Cuántos sueños anhelados bajo esa llamarada de inciertos horizontes. Sí, estamos locos de esperanzas, vamos en pos de los desafíos, arando en desiertos, en medio de futilidades y ante las incertidumbres de cualquier sacrificio. Morir ilusionado. En definitiva, las luchas también son desgarros interiores.
El milagro de la redención.
Porque para quien conoció la dicha por el honor de su país, no hay muerte mayor que estar en pie mientras dura la vergüenza patria...
De lo cual, quizás lo único que valga la pena sea entregarse sin reposo ni medida contra esa Muerte. Desligarse, estar siempre en medio del laberinto de las caídas, sin aceptar un ápice la fatalidad de la derrota.
Está también la otra vida: ese apostar desde las futilezas con cabeza fría. Ver al mundo en sus creencias y ditirambos chinescos. Como quien no quiere entrometerse, porque el papel es elevar la conciencia a través del dolor, hacer que cada cual llegue al tuétano de su propio hueso moral (y espiritual). Conducirlo al polvo de los calvarios. O del infierno. No puede ser que exista un pueblo que sólo observe de lejos, que todo le caiga del cielo, dedicado a vegetar (BOLÍVAR), a desperdiciar sus vidas sin participar ni decidir en nada. En franca desolación. Como una pamplina. Un soplo. Debemos mantenerlo activo, como un mar con su oleaje incontrolable, bravío, sublime y desafiante. Cada vez más encrespado, siempre con su rumor eterno de clamores y luchas. Listo para entrar en el fragor de las contiendas sin nombre, todavía.
Encontrándonos en cada desafío con Bolívar y Martí, con ellos frente al mar. En la eternidad de todas
las contiendas. Con las columnas de humo a nuestras espaldas.
El alma de un continente jamás entró tan lleno en estos dos hombres. En Martí entró cuando apenas era un niño.
No olvidemos por qué José Martí viene a Venezuela. Conocía la obra inmnesa de Bolívar. Había oído hablar de la guerra federal. De Zamora, de las reformas emprendidas por Antonio Guzmán Blanco. Aún no sabía nada de este gran traidor y ladrón, el que acabrá expulsandolo del Venezuela cuando vea que no lo adula ni le alaba. Recordaba Martí la solidaridad del pueblo venezolano cuando se produce la insurrección de octubre de 1868, en Cuba, del recoconocimiento al derecho de beligerencia de Cuba y posteriormente la legitimidad que Venezuela declara ante el gobierno provicial constituido en Guáimaro.
De cuántas razones puedan darse, sólo una es valedera y es que José Martí quería conocer a la Jerusalén de Latinoamérica, donde había nacido el Padre de la Patria, Simón Bolívar. Quería rendir homenaje a su obra; tener cerca el paisaje abrumador de sus proezas. Bien se sabe que cuando Martí consultó al escritor Nicanor Bolet Peraza sobre su resolución, éste trató de disuadirlo, "mostrándole mi triste avío de proscrito y las laceraciones de mi alma por causa en espíritu idéntica a la gran causa de libertad que a él le animaba. El poder de entonces era opresivo en mi patria. El éxito corruptor, con su mano enguantanda de oro, todo lo acallaba y sólo tenían voz, el ditirambo en la literatura, la denuncia en el periodismo, la loa bizantina en la tribuna. Martí, no obstante, se fue allá..."1
1 "DISCURSO EN CHICKERING HALL, 19 DE MAYO DE 1897". Venezuela a Martí. La Habana, 1953, pags. 41, 42.