La batalla de Lamedero

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El último combate en tierras guariqueñas en el contexto de la guerra civil durante el siglo XIX ocurrió en las inmediaciones de Las Mercedes del Llano, específicamente en el Caño de Lamedero, el 22 de marzo de 1899.

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Don Manuel Aquino dice que los guariqueños prefirieron llamar esta refriega como la batalla del Morichal de los Lambederos, (término que ratifica y rubrica Pedro Días Seijas), "porque más pueden el uso y la costumbre que las reglas gramaticales". En esta contienda participó el abogado y escritor Rafael Cabrera Malo. Fue hecho prisionero y terminó en la cárcel; pero la experiencia le sirvió de inspiración para escribir sus novelas "El reflejo de los remansos azules" y "La guerra".

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En Lamedero fue derrotado en general Ramón Guerra (era famoso porque hizo prisionero al Mocho Hernández), quien se alzó contra el presidente de la República, Ignacio Andrade.

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Don Eduardo Guevara me refirió que en el lugar histórico solían encontrarse restos de fusiles y proyectiles. Don Teodosio, el último bonguero de Las Mercedes del Llano y muy amigo de mi padre, en sus andanzas comerciales con sus burros y mulas, recogió material bélico, el cual utilizó para erigir un monumento en memoria de los caídos, y aunque no es un dechado escultural castrense, si constituye un gesto de respeto y veneración por nuestra historia regional y un lamento por una tragedia fratricida sangrienta.

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Precisamente don Teodosio me habló de los parajes a encontrar en el camino hacia Lamedero, tal vez sin orden rectilíneo, como suele ser todo en la vida: después de Mejo, Morichalito, Cascón, El Morichal de Simón, El Salao. Te vas encontrar con Agua Blanca, La culebra, el río Mocapra, bueno y Lambedero…

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Una tarde el viejo jeep militar de Tonino nos lleva hasta Lamedero. Con las coordenadas de don Teodosio, convertidas en trazos que pretendían ser mapa, Frank Holder va ubicando los sitios. La carretera levanta piedras y polvo. El carro sin capote hace que nuestros rostros se cubran de amarillo.

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Llegamos al Morichal de Lamedero. Nos recibe don Claro, quien tiene una parcela con animales cerca del caño. Atravesamos un sembradío de piñas, cuyas plantas tienen hojas largas espinosas y frutos pequeños. Las mismas cubren cual alfombra el caño y luego se alzan en una trama casi impenetrable. Pero es necesario caminar entre esa pared vegetal que produce escozor en la piel. Don Claro afirma que el piñal creció luego de la batalla: piñas de las capoteras de los soldados regaron el suelo fértil. Pueden ser también piñas salvajes, pienso. Don Claro conoce los pormenores del combate por tradición oral y empieza el relato:

—Eso fue hace tiempo, cuando en los ejércitos no decían ¡fiiiirmes!, sino ¡arrejunten las patas!



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Edgardo Malaspina

Médico. PhD en Medicina. Docente universitario y poeta.

 edgardomalaspina@gmail.com

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