Viajeros de Indias, el mito de una realidad

La historia del conquistador en Venezuela:

El 12 de octubre de 1492 se descubre un Continente y se muere una leyenda. Ni el Proceloso termina en un abismo sin fondo, ni Cipango queda tan lejos. Prueba de ello es que en el segundo viaje lo acompañan 17 bajeles y entre mil y mil quinientos hombres. Esta vez no lleva criminales, ni es necesario que Pinzón les arengue hablándoles de casas con techo de oro. Los muelles de Cádiz rebosan de voluntarios. Todos quieren embarcar. Hay hidalgos, frailes y sacerdotes. Vienen también un cirujano, el doctor Changas, primer médico en América.

Cuando el 24 de septiembre partió la flota era —como dice Madariaga— "un almirante de verdad". El Descubrimiento había destruido un mito, pero de entonces actualizaría realidades quizás más terribles que los mismos tritones que comían carne humana.

"Si leyendas, mentiras y realidades llevaron a España los supervivientes del segundo viaje del Descubridor, mitos absurdos, tanto en los peligros como en las riquezas, llegarían y se difundirían por toda Europa. Como aquel Pedro Mártir de Anglería, cuando escribe al Papa Clemente VII: "Por el mar de Araya y Cubagua fueron vistos unos monstruos, cabeza humana, con pelos, barba poblada y brazos… dejó ver que la parte cubierta por el agua terminaba en pez, habiéndosele visto la cola". Algo semejante escribe aquel mentiroso padre Juan de Areizaga, cuando dice de los patagones: "Tenían el pubis más alto que un hombre de buen tamaño". Vespucio, cuando habla de la Isla de los Gigantes, deja en el ánimo de sus lectores el temor de que aquellas tierras están pobladas de superhombres".

El primero que abandonó la línea de la tierra firme fue Colón. Madariaga Escribe: "El alba del domingo 9 de septiembre, a nueve leguas de la isla de Hierro perdieron la vista de la tierra. Muchos de sus marineros sentían que se les hundía el corazón. A buen seguro que los más de entre ellos habían navegado sin ver tierra más de una vez, pero siempre sabían dónde estaban y que volverían a aquella costa que acababan de perder de vista o a otra cercana que sabían iba a surgir de pronto en el horizonte. Pero este deliberado apartarse de la cristiandad para adentrarse en un desconocido absoluto durante un número de días y de leguas que nadie podía fijar de antemano, era hazaña demasiado desusada para no llenarles de pavor. Todo el mundo aquella mañana iba con cara compungida y hubo marineros y grumetes que lloraron". Con razón, diez y ocho días más tarde la tensión del miedo que los embargaba casi termina en motín y tiran por la borda al Almirante del Mar Océano.

Si a la predominancia hereditaria de la psicopatía añadimos el ventajismo económico-social de los Conquistadores, que los llevó necesariamente a aumentar su proyección demográfica hasta límites inconcebibles, comprendemos por qué su aporte psicopático inicial —aunque indiscutiblemente se redujo por el mestizaje— sigue y continuará siendo excesivamente elevado.

El negro, a diferencia del blanco, tiene una historia bilógica reflejo de la política, totalmente diferente a la del blanco. Si el blanco fue conquistador o aventurero, emigrante o inconforme, carne de presidio o criminal, asegurándose por su superioridad técnica y cultural el predominio social y político sobre los otros grupos, el negro, por el contrario, no fue ni aventurero, ni emigrante, ni criminal, sino cautivo. Sometido a los más duros tratos desde que caía en poder de los traficantes de esclavos, era sometido a una prueba de selección biológica desde este momento hasta que llegaba al Nuevo Mundo, muriendo más del 60% en esta travesía. Como es lógico, tan sólo los más fuertes sobrevivían a ese trato inhumano.

Por ende, si el negro, desde su captura como esclavo hasta nuestros días, ha sometido a toda clase de privaciones y malos tratos, es obvio de ser mayor la mortalidad entre los constitucionalmente más débiles, siendo ésta la causa, no sólo de su incidencia dentro de la población psiquiátrica y criminal, sino de su gran fortaleza, alegría y bienestar en contraposición con los estratos populares mestizos endebles, enfermizos y tristes.

Si la Conquista atrajo masas de población biológicamente indeseables, y si ellas han de pagar fatalmente un tributo al crimen y a las enfermedades mentales, es de forzosa comprobación, para la validez de esta tesis, que el mismo fenómeno se represente en los otros pueblos que, como Venezuela, son una expresión de la Europa transplantada. ¿No es eso precisamente cuando hablábamos de la inmigración y de la criminalidad? ¿No es dieciséis veces mayor la tasa de homicidio de Estados Unidos respecto a Inglaterra, a pesar de la homogeneidad cultural y técnica? Las tasas de homicidio de Australia son tres veces mayor que las de Inglaterra. Las de Iberoamérica son dieciséis veces mayor que las de España y Portugal. Las de Venezuela, en las mejores condiciones antidelictivas, fueron siempre de 8 puntos, es decir, el cuádruple de las de España y el doble de los países subdesarrollados de África y Asia. ¿No es proverbial que la locura y las neurosis asolen a los pueblos del Nuevo Mundo? Si en todos esos pueblos tiene que haber una sobrecarga psicopática en relación a las poblaciones sedentarias de Europa, siempre la Europa trasplantada tendrá un superávit de psicopatía, homicidios y perversiones, aunque dichas cifras oscilen hacia arriba de acuerdo a ciertos factores ambientales. Si la verdad de una teoría se demuestra por su eficacia, nos atrevemos a augurar que jamás las trágicas tasas señaladas serán en América inferiores a las de Europa, porque ellas pagan un tributo constante de generación en generación. Que dichas tasas se reduzcan hasta un límite que no se pueda sobrepasar y que la sobrecarga psicopática se ponga al servicio de la creación, del progreso y del bienestar material, como se observa en los países australes y en Norteamérica, nadie lo discute, pero que la sobrecarga psicopática le concede a todos estos países un sesgo muy particular para el trato de sus enfermos mentales y de sus criminales, es también otro hecho que para Venezuela, hasta la fecha, no se ha tomado en cuenta.

Los Conquistadores españoles del siglo XVI y del XVII fueron algo más, pero mucho más que un aporte bilógico indeseable; ellos fueron la primera conciencia occidental de América, los artífices de un mundo que despertó en sus manos, los que llevaron sobre sus hombros la tradición dos veces milenaria de la cultura grecolatina, semítica y cristiana.

Ellos fueron más, pero mucho más que un simple semental que hizo germinar su esencia en las mujeres de las razas vencidas. No es un simple problema, que ya lo es y grave, de genética humana que se proyecta en una monstruosa progresión geométrica. No se trata tal sólo de que en la casi totalidad de los hombres de Venezuela palpite la irredenta estructural de los Viajeros de Indias, ni que en los cromosomas se mantienen perennes los cantos de lujuria y muerte; el problema fundamental de los Viajeros de Indias es que ellos escribieron las primeras páginas de la historia nuestra, y que la siguen escribiendo, aunque se revistan de nombres y de expresiones diferentes. De Viajeros de Indias rebosan nuestros arquetipos. Viajeros de Indias son nuestros héroes, aunque se llamen libertadores, caudillos de montonera o tribunos de madrugada trágicas. Los Viajeros de Indias no han muerto con la segunda mitad del siglo XVII; todavía agitan e irrumpen en los momentos cumbres de la historia contemporánea o en los instantes más lóbregos de la cotidianidad. Por eso decimos que la historia de Venezuela, además de estar silenciada, es una historia detenida.

Tal destino, no respetó fronteras sociales pues afectó tanto a las oligarquías "propensas a los desórdenes psíquicos" como al pueblo llano, y se ensangrentó en caudillismos, tiranías y luchas fratricidas a lo largo de nuestra historia.

—No fueron diferentes los Viajeros de Indias de Venezuela a los que anegaron de lágrimas al resto de Nuestramerica. A esta larga lista de criminales y de perturbados sólo podemos añadir una exigua enumeración de conquistadores y de prohombres normales y equilibrados.

Ellos son: Juan de Grijalva, Hernández de Córdoba, Francisco de Orellana, Rodrigo de Bastidas, Jiménez de Quesada y Hernando de Soto.

¿Corresponden las personalidades de los prohombres de la conquista a las de sus subordinados?

Razones sobran para pensarlo. Para elevarse como jefe de un grupo, la condición indispensable es la destreza y la superioridad. Aquellos hombres comandaban seres cuyo oficio más inmediato era matar. Tenían que matar más y mejor que sus hombres; de lo contrario, no hubiesen podido canalizar aquella energía desbordada. Este fue el caso de Juan de Grijalva, el pacífico conquistador de Yucatán. Para Las Casas, Grijalva es la imagen del caballero cristiano; para sus capitanes un tonto de capirote. Gomara dice de este fracasado expedicionario: "Le falta la condición fiera del ibero". La demostración más palpable de lo que cabe esperar cuando un comandante de asesinos está por debajo del término medio de sus hombres, lo vamos en esta expedición de Grijalva, en la del tinterillo Enciso y la de Rodrigo de Bastidas. El primero fue retirado de la profesión de conquistador por su mismo tío Diego Velázquez; a Enciso le dan de alta sus hombres por inepto. Bastidas cae bajo el puñal de sus capitanes.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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