Gómez con nosotros

Fernando Coronil, en un libro que todos debiéramos leer "El estado mágico", explica cómo el estado moderno venezolano fue construido por Gómez como un petroestado. No sólo se trata de que el gran "tirano liberal" (como lo caracterizó Manuel Caballero) construyó unas fuerzas armadas nacionales y profesionales, unificó y controló todo el territorio nacional gracias a sus fuerzas represivas y a las carreteras que mandó a construir, sino que, bajo su mano de hierro, consiguió que el estado obtuviera una fuente de riqueza independiente de las clases propietarias venezolanas, que se convirtió además en uno de los símbolos identificadores de nuestra nacionalidad moderna: el petróleo.

A partir de la década de los veinte, Venezuela y su petróleo coincidieron simbólica y políticamente. A diferencia de cualquier estado burgués "clásico" (o sea, europeo, el modelo para el marxismo y la inmensa mayoría de la teoría social), el petro-estado venezolano crece, funciona, se mete en la vida de todos los venezolanos, a partir de una riqueza natural de la cual es propietario directo, gracias a una vieja tradición española que, en el imperio, establecía que todas las riquezas del subsuelo pertenecían a la Corona. El estado no le pertenece a la burguesía del país. Más bien, él la construyó como tal, es decir, promovió primero la fortuna personal de una familia, la de Gómez, sólo para después, a la muerte del "tirano" y la modernización que vino con los postgomecistas, Pérez Jiménez, adecos y copeyanos, enriquecer a un conjunto de familias que se aprovecharon de la venta de terrenos para la expansión urbana, de los créditos baratos y la protección de la "industrialización por sustitución de importaciones, todo ello financiado con la riqueza petrolera del estado. En Venezuela, el estado no es burgués; es la burguesía la que es estatal.

Decir aquí que la burguesía es "estatal", es decir que es rentista, que ha aprovechado las diversas maneras de chupar la renta petrolera, que no es otra cosa que la suma que percibe el estado por ser propietario de los recursos del subsuelo, más las ganancias derivadas del rendimiento adicional de esos fosos en comparación con los menos productivos en el mundo, debido a la potencialidad de la naturaleza misma, o por innovaciones tecnológicas. La primera renta, para la obtención de la cual no es necesario ningún esfuerzo, inversión o trabajo, sino solamente el hecho de ser propietario del subsuelo, se denomina "absoluta". La segunda, que depende de la abundancia del recurso en la naturaleza, se llama "renta diferencial".

Dejado a sus propias tendencias, esa economía rentista no tiene ninguna necesidad de desarrollar industria ni agricultura alguna. De inmediato crece el sector comercial importador, para responder a la demanda de una creciente burocracia estatal asalariada (desde maestros, jueces y policías, hasta diputados y directores de cualquier despacho), y los gobiernos deciden sobrevaluar la moneda para que esas importaciones sean relativamente baratas. Tal política, por supuesto, encarece cualquier producción para la producción, y enriquece también un sector bancario. La única manera de promover la industria y la agricultura fue la tan llevada y traída "siembra del petróleo", que consistió en promover el financiamiento de algunos burgueses hechos a la medida para ser socios menores de las transnacionales, que decidían ensamblar aquí sus carros y otras manufacturas. Una industrialización, frágil, dependiente, de mentira, que hoy ya casi no existe.

De modo que todavía tenemos el petroestado que Gómez construyó. Al menos ha habido algunos cambios. Cómo no. Por ejemplo, muy entrados los noventas al fin se logró derogar la Ley de Vagos y Maleantes, una ley copiada del franquismo español, que reprimía los sectores populares sistemáticamente violando todos sus derechos. Los partidos políticos han sido los actores políticos principales desde por lo menos 1936. Hay cierta democracia. La renta petrolera se usó para atender la inmensa deuda social acumulada durante los 80 y 90. Pero a veces aparece y espanta Gómez otra vez en los vericuetos del petroestado venezolano, en el autoritarismo de funcionarios y políticos, en la misma devoradora corrupción o apropiación privada y familiar de los bienes públicos.

La verdadera revolución, la que termine de matar a Gómez, está todavía pendiente.



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Jesús Puerta


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