausos de la aplanadora roja, puede puntualizarse en el señalamiento de dos objetivos principales: desarrollo de una “nueva ética” e impulso de un “nuevo modelo productivo”.

Nada nuevo. Ya eso de la “nueva ética socialista” figuraba, y en primerísimo lugar, en el Plan Nacional de 2007. Recuerdo que era uno de los “cinco motores” de aquel año: “Moral y luces”. ¿Se acuerdan? Yo recuerdo unas reuniones donde había una mezcla de incertidumbre acerca de por fin qué se iba a hacer, expectativas acerca de unos lineamientos que nunca llegaron de Caracas y la improvisación que siempre fue la nota predominante en las misiones y demás iniciativas, incluida la campaña por la reforma constitucional que terminó en una derrota llena de m…, como la caracterizó el Comandante Eterno con su lenguaje siempre tan gráfico.

Tampoco es novedoso el planteamiento del “nuevo modelo productivo” ni la superación del “rentismo petrolero”. Desde 2001 figuran en los sucesivos planes del gobierno chavista. Eso se ha plasmado en diversas propuestas, la mayoría fracasadas: todas las iniciativas agrupadas en la categoría de la “economía social”, cooperativas, Núcleos de Desarrollo Endógeno, Empresas de Producción Social, etc. Es más, ha sido una preocupación, por lo menos discursiva, de todos los gobiernos venezolanos, desde por lo menos la década de los cuarenta, eso de convertirnos, gracias al petróleo, en una economía productiva.

Durante décadas, las aspiraciones de política económica se concentraron en tratar de aumentar la renta, mediante leyes sucesivas, hasta llegar a la nacionalización de 1975. En el perezjimenismo, el desarrollo se entendió como el cambio del ambiente físico: grandes obras de infraestructura que aún subsisten. En el puntofijismo se impulsó la industrialización por sustitución de importaciones que entró en crisis en los setenta, cuando CAP intentó aquellos inmensos planes de industrialización que se convirtieron en una deuda pesadísima, proyectos que hoy lucen quebrados.

El análisis acerca de la corrupción que hace Maduro se concentra en una crítica genérica a los valores del capitalismo, una evocación de las actitudes y los ejemplos de los grandes héroes revolucionarios (Bolívar, el Ché Guevara), insistir en la relevancia de la educación para combatir el flagelo, el anuncio de una actitud intolerante, el ataque a la oposición y pocas cosas más.

Pero hay algo que me llamó la atención: la referencia a “los filósofos”. Desde el amigo Javier Biardeau, el inevitable Dussel, hasta el maestro Rigoberto Lanz, pasando por ese supuesto “pensador” mediático, Miguel Ángel Pérez Pirela, quien en contraste con los otros tres no tiene obra que recordar, salvo sus divertidos programas de TV. Hasta Agamben salió a relucir en el verbo presidencial. Se nota que el presidente Maduro desea darle algún fundamento intelectual a su propuesta. Pero hace falta, además de citar algunas frases, demasiado generales, tanto que cualquiera puede emularlas, un análisis más profundo de la situación.

Lo digo porque el monstruo de la corrupción no es cualquier cosa y es necesario que, alguna vez, el gobierno piense bien qué va a hacer.


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Jesús Puerta


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