Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo VIII de “El Capital” (XVI)

¿Qué ocurrió en Irlanda con las protestas contra el trabajo nocturno y dominical?

En los años de 1858 a 1860, los oficiales de Irlanda organizaron, por su cuenta, grandes mítines de protesta contra el trabajo nocturno y dominical. El público, como ocurrió por ejemplo en el mitin de Dublin, en mayo de 1870, tomó partido por ellos, con la fogosidad proverbial de los irlandeses. Gracias a este movimiento, logró imponerse el trabajo exclusivamente diurno en Wexford, Kilkenny, Clonmel, Waterford, etc. “En Limerick, donde como es sabido, las torturas de los obreros asalariados rebasaban toda medida, este movimiento fracasó por la oposición de los maestros panaderos, y sobre todo la de los maestros molineros. El ejemplo de Limerick determinó un movimiento de retroceso en Ennis y Tipperary. En Cork, donde el descontento público se manifestaba en las formas más vivas, los maestros hicieron fracasar el movimiento poniendo por obra su derecho a dejar en la calle a los oficiales. En Dublin, los maestros desplegaron la resistencia más rabiosa y, persiguiendo a los oficiales que figuraban a la cabeza del movimiento y sometiendo a los demás, los obligaron a plegarse al trabajo nocturno y dominical.” La comisión del gobierno inglés, armado en Irlanda hasta los dientes, reconviene, en estos términos de fúnebre amargura, a los inexorables maestros panaderos de Dublin, Limerick, Cork, etc.: “El Comité entiende que las horas de trabajo se hallan circunscritas por leyes naturales que no pueden transgredirse impunemente. Los maestros, al obligar a sus obreros a violentar sus convicciones religiosas, a desobedecer las leyes del país y a despreciar la opinión pública (todas estas consideraciones se refieren al trabajo dominical), envenenan las relaciones entre el capital y el trabajo y dan un ejemplo peligroso para la moral y el orden público. El Comité estima que el prolongar la jornada de trabajo más de 12 horas supone una usurpación de la vida doméstica y privada del obrero, que conduce a resultados funestos, invadiendo la órbita doméstica de un hombre e interponiéndose ante el cumplimiento de sus deberes familiares como hijo, hermano, esposo y padre. Más de 12 horas de trabajo tienden a minar la salud del obrero, provocan la vejez y la muerte prematura y causan, por tanto, el infortunio de las familias obreras, a las que se priva de los cuidados y del apoyo de la cabeza de familia precisamente cuando más lo necesitan.”

¿Qué sucede, con la aplicación de las leyes capitalistas contra la codicia de alargar la jornada de trabajo?

Pasemos ahora de Irlanda al otro lado del Canal, a Escocia. Aquí, el bracero del campo, el hombre del arado denuncia sus 13 a 14 horas de trabajo bajo el más duro de los climas, con 4 horas de trabajo adicional los domingos (en el país de los santurrones), al tiempo que ante un Gran Jury de Londres comparecen tres obreros ferroviarios, un conductor de trenes, un maquinista y un guarda barrera. Una gran catástrofe ferroviaria ha expedido al otro mundo a cientos de viajeros. La causa de la catástrofe reside en la negligencia de los obreros ferroviarios. Estos declaran ante un jurado, unánimemente, que hace 10 o 12 años sólo trabajaban 8 horas diarias. Durante los últimos 5 o 6 años, se les había venido aumentando la jornada hasta 14, 18 y 20 horas, y en la época de mucho tráfico de viajeros, por ejemplo en las épocas de excursiones, la jornada era de 40 a 50 horas ininterrumpidas. Ellos eran seres huma nos, y no cíclopes. Al llegar a un determinado momento, sus fuerzas fallaban y se adueñaba de ellos el agotamiento. Su cerebro y sus ojos dejaban de funcionar. El muy “honorable Jurado británico” respondió a estas razones con un veredicto enviándoles a la barra como culpables de “homicidio”, a la par que, en una benévola posdata, apuntaba el piadoso voto de que los señores magnates capitalistas de las empresas ferroviarias se sintiesen en adelante un poco más generosos al comprar las “fuerzas de trabajo” precisas y un poco más “abstemios”, “prudentes” o “ahorrativos” al estrujar las fuerzas de trabajo compradas.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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