Las palabras viven: nacen, se reproducen y mueren en virtud del cambiante mundo que crean, diseccionan y nombran, y del cambiante ser que las crea, usa y desusa. Cangilón, tarabilla, chafaldete, escodadero, alcándara… murieron de silencio al desaparecer lo que designaban, ahora yacen olvidadas entre las páginas de los diccionarios, el mismo cementerio al que pronto irán a dar «estilográfica», «videocasete» o «proyector de acetatos».
El lenguaje le da forma a nuestro mundo y lo que somos. Es una invención humana, así como lo humano es, en sí mismo, una invención del lenguaje. Por ello, la pervivencia de las lenguas también depende, inevitablemente, de las relaciones de poder.
Las narrativas y discursos se moldean desde el poder que define lo que puede o debe ser dicho, lo que se considerada verdadero o falso, pertinente o no. Como el poder casi siempre encuentra su contraparte subversiva, los discursos dominantes son retados por narrativas con significados "rebeldes". Uno de esos significados subversivos, nacido en el dominio de la psiquiatría, fue alienación.
Décadas atrás, Alienación fue una palabra muy trillada en las discusiones y textos políticos, también en la literatura, la
psicología y la sociología. Ahora es excepcional verla en textos, y más raro aún, oírla en las conversaciones. El poder dominante triunfó y la sentenció al olvido, arrojándola al pozo del desuso. Sin embargo, su significado tiene más vigencia que nunca.
Alienación es un estado mental impuesto al individuo o a la colectividad por factores externos a él (o a ellos), se caracteriza por la pérdida de la propia identidad. Quien la padece no se reconoce a sí mismo, y al perder su identidad, se siente ajeno al grupo social con el que antes compartía rasgos similares. Es un "alien" para sí mismo y siente a los demás de la misma forma.
Hace unos días, al leer el titular de una noticia, la palabra alienación me lanzó un guiño desde el calabozo de los desusos. El titular, publicado en Instagram por elinformador.ve, decía: «Periodista palestino Anas Al Sharif y su equipo pierden la vida tras un ataque de Israel en Gaza»
De acuerdo con el titular, no sabemos si luego del ataque de Israel el reportero Anas Al Sharif y sus colegas cayeron por una escalera, murieron del susto, les cayó un rayo, o si optaron por el suicidio colectivo. Sólo sabemos que «perdieron la vida». El periodista no escribe: fueron asesinados ─o los mataron─ las fuerzas militares de Israel.
¿Será que este periodista no entiende la diferencia semántica entre perder la vida y ser asesinado?
¿Será que este diario es muy escrupuloso con este tipo de noticias para no perturbar la sensibilidad de sus lectores? (No parece, la sección de sucesos descarta esta hipótesis).
¿Será que el reportero no sabe cómo murieron sus colegas «tras un ataque de Israel»?, ataque que consistió en el bombardeo planificado de la carpa de prensa de la agencia de noticias Al Jazeera, tal y como lo confesó públicamente el criminal de guerra Netanyahu.
¿Será que el autor del titular desconoce que las autoridades de Israel habían declarado objetivo militar a estos periodistas con el consabido argumento de que pertenecían a Hamas, pretexto que ha utilizado para asesinar a más de 60 mil personas, la mitad de ellos niños?
¿Será que aún ignora las estrategias de Israel para ocultar sus abominables actos; estrategias basadas en la prohibición de acceso de la prensa internacional a Gaza, la destrucción de las instalaciones de internet y de otros medios de telecomunicación
en dicho territorio, y el asesinato premeditado de más de 200 de sus colegas periodistas en Gaza?
Este medio noticioso no es el único que intenta «blanquear» con eufemismos el genocidio perpetrado por Israel. Francisca Albanese, Relatora Especial de la ONU, ha señalado que: «Durante casi dos años, pero con precedentes y trascendencia importantes, los medios occidentales siempre han tendido a utilizar la narrativa o el punto de partida proporcionado por Israel, dejando muy poco tiempo y espacio para centrar el debate en quienes hoy claramente son las víctimas. Esto no es un conflicto. No hay simetría. Los medios han promovido una falsa equivalencia una y otra vez. […] creo que este es el fin del periodismo, porque el periodismo debería implicar un mínimo de ética, analizar los hechos y ofrecer análisis en lugar de ceder el micrófono al poder. Y esto es lo que ha sucedido en los últimos meses».
Periodistas que renuncian a la solidaridad gremial, a la libertad de prensa, al derecho y el deber de informar de acuerdo con los hechos, a su propia seguridad futura, que degradan la heroica y crucial importancia del periodismo de guerra. Son profesionales de la comunicación con bozal, domados, serviles. Son periodistas
alienados: ajenos a lo que son, ajenos a su gremio, a su misión, a las víctimas, ajenos a la humanidad.
En su último mensaje, Anas Al Sharif nos dejó, y en especial al periodismo, un llamado a la ética de la verdad: «Esta es mi voluntad y mi último mensaje. Si estas palabras te llegan, sepan que Israel ha logrado matarme y silenciar mi voz […] Alá sabe que di todo mi esfuerzo y toda mi fuerza para ser un apoyo y una voz para mi pueblo, desde que abrí los ojos a la vida en los callejones y calles del campo de refugiados de Jabalia. Mi esperanza era que Alá prolongara mi vida para poder regresar con mi familia y mis seres queridos a nuestra ciudad natal, la ocupada Asqalan (Al-Majdal). Pero la voluntad de Alá fue la primera, y su decreto es definitivo. He vivido el dolor en todos sus detalles, he probado el sufrimiento y la pérdida muchas veces, pero nunca dudé en transmitir la verdad tal como es, sin distorsiones ni falsificaciones, para que Alá sea testigo contra aquellos que permanecieron en silencio, aquellos que aceptaron nuestro asesinato, aquellos que nos ahogaron y cuyos corazones no se conmovieron ante los restos dispersos de nuestros niños y mujeres, sin hacer nada para detener la masacre que nuestro pueblo ha sufrido durante más de un año y medio.»
La alienación no sólo afecta a periodistas. También la padecen los profesionales de la salud que son patéticamente indiferentes ante los cientos de colegas secuestrados, torturados y asesinados por Israel, que no expresan alarma por la destrucción
sistemática y planificada de la casi totalidad del sistema de salud en Gaza. Alienados los defensores de derechos humanos, los políticos, las feministas y los protectores de la niñez, que hacen la vista gorda ante un genocidio en curso y siguen con sus discursos vacuos de derechos y libertades.
ciro4658@gmail.com