Tiempo y destiempo de Abraham Salloum Bitar

Nota de Aporrea: Hace pocos días, en su tierra del estado Bolívar y para estupor de sus amigos, murió el excelente poeta Abraham Salloum Bitar. Entonces, para que su desaparición física sea conocida por todos los hombres de bien de esta Venezuela, Aporrea.org le rinde homenaje a través de la palabra de Luis Alberto Crespo a la obra de este filósofo y escritor que se distinguió por su palabra serena donde el río Orinoco tuerce caminos de luz. (jclr)
Cuando lo conocí -el río Orinoco mediaba entre los dos- pensé en el príncipe Nessim, el vistoso personaje de El Cuarteto de Alejandría.

Los mismos modales, el andar calmo, el perfil altivo, el aristocrático bigote y la mirada oscura y un tanto ceñuda. Provenía de Siria, la patria del mejor poeta vivo de este mundo, Ali Ahmad Said Esber "Adonis", pero su infancia tuvo como patria el fresco de su casa, sobre la colina pétrea de Ciudad Bolívar, donde aprendió a hacerse guayanés. Me dijeron que había escuchado clases de Lógica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, y que impartió lecciones académicas sobre la razón y sus trampas en la misma Universidad mexicana, antes de devolverse a Angostura.

No; yo no sabía cómo era su escritura en ese entonces. Sólo recuerdo ese momento en que me di a observar sus maneras de joven gran señor, y mi esmero en hallarle parentesco con el noble alejandrino de la novela admirable. Una igual familiaridad semita y un no sé qué de retenida sensualidad y de sobrio buen gusto me autorizaban a aproximarlos.

Fue más tarde, mucho más tarde, cuando me incliné sobre sus libros. En uno de ellos, La llama en Vela (que editara la colección poesía de "Predios", la añorada revista de Upata) hallé amistad con sus dones reflexivas, en las que mezclábanse las aguas de los cínicos griegos y latinos y las del desencantado humanismo del rumano Cioran. La Llama en vela jugaba con la ambigüedad: el fuego tembloroso en precaria vigilia consumiendo el cuerpo no menos peredecero de la vela, imagen o metáfora de la vida y el cuerpo. "Llegar antes (es) haber pasado", oí que escribía en uno de sus oráculos; luego, unas páginas después, eligió su propia existencia como víctima propiciatoria de su silabario filosófico- poético para exponerlo sobre el filo de la frase: “He de olvidarme de mí mismo para ser, en el verbo, la persona imaginada”.

Creía, con Cioran, a quien pidiera prestado una cita de sus Silogismos de la amargura, que "el espíritu es el gran beneficiario de las derrotas de la carne". Pero igualmente suscribía con Wittgenstein, su otro invitado de excepción para la portada de La Llama en vela, que la filosofía se propone "enseñar a la mosca a escapar del frasco".

Una nueva lectura de sus meditaciones emponzoñadas me ofreció su libro Lo que somos, editado por cuenta de autor. En él se acusa adicto al haiku, a su enmascarada sencillez. Con las tres estrofas del verso que inventara Basho redujo a instante la lógica deductiva y fue, por ello, parco en conceder al lirismo una que otra intromisión. En Cómo somos, la segunda parte de la obra, retornó la prosa, acaso porque le era más útil al escritor diserto que animaba su espíritu. Buscó esta vez alianza con el delicioso Augusto Monterroso, el de La Oveja negra y demás fábulas, de donde extrajo un epígrafe que concluye donde comienza y permanece su pensamiento: “lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve".

Sobre la contraportada trazó, como un graffiti en el muro de su destino, el ayer de lo que habría de ser su lenta y dolorosa extinción física hace apenas tres o cuatro mañanas: “Erase una vez que la tranquilidad biológica se poesía como distancia y érase una vez que la pax biológica creaba dos territorios. Uno, el de la lengua. Otro, el del silencio".

La última ocasión que tuve de recobrar su amistad, su agonía me detuvo frente a la plaza de Ciudad Bolívar. Imaginaba desde allí su perfil hidalgo, la mirada oscura e inteligente, las manos de empuñar halcones desvaneciéndose en el fondo de su alta casa levantada sobre el río.

Su muerte me conmueve; pero, aún brutal como ha sido, aún insoportable, me revela cuánta afinidad conserva con su muy personal ontología puntuada de descreimiento y misterio.


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Luis Alberto Crespo

Poeta y columnista venezolano, ganador del Premio Nacional de Literatura 2010-2012


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