Mis recientes notas se han enfocado en las cuatro patrañas mayores del oposicionismo contra el Gobierno revolucionario: dictadura, no libertad de expresión, amenaza a la propiedad privada y comunismo. En torno a las dos primeras, que se caen por su propio peso, pasé rasante. A la tercera dediqué seis comentarios. Ahora cerraré este ciclo refiriéndome a la cuarta.

Nuevamente se trata de boxeo de sombra. El comunismo sólo ha existido –en cuanto concreción histórica– en forma primitiva, en la infancia de sociedades humanas: no como idea o hecho de conciencia, sino como manera de existencia natural, necesaria, de poblaciones (comunidades) donde no había capacidad para producir excedentes que permitieran a unos vivir del trabajo de otros.

Luego surgió como planteamiento radical en el curso de las luchas sociales. La feroz reducción de las personas a la esclavitud y la memoria recóndita de la perdida igualdad generaron las primeras nociones conocidas, ligadas a concepciones religiosas. Sectas precristianas, v. gr. los esenios, buscaron practicarlo, y de éstos proviene la consigna de dar “a cada quien según sus necesidades”. Jesucristo habló y actuó acorde con esa línea.

El desarrollo del capitalismo trajo consigo un florecimiento de ideas y agrupaciones que alrededor de tal consigna, y denominándose comunistas o socialistas, intentaban poner fin a la explotación de los trabajadores y la división de la sociedad en clases. En conjunto constituyen el “socialismo utópico”, que da paso al “socialismo científico” marxista.

Plantea éste que del seno del capitalismo saldrá, mediante la lucha revolucionaria de las clases trabajadoras encabezadas por el proletariado, una “fase de transición” (generalmente llamada socialismo) que lleva todavía “el sello de la vieja sociedad”; y desarrollándose desde ese socialismo, es decir, desde su propia base, surgirá, sin plazo definido, el comunismo propiamente dicho, en un proceso que implica el advenimiento de un ser humano moral y culturalmente superior, forjador de una organización social de iguales, sin divisiones ni antagonismos, autogobernada, donde “crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”, donde “el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”, donde se habrá dado “el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad” y “de la prehistoria a la historia” de la sociedad humana.

El mayor intento histórico de realización de la idea fue la Revolución rusa, plasmada en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que buscó construir durante el siglo XX el socialismo bajo el lema de retribuir “a cada quien según su trabajo” y se planteó el comunismo como objetivo a término indefinido, al cual verdaderamente no se acercó. Obtuvo logros trascendentales, que legó como patrimonio de conciencia, en especial a la inmensa porción de seres constreñida a producir plusvalía para una minoría explotadora. Pero se conoce su fracaso a tenor de la deformación burocrática y no consecuentemente democrática denominada hoy en día “estalinismo”, por referencia a su más relevante responsable.

El socialismo del siglo XX desemboca en el del siglo XXI, el cual, inspirándose en las experiencias de aquel en cuanto a sentido de justicia social, humanismo profundo y aportaciones políticas y teóricas, rechaza sus deformaciones y procura evadir sus errores, en tanto incorpora al mismo tiempo el acervo libertario procedente de las luchas de nuestros pueblos, llevadas a la cumbre por Bolívar, así como el dimanado del pensamiento original cristiano y el resultante de los combates sociales de la humanidad.

El comunismo sigue siendo una esperanza o aspiración remota de sus partidarios.

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