Amenazas de guerra, el país y las universidades

Me gustaría poder preguntarles a los grandes articulistas cómo escribir un texto sobre un tema actual, provocador de tanto desasosiego, manteniendo la ecuanimidad, con lucidez y buen juicio de pensamiento, sin fracasar. Hay autores que con maestría dominan este arte, ejemplos de ello he tenido el gusto de leerlos. Pero, cómo hacerles la pregunta a autores o autoras de mi admiración, si ni siquiera conozco personalmente a uno solo de ellos. Por el momento tendré que fajarme en solitario con el compromiso que me he propuesto. Hay que intentarlo.

Mis actuales desvelos se refieren a la amenaza de guerra de los Estados Unidos de Norteamérica hacia mi país. Como realidad en curso no requiere ser explicada. La insólita justificación por la que han iniciado ya esta nueva guerra, la presunta lucha contra el narcotráfico, menos. Son hechos de dominio público. No redundamos.

Es evidente que existen muchas maneras de tomar este asunto. Particularmente, me lo tomo muy pero muy en serio. Nuestro pueblo acarrea demasiado sufrimiento acumulado como para sumarle unos más. Otros compatriotas dirán que no es para tanto o de hecho unos cuantos apoyan el despropósito extranjero, y otros más, optan por seguir los acontecimientos a la ligera, como si fuesen los espectadores de una serie televisiva, de ficción, lejana, incapaz de perturbar su rutina diaria. ¿Debería envidiar su comodidad?

Aunque los expertos en geopolítica y demás saberes afines, están divididos en sus análisis y pronósticos, aquí y allá, todo apunta (objetivamente) hacia la inminencia de un curso de acción bélico, con la ejecución de operaciones hostiles dentro de los planes de intervención militar contra Venezuela. La magnitud sin precedentes de las fuerzas movilizadas y concentradas, frente a las costas de nuestro país, entre otras tantas señales, no sugiere un ejercicio más de intimidación imperial, agréguese al dato, la impunidad con la que vienen actuando contra el mundo entero los agresores, dirigidos por el enloquecido presidente-empresario yanqui. Lo que hace realmente necio discutir si procederán o no con una invasión, en cualquier modalidad destructiva. Más vale ocuparnos en lo qué vamos a hacer, de acuerdo con nuestros superiores intereses nacionales.

Es un conflicto dirigido contra la nación toda, requiere de la respuesta colectiva nacional. Hasta ahora la sociedad en su conjunto no se ha expresado al unísono, solo el gobierno y sus aliados políticos defienden una posición firme, invocando el derecho a la autodeterminación de los pueblos, la independencia, soberanía y defensa territorial, denunciando el flagrante guerrerismo norteamericano.

La respuesta de la nación toda, del pueblo todo, frente al enemigo yanqui, ahora actuando sin disimulo como el ave rapaz que es, debe ser unánime, contundente, sin vacilación, en defensa del país. De producirse las pretensiones bélicas imperiales no resolverán absolutamente nada de nuestros problemas. Por el contrario, la guerra sólo traerá destrucción y muerte, más problemas, más conflictos, alejando cada vez más las posibilidades de soluciones políticas democráticas, que son de nuestra única y exclusiva potestad. Donde llegan las tropas invasoras de los yanquis se impone la devastación y el saqueo, siempre, como hordas bárbaras del siglo XXI. ¿Acaso creemos que el día, las semanas o los meses después de una intervención como esta habrá paz, concordia, gobernabilidad democrática y progreso económico? Un ejército de ocupación y sus marionetas impuestas jamás lo garantizará, menos si para sostenerse apelan a prácticas terroristas de Estado.

¿Por qué no existe esta posición conjunta dentro de nuestra sociedad como cabría esperar ante la gravedad de los hechos? Pueden señalarse muchas causas. La fractura sociopolítica interna y sus efectos, en mi opinión, ocupan el primer término del fenómeno. La extensión y profundidad del tiempo de la dura pugnacidad política doméstica ha echado raíces en el pensamiento y la conciencia de todos los sectores de la población. Creo que hay consenso en esta afirmación general, donde diferimos es cuando explicamos las razones de este estado de crisis política continuada.

Entre las estructuras e instituciones nacionales de mayor peso e influencia en el país están las del sector educativo, y dentro de este, las universidades públicas y privadas. Hasta donde alcanza mi mirada, estas (principalmente el grupo de las universidades nacionales autónomas) apenas han manifestado públicamente un rechazo, tímido en exceso, en la coyuntura, a las intenciones belicistas de la potencia gringa contra Venezuela. Como todas las demás instituciones sociales del país las universitarias también son reflejo de la polarización política dominante.

Durante años las relaciones entre Estado-Gobierno y universidades se han caracterizado por el distanciamiento casi absoluto. La relación es de enemistad y confrontación. Nunca de cooperación alrededor de objetivos comunes. Lo cual es grave y ha dejado una secuela de atraso y pérdidas en las dimensiones culturales y socioeducativas del país, aún no cuantificadas ni cualificadas adecuadamente.

Hasta el sol de hoy nuestras principales universidades han guardado demasiado silencio ante las amenazas norteamericanas, quizás con algunas excepciones. Nada nuevo pues. Ya es tradicional eso o la indiferencia frente a otras coyunturas similares. Ni siquiera han convocado a un debate académico para discutir la situación. Qué formidable sería conocer sus análisis, opiniones, conclusiones y recomendaciones. ¿Alguien recuerda un pronunciamiento público contundente de alguna de ellas en contra del decreto del régimen de Barack Obama en 2015, declarando a Venezuela "una amenaza inusual y extraordinaria contra la seguridad de los EE.UU"? Justamente una línea política que ahora sirve de soporte "legal" a los gringos para las acciones ofensivas de guerra, ya iniciadas contra nosotros y la región, con la matanza (ejecuciones extrajudiciales) de personas, supuestamente narcotraficantes, en el Caribe y el Pacífico. ¿Qué viene después?

En aquellos días, hace una década, en nuestra propia institución universitaria, un grupo de profesores le exigimos a sus autoridades, mediante comunicación escrita, para definir una posición oficial acerca de la declaratoria infame estadounidense del 2015. La decisión de las autoridades de la universidad (su gobierno), después de una innecesaria dilación, fue simplemente no pronunciarse. Y la respuesta a los demandantes ni siquiera les fue transmitida por escrito, como correspondía. Así se abortó el diálogo.

El encono de una buena parte de los universitarios contra el gobierno venezolano en la presente etapa histórico-política no es accidental. Y a la inversa, tampoco. Obviamente. Aquellos sostienen fuertes argumentos a su favor, parte de los cuales comparto. Pero me pregunto: ¿Acaso los líderes de nuestras universidades son incapaces de diferenciar las razones con las que se oponen y enfrentan al gobierno nacional (válidas, legítimas, discutibles), de las otras razones que deberían tener en este momento crucial, para pronunciarse en contra de la campaña inusitada de agresiones de una potencia extranjera contra su propio país, que tiene en vilo a la sociedad venezolana?

Desde mi condición como venezolano, en mi modesta condición de docente universitario (al servicio de una universidad pública), exijo en estos momentos de tanta incertidumbre, que nuestras casas de estudio superiores, hagan públicos pronunciamientos oficiales pertinentes, de sus actuales autoridades, así como de las demás instancias organizadas de profesores, estudiantes, empleados y obreros que las conforman.

Hay que superar el supuesto o especie, mitológicos por demás, de que tales declaraciones anti intervención armada, se tomarían como una adscripción política al gobierno nacional. Basta de apelar a este chantaje contra la razón y el sentido común.

Estoy convencido de que de no materializarse la conformación de un gran frente nacional contra los planes de los EUA se estará favoreciendo su estrategia violenta, que entre otras condiciones, requiere dividir más al país, para hacerlo más vulnerable, política. social y sobre todo, militarmente. Es una acción de carácter táctico totalmente contraria a nuestros objetivos de seguridad.

Mantengo el criterio de que una posición unitaria nacional antiguerra, anti-intervencionista, rechazando con contundencia los planes violentos norteamericanos, contra nuestra nación, puede convertirse en acicate efectivo para desestimar en el poder gringo la aventura belicista que al parecer está a punto de iniciar a gran escala. Si esta unidad política (imaginemos por un momento) se extendiera a escala continental qué poder militar osaría ir contra Latinoamérica y el Caribe.

La estrategia global de Venezuela debe enfocarse en evitar que se produzca la agresión armada.

Aunque la decisión final depende más de lo que determine el imperio del norte en este escenario de guerra, desde aquí hay que hacer todos los esfuerzos posibles y legítimos para evitar que se concrete la agresión armada. Me temo que es una ilusión pensar que saldremos vencedores en una contienda como esa, por más heroísmo y gallardía que nuestro pueblo y fuerzas armadas sean capaces de sostener y demostrar a la hora de la defensa, dispuestos al combate si se requiere (de lo cual no dudo), y si es que nada logra evitar un ataque artero. Para ello es necesario prepararse con disciplina, organización, por supuesto, al tiempo que se prioriza la diplomacia y las opciones políticas. La intervención armada es la apuesta global imperialista, bien sabemos con qué propósitos. Dominar sobre lo devastado.

Estaríamos indudablemente condenados a sufrir los peores e irreparables daños tras una contienda armada como esta, sea corta o de larga duración, guerra relámpago, o de resistencia popular y prolongada, dado que todos los teatros de operaciones se localizarían en el territorio de Venezuela, no en el del país agresor.

Con Sun Tzu (a quien hay que citar de nuevo), considero que la única batalla que se puede ganar es la que se evita (SIN JAMÁS RENUNCIAR A LA SOBERANÍA Y LA DIGNIDAD PATRIÓTICA), o dicho textualmente: "La mejor victoria es vencer sin combatir".

Cierro este texto urgente (sin haber recibido los consejos de los articulistas virtuosos) recordando esta otra sentencia del estratega chino:

"Si tu enemigo está seguro en todos los puntos, prepárate para el ataque. Si tiene una fuerza superior, evitarlo".

 

joslugar3@gmail.com



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