Esto no sucedió en Grecia, sino aquí mismo en tierras apureñas. Corría raudamente quizá el año 15 del otro siglo y el sol caía a plomo sobre Cachaguas, allá en lo más profundo del llano apureño, tiñendo de oro los médanos y abundantes palmeras en la sabana. Era un día caluroso, con el aire vibrando por el estridente pitar de las chicharras y el lamento lejano de algún toro cimarrón.
La expectativa era palpable pues se había improvisado un tribunal con juez y todo, bajo un gran toldo de hojas de palmera que ofrecía cobijo del inclemente sol al juez y algunas sillas más. Se iba a tratar el caso de la hacendada Friné, siempre bella, lejana y misteriosa pero conocida por su fortuna en tierras y su extenso hato de ganado bravo, que enfrentaba la acusación de cuatrerismo y el robo de 100 reses a otro poderoso de la región, nada menos que a Pedro Calzadilla.
Murmullos de asombro y reproche se alzaban entre los asistentes, llaneros de sol a sol y sus familias, libertadores sometidos, ajenos a la ley escrita, pero conocedores de la justicia y las costumbres del llano. ¿Cómo una mujer tan rica podía mancharse con tal deshonra? Y esta mujer sin miedo ni a los hombres ni a la ley se había atrevido a meterse con Pedro, nada menos, entre temido y respetado por todos.
El abogado defensor era Pedro Ramón, dicen que traído de San Juan, abogado o leguleyo quien lo sabía, fina estampa y verbo encendido, un hombre que vestía con liquiliqui de lino en contraste con la mayoría de los presentes, se erguía frente al juez. El juez, un hombre recio con la piel curtida por el viento y el sol, se llamaba Don Pío Quintero, y era respetado por su sabiduría y su implacable sentido de la equidad. Y también por su fortuna acrecentada en largos años de oficio judicial.
La defensa de Friné parecía hasta ese momento una causa perdida; las pruebas, que ella negaba, eran contundentes, 100 reses con el yerro de Calzadilla en uno de sus potreros.
Pero Pedro Ramón, con una calma que sorprendía a todos, observó a su defendida. Friné, con su cabellera oscura como noche llanera, recogida en una trenza gruesa que le caía sobre el hombro, y ojos que rivalizaban con un cielo cuajadito de luceros, irradiaba una belleza magnética que a todos hipnotizaba. Llevaba un sencillo pero elegante traje de faena de algodón crudo que no lograba opacar su esplendor, que era como una manta goajira sobre sus hombros.
Pedro abordó con audacia la defensa de Friné diciendo, muchos aquí creen que las mujeres necesitan que otros las ayuden para poder llegar a la riqueza, es que creen acaso que Friné lo necesita, y menos sustraer bienes que no le pertenece, bueno se equivocan y de repente, con un movimiento rápido Pedro Ramón se acercó a Friné y tomando de su hombro el nudo que ajustaba la manta lo deshizo y esta cayo al suelo, revelando un cuerpo femenino perfecto y admirable.
La multitud contuvo el aliento, sorprendida ante la audacia y el cuerpo perfecto de Friné. Un silencio solo roto por el zumbido de algún tábano y el resoplar de un caballo cercano, invadió la sala. Nunca antes se había visto una situación semejante en el juzgado de Chachaguas, Señores", exclamó el abogado con voz resonante, que se amplificaba en el silencio tenso, ¡Miren esta mujer! ¿Acaso creen que una criatura dotada de esta divina belleza necesita robar para alcanzar la riqueza? La belleza de Friné es su mayor fortuna, una riqueza incalculable que abre caminos sin necesidad de hurto. Y si aun así la declaran culpable, ¡yo mismo me comprometo a resarcir el daño! Ofrezco 10 de mis propias reses para compensar la supuesta pérdida. Calzadilla mañana mismo las tienes en la puerta de tu finca ¡Que reine la belleza. No podemos marchitar esta obra perfecta de la naturaleza.
La oferta de Pedro Ramón, estimado por todos, sumada a la visión de Friné, provocó una reacción inesperada. Uno a uno, otros presentes en esta trascendental escena y ante la nobleza del gesto, comenzaron de pronto a alzar la voz. "¡Yo doy diez!" gritó uno. "yo también!" respondió otro. La racha de ofrecimientos creció, que hasta, el juez, se despojó de su sombrero y con un gesto solemne ofreció cinco de sus animales. Los miembros del jurado, hombres curtidos del llano, también aportaron su cuota de ganado. Cuando el conteo final se hizo, la balanza se inclinó de forma sorprendente, la comunidad había ofrecido 130 reses, superando con creces las 100 supuestamente robadas.
El juez, arrebatado por la insólita defensa y con un eco de sabiduría ancestral, alzó su macho de madera dura. El golpe resonó seco. Friné fue absuelta y, además de su inocencia, salió del juicio con 130 reses adicionales en su hato.
La historia de su juicio y la osadía de su abogado son una leyenda en los vastos horizontes de los llanos, que como otras más siguen contándose de boca en boca en cada fogón y en cada atardecer llanero. Para Friné su belleza había sido su absolución, y la generosidad llanera, su fortuna.
17 de junio de 2025