Volvemos a insistir: no existe mucha diferencia entre Trump y el resto de los norteamericanos. En general son todos macabras ranas plataneras.
Los imperios se imponen a través de invasiones, amenazas, bloqueos, crímenes, genocidios espantosos, siempre persiguiendo que los pueblos se aterren, chillen, se acobarden, se dobleguen para luego ellos entrar a saco y robarse cuanto les venga en gana. Por eso, en esto momentos en América, son perritos falderos de los gringos, temblorosos, con el rabo entre la piernas, un Milei, un Noboa, un Kast, Bukele, la borrachita de Trinidad -Tobago o Abinader.
The Orange Pig ordena construir dos buques de guerras para que lleven su nombre. Se cree un estratega, un líder genial, un fenómeno decidido a aterrar todo el mundo.
En su primer mandato propuso, que para combatir el Covid su pueblo debía tomar legía, luego morirían cientos de incautos. Dice Trump que se apoderará de Groenlandia y Canadá, y después de haber violado a multitud de niñas, ahora exige que la humanidad toda le bese el culo.
Ese es su estilo, el Hitler, el de Calígula, el de Nerón.
Un estilo que le encanta a Milei, al Kast, al Noboa y al Bukele, y que si Rómulo Betancourt estuviera vivo, se derretiría inmensamente, por seguirlo, también.
Del conocimiento que Betancourt consiguió obtener de nuestra desgraciada dependencia al negocio petrolero, él, sólo se dedicará a buscar los métodos, no para sacar de abajo a nuestra tierra y hacerla respetable ante las voraces expoliaciones, sino encontrar los engranajes que en connivencia con las compañías le permitan primero llegar al poder, para luego gobernarla con el bello e intocable manto de la «Doctrina Betancourt», a fin de cuentas, la misma de Monroe. Los gringos le han puesto el precio de cincuenta millones a la cabeza del presidente Maduro, por su parte, Betancourt en su tiempo, se unió al coro de los que llamaban «mono» al ex presidente Cipriano Castro, y haciéndose eco de todo lo que la prensa estadounidense publicaba en su contra. Castro, según el Departamento de Estado, merecía el repudio de la civilización occidental, principalmente por las gotas de sangre negra e india que corrían por sus venas. Hoy Trump dice que los africanos son basura, que EE UU sólo deben ser admitidos escandinavos, sueco, noruegos,… ¡nazis! Por eso se caricaturizaba en la gran prensa gringa a Cipriano Castro como un mono en lo alto de una palmera buscando cocos.
Con qué emoción y orgullo Betancourt recoge en su libro las amenazas del presidente de Estados Unidos Ted Roosevelt contra Castro, porque «Teddy hablaba un lenguaje que sonaba a restallar de fusta». Añade: «El propio Castro había contribuido con su conducta irresponsable, a que se le tratase con insolencia doblada de desprecio. El déspota delirante, entre vaharadas de oratoria vargasviliana…»
Cuando Betancourt se refiere a los abusos insultantes del «procónsul norteamericano en Venezuela, Herbert Wolcott Bowen» agrega: «pero no toda la culpa era suya…».
Ted Roosevelt, de la manera más vulgar y ofensiva para con el pueblo venezolano, catalogó a Cipriano Castro de unspeakeable villanous Little monkey (pequeño mono villano intratable), al tiempo que la prensa norteamericana lo calificaba de little Andean cattle thief (pequeño cuatrero andino).
Ahora bien, ¿por qué a Betancourt le molestaba tanto que Castro, «el déspota delirante», fuese seguidor de la oratoria de José María Vargas Vila? Sencillamente, el poeta Vargas Vila escribía cosas como esta: «ved la zambra en el campo de batalla;/ ved, los conquistadores victoriosos;/ contemplando la odisea de ese pillaje;/ al grito de libertad, se lanzaron sobre Cuba, sobre las Filipinas, sobre Puerto Rico y, las hicieron suyas;/ se anunciaron como los hijos de Washington y, fueron los filibusteros de Walker;/ cayeron sobre seso pueblos, como el pie de un paquidermo y, aplastaron su corazón;/ así, agoniza entre sus brazos la República Cubana, la República Dominicana, la República Nicaragüense y la República de Panamá; así murió ahogada en sangre la República Filipina; así estrangulada por la mano amiga de los republicanos del Norte;/ en Cuba, la protección conquistada disfrazada; en Manila la batalla, conquista declarada; en Puerto Rico, la posesión, conquista tolerada; en Santo Domingo, la ocupación, conquista descarada; en Panamá, la intervención, conquista desvergonzada; siempre y doquiera la conquista;/ y, a este despojo vil lo llaman Victoria;/ y, escritores, pensadores, diaristas de nuestra América Latina, noblemente engañados por el miraje lejano, han aplaudido este engaño pérfido, esta burla a la generosidad humana, este zarpazo de un tigre disfrazado de Tartufo;/ y, deslumbrados por la Victoria, se han convertido al culto de la Fuerza;/ y, así, ¡se han empeñado en hacer creer a esos pueblos en la generosidad
de aquel coloso, en ponerles como modelo la Gran República…"
Venezuela está en deuda con José María Vargas Vila, quien merece un gran reconocimiento. Un monumento.
Es típico de los poderosos mafiosos norteamericanos el calificar de «little» (pequeño) a los que tienen el valor de no seguir sus viles directrices. En cambio, cuando los verdaderos y grandes asesinos, como son realmente «grandes criminales», entonces sencillamente son sus socios, sus colaboradores, y no se molestan en calificarlos. Este Ted, como Trump, se empeñó en insultar de la manera más repugnante a todos los latinoamericanos. Cuando los diputados del Congreso de Colombia intentaron oponerse a su proyecto de apoderarse de Panamá, los llamó «contemptible Little creatures» (despreciables pequeñas criaturas).