El sol asomaba sus rayos dorados sobre las montañas aledañas, reflejando su brillo sobre la tierra seca que la sequía había tatuado en las tierras de la Tacarigua de Margarita. Pero ahora, algo vibraba distinto en el conuco del periodista Juancho Marcano, quien con su perro Pipo, sintió al pisar la tierra, el frescor de la lluvia de la noche anterior.
El reportero le preguntó al perro: ¿Sientes lo húmedo, Pipo?"
El peludo Pipo, sintiendo la tierra mojada, exclamó: "Un milagro, Juancho. Un regalo furtivo de la noche. La brisa cantó una suave melodía y las nubes, apiadadas, dejaron caer un llanto escaso, pero suficiente para avivar el espíritu".
Luego, ambos se dirigieron a la sombra frondosa de la mata de mango, que extendía sus ramas generosas como brazos abiertos. Bajo su frescura, se instalaron. Las hojas, antes mustias y polvorientas, lucían un verde renacido, vibrante, salpicado de gotas que el sol convertía en diamantes.
"Mira las plantas, Pipo," dijo Juancho, señalando con la barbilla. "Parecen sonreír. Después de tanta penuria, de tanto aguante bajo un sol inclemente, basta una caricia de lluvia para que la felicidad les brote por cada poro. ¿Será la felicidad tan sencilla como eso, Pipo? ¿Una gota de agua en medio de la sed?"
Pipo, con un suspiro que sonó a profunda reflexión, ladeó su cabeza. "La felicidad, Juancho, es un tesoro volátil para el hombre, pero una condición natural para la vida. Estas plantas no se cuestionan si merecen la lluvia; simplemente la reciben y se regocijan. El hombre, en cambio, la persigue, la analiza, la complica… y a veces, la pierde por buscarla demasiado lejos".
Juancho se rascó la nuca, pensativo. "¿Crees que el ser humano ha olvidado cómo ser feliz, Pipo? ¿O es que nuestra felicidad es diferente, más compleja, por nuestra conciencia y nuestras penas?"
El perro Pipo fijó sus ojos en el periodista. "Mira, Juancho, te voy a recordar un gran pensamiento que escuché una vez. Dice Mario Moreno, el inigualable Cantinflas: 'La primera obligación de todo ser humano es ser feliz, la segunda es hacer felices a los demás'. Y, ¿sabes? Estas plantas, con su renacer tras la lluvia, nos lo recuerdan sin palabras. Ellas son felices, y con su verdor, nos hacen felices a nosotros".
Juancho sonrió, una sonrisa ancha que le iluminó el rostro. "Tienes razón, Pipo. Quizás la primera obligación no es solo nuestra, sino de todo ser vivo. Y el conuco, después de la lluvia, es el mejor testimonio de ello", concluyó el periodista.