¿Qué hacer, una vez ganadas la elecciones, con esos personajillos que todos conocemos, que saltan de un bando a otro como si fuesen monos colgando de una liana?
Los hemos visto en primera fila en cuanto mitin, reunión o comité organizaron los candidatos chavistas a lo largo de la campaña. En esos casos, uno se ponía en la nariz un pañuelo empapado en pachulí y se decía que era una necesidad táctica, pues lo importante entonces era ganar las elecciones. Pero este es el momento de preguntarse qué va a pasar ahora con esos animalitos políticos de quienes hay que decir, para exculpar a Aristóteles, que nada tienen que ver con el zoon politikon.
El animal del filósofo griego tenía una innata inclinación a lo social, lo que implicaba un esfuerzo colectivo por desarrollar formas de convivencia cada vez más justas y equitativas. Estos especímenes, en cambio, son incapaces de alargar la vista y la voluntad más allá de sus narices o de sus bolsillos. Y, por si fuera poco, existe la sospecha generalizada de que ni siquiera aportaron una cantidad de votos significativa para las victorias alcanzadas en 20 gobernaciones.
Lo curioso no es que abandonasen las organizaciones en las que militaron hasta ayer; que traicionaran la confianza de compañeros y amigos; que concluyeran que la plataforma programática de sus partidos respondía solo al interés de sus dirigentes, entre los cuales ellos se contaban. Lo que sorprende es la velocidad con la que los tránsfugas descubren dónde está la verdad y la razón cuando deciden dar el salto.
El salto de talanquera posee características invariables: en primer lugar, tiene que haber elecciones para que el tránsfuga descubra que ya no puede comulgar con las ideas políticas que hasta ese momento ha defendido con los dientes. Complementariamente, su olfato de bestia oportunista le indica que su bando está a punto de perder esas elecciones.
Que nadie se llame a engaño, lo de estos seres no es inteligencia política. La inteligencia es flexible y admite el cambio, es cierto, pero no suele saltar de una postura al extremo opuesto de la misma en un solo movimiento. El país está lleno de gente decente que ha decidido no seguir apoyando bien sea al gobierno o a la oposición y han optado por un silencio honesto y reflexivo. Lo del tránsfuga no es inteligencia, astucia en el mejor de los casos, puro oportunismo audaz las más de las veces.
¿Qué hacer ahora con ellos? Lo sensato, digo yo, sería tratarlos como lo que son: seres de papel, sin consistencia, sin lealtades, sin armazón ideológica ni ética que los sostenga. Son tela arrugada y en girones. El cesto de la basura parecería ser su destino natural. Me temo, sin embargo, que no es por esta ruta por donde marcha nuestra lógica política. Preparémonos para verlos en algún cargo bien remunerado y haciendo gala de una retórica revolucionaria ensayada la víspera.
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