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Con los nuevos adelantos de las tecnologías, de la inteligencia artificial, del avasallador poder de las telecomunicaciones, para qué quedarán aquellas portentosas y prepotentes "universidades autónomas" en Venezuela? ¿UCV, ULA, UDO, LUZ y UC? ¿Qué podrá hacerse con esos grandes espacios que hoy ocupan? ¿Todas aquellas enormes edificaciones? ¿Adónde irán a parar los cientos de aparatos achatarrados de sus laboratorios? ¿A dónde tirarán sus mobiliarios de aquellas protocolares ínfulas principescas de rectores, vicerrectores, Secretarios y decanos? ¿Sus burdas parafernalias de togas y birretes? ¿Sus pergaminos con reconocimientos, títulos y preseas? Esas universidades van a quedar ahora rezagadas en relación con otras instituciones del país, en el terreno del conocimiento, de la investigación.
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Hace poco asistí a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes a dictar una charla. Tenía varios años sin ver estas edificaciones que fueron mi lugar de trabajo por casi treinta años. Cumplía una invitación del profesor Jaime Perfeau. Al entrar, vi los estacionamientos enmontados, con algún que otro carro destartalado que llevan allí, quien sabe, cuántos años mostrando sus tripas. Un sitio fantasmal, sin un alma, lo que fue un centro de grandes movimientos con poses de cultural y científico, estudiantil y profesoral, con actividades, foros, charlas, encuentros mundiales sobre Física, Matemáticas, Biología y Química de carácter nacional e internacional. Aquello está en ruina total, cuando uno llega al gran patio me topo con un vigilante y un señor que era el que tenía un quiosco para vender cafecitos, que al parecer se quedó allí para siempre como otro fantasma más. Veo algo parecido a terrones dispersos por el piso y me dicen que son cagadas de palomas. Veo hacia la cúpula: ¿Palomas?, ¿dónde, en este espacio cerrado? Cruzo por lugares que me eran tan familiares y Perfeau me pregunta sino siento algo en el corazón por los cambios horribles que me saltan por doquier. Le digo, que todo eso era previsible, que me es totalmente indiferente, que se trata de la muerte natural de un ente que de hecho ya estaba podrido y acabado por dentro.
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Pues bien, amigos lectores: ha muerto aquel profesor UNIVERSITARIO, hombre sin atributos ni carácter, incapaz de remordimiento alguno. Inculto, adocenado, eludiendo asumir compromisos con su entorno social. Envuelto en una atmósfera de tedio y tristeza, y que resumía lo peor del espíritu pequeño-burgués (sobre todo cuando se decían ser de izquierda o "revolucionarios"), aguardando la dulce ilusión-esperanza de verse un día orlado con las supremas preseas que otorgaban los máximos representantes de aquellos antros, los rectores (capos togados). Tristes profesores, respirando siempre un profundo recelo hacia quienes tuvieran el valor de expresar pensamientos propios. Tristes profesores con una tendencia desmoralizante de identificarse o de solidarizarse con el hombre vulgar, con el simpático (chistoso), que carecía de espíritu creador; por lo que aquella Almas Máter Muertas estaban compuestas por un 5% de seres razonables, un 10% de incontrolables ladrones y un 85% de adocenados cobardes.
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En aquellas "Universidades autónomas", por lo general, un profesor universitario por naturaleza era un reaccionario que se adaptaba plácidamente a las arbitrariedades que imponían que los llamados equipos rectorales, y por eso vimos reinar durante décadas a eminentes botarates como Cecilia García Arocha (UCV) y Mario Bonucci (ULA). Por este acoplamiento a personajes tan nefastos, el típico profesor universitario era un hombre cuya inteligencia tendía a deteriorarse rápidamente (pues uno de sus mayores deseos era jubilarse y dedicarse a otra cosa que nada tuviera que ver con pensar y estudiar). Es decir, era en esencia un ser sin destino en este mundo, imbuido en los pequeños quehaceres de sus clases docentes, de sus reducidos espacios laborales, con la mente puesta en algún bono extra que sin duda le iba a llegar por vía de los paros y "huelgas de cerebros caídos".
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Un profesor, digo sin capacidad para la generosidad o para prestar servicio social alguno. Temeroso y apocado, permanentemente con el rabo entre las piernas suspirando por una casita en la playa y darse un paseo de crucero cada dos años... Estudiando para que lo sepan los demás, no para entender el mundo ni ayudar a sus semejantes, ni cultivar su talento. Ahora bien, ¿a quién podía EDUCAR un hombre así, superficial, que teme asumir compromisos consigo mismo y con sus semejantes? Y por ello, unos pocos ladrones, entre veinte mil profesores, lo controlaban todo en estas "universidades autónomas". Sí señor: qué estado de asfixia el de aquellos ambientes. Casi todos los profesores y estudiantes veían cada día disminuidos sus dotes particulares por las relaciones que imponían los partidos y los grupos de poder. No existía la crítica sino la solidaridad ciega a los mandones. Por lo que la única reforma posible y verdadera era aquella por la que se pudiera romper, acabar con los exclusivos privilegios de quienes detentaban los equipos rectorales y decanales. Despojarles de sus flotas de carros de lujo, de sus choferes, de las jugosas primas que recibían por sus cargos (y que se prolongaban más allá de la jubilación); de sus espléndidos despachos, amanuenses, pajes y besamanos; e impedirles que siguiesen administrando presupuestos a sus más descarados arbitrios y antojos. En despojándoles de tales poderes habrían quedado en el terreno de la real educación, investigación y cultura los que de veras estaban en condiciones de entregarse patrióticamente, por amor y por vocación de servicio, a la universidad venezolana. Pero eso nunca quiso hacerse. Aquellos equipos rectorales se habían convertido en una plaga que disponían como les viniese en gana del 80% del presupuesto de estas instituciones. En aquel mundo, un 69% de nuestros profesionales no sabía escribir una carta, y 92% jamás había leído una novela clásica completa. A un 85% le importaba un comino la historia, la música o la literatura de nuestro país.