La geometría fractal, introducida por Benoit Mandelbrot en el siglo XX, ha transformado nuestra comprensión del mundo al describir estructuras autosimilares, complejas y organizadas que se repiten a distintas escalas. Lo fractal conecta lo mínimo con lo inmenso, desde una rama de helecho hasta la estructura de una galaxia, somos seres fractales en un universo fractal.
En el ser humano, lo fractal se manifiesta en el ADN, en redes neuronales y en la manera en que mente y cuerpo funcionan en sincronía. Pero, también lo vemos en la naturaleza, en los ríos, los relámpagos, los sistemas circulatorios y en el orden caótico del universo. Esta visión, sin embargo, va más allá de lo biológico, plantea una nueva forma de entender la conciencia, la subjetividad y la salud mental colectiva decolonial.
La subjetividad humana, desde esta perspectiva, también es fractal. No es lineal ni puramente individual. Se forma a través de resonancias que se propagan desde lo corporal hasta lo comunitario, desde lo emocional hasta lo histórico. Pensamientos, emociones, sentipensares y memorias, interactúan como ondas, produciendo efectos subjetivos que se replican en nuestras interacciones, relaciones, vínculos afectivos y decisiones.
Deleuze y Guattari se adelantaron al identificar que la subjetividad es rizomática, es decir, se organiza en redes interconectadas y no jerárquicas. Somos nódulos de una red mayor que incluye familia, comunidad, historia, cultura y naturaleza. En esta idea convergen las cosmovisiones de las civilizaciones y pueblos originarios precolombinos, que comprendieron y comprenden a la Naturaleza como pacha mama, como un ser vivo, no como recurso a explotar ilimitadamente y al ser humano como parte del entramado de la vida, no como su centro.
Desde esta mirada, también podemos reinterpretar la categoría marxista de "falsa conciencia": esa alienación colectiva en la que los dominados adoptan como propios los valores de los dominadores. Esta distorsión se replica fractalmente en la escuela, universidades, los medios de comunicación, redes sociales, la religión, el mercado. Es un eco estructural que forma subjetividades que reproducen y sostienen la opresión.
La conciencia decolonial surge entonces como una necesidad urgente, desarmar las estructuras que nos oprimen, cuestionar nuestros deseos impuestos, recuperar memorias de resistencia y abrir espacios donde florezcan saberes autóctonos y autónomos, espiritualidades vivas y narrativas emancipadoras.
Este complejo proceso, implica superar al sujeto individualista, narcisista competitivo y aislado, para que emerja un sujeto colectivo, solidario, histórico y en constante devenir. Significa pasar de una libertad superficial, atada al consumo y al mercado, a una libertad estructural basada en el Ser, el Saber y el Poder decolonializado y compartido. Es reconectarnos con nuestras raíces y proyectar un futuro de autonomía y dignidad.
La salud mental colectiva decolonial, propone un cambio radical del yo fragmentado a un nosotros fractual. Del malestar individual al bienestar comunitario. Del narcisismo neoliberal a la corresponsabilidad convivencial territorial. La conciencia es fractual, se teje con historias, resistencias, mitos y afectos que atraviesan generaciones, desde el “Encubrimiento de 1492” a nuestros días.
Frente al reduccionismo racional eurocéntrico, la decolonialidad rescata el cuerpo-espíritu, el tiempo circular, el espacio natural y geográfico, como territorio que contiene un pueblo viviente que convive en una comunidad política. La salud mental colectiva decolonial, no es diagnóstico clínico y terapia individual en una comunidad, eso forma parte de la psiquiatría, de lo patológico; la salud mental colectiva decolonial es una praxis comunitaria de vida, salud, bienestar, esperanza y memoria histórica tejida desde lo local, lo regional, lo nacional y lo mundial.
Porque no estamos solos en el planeta. Somos parte de un tejido fractal a escala universal, somos fractales en un universo vivo.
Tal vez, el gran desafío de nuestra era, sea justamente ese recordar que no somos el centro del universo, sino una parte vital de su compleja armonía.