Para los que sienten la agitación, nada es nuevo bajo el sol

Para llegar, lo mismo un pueblo que un hombre y mujer, a conocerse, tiene que estudiar de un modo o de otro su historia. No hay intuición directa de sí mismo que valga; el ojo no se ve si no es con un espejo, y el espejo del hombre o mujer moral son sus obras, de que es hijo. Al árbol se le conoce por sus frutos; obramos según somos, y del conocimiento de nuestras obras entramos al de nuestros prójimos por las suyas, puesto que, en resolución, no es cada cual más que el primer prójimo de sí propio. Más como esta inferencia de nuestras obras a nuestro carácter es de todos los días, apenas nos damos cuenta de ella creyendo conocernos intuitivamente, de modo directo. Y, sin embargo, ¡cuántas veces no se dice uno a sí mismo: "no me creí capaz de tal cosa", o "no me reconozco", "soy otro(a)"!

Al comprender el presente como un momento de la serie toda del pasado, se empieza a comprender lo vivo de lo eterno, de que brota la serie toda, aun cuando queda otro paso más en esta comprensión, y es buscar la razón de ser del "presente momento histórico", no en el pasado, sino en el presente total intra-histórico; ver en las causas de los hechos históricos vivos revelaciones de la sustancia de ellos, que es su causa eterna. Pero entre tanto no nos sea esto hacedero con ciencia, será utilísimas e imprescindible la labor de los desenterradores y ajustadores de sucesos históricos pasados, porque es labor de paleontología, luz para enlazar a nuestros ojos las especies vivas hoy y llegar a la continuidad zoológica. Por las causas se va a la sustancia. Sin el paleontológico hiparión no veríamos tan clara la comunidad de la pezuña del caballo y el ala del águila. Y así como la paleontología, capítulo de la historia natural, se subordina a la biología general, así la historia del pasado humano, capítulo de la del presente, se ha de subordinar a la ciencia de la sociedad, ciencia en embrión aún y parte también de la biología. Todo esto es hoy del dominio general, tan corriente que apenas se sienta, pero es, cómo veremos, letra muerta. Son cosas sabidas de sobra y… Dios te libre, de tener razón que te sobre; más te vale que te falte.

El conocimiento desinteresado de su historia da a un pueblo valor, conocimiento de sí mismo, para despojarse de los detritos de desasimilación que embarazan su vida.

En el asunto que nos ocupa aquí, para llegar a lo duradero de nuestro casticismo, a su roca viva, conviene estudiar cómo se ha formado y revelado en la historia nuestra casta histórica.

Detengámonos un poco en esto del pacto, que las reflexiones que nos sugiera, aunque digresivas al pronto, afluirán al cabo a la corriente central de esta meditación. La doctrina del pacto, tan despreciada como mal entendida por paleontólogos desenterradores, es la que, después de todo, presenta la razón intra-histórica de la patria, su verdadera fuerza creadora, en acción siempre.

Lo mismo que tantos pueblos han proyectado en sus orígenes su ideal social, Rousseau proyectó en los orígenes del género humano el término ideal de la sociedad de los hombres: el contrato social. Porque hay en formación, tal vez inacabable, un pacto inmanente, un verdadero contrato social intra-histórico, no formulado, que es la efectividad constitución interna de cada pueblo. Este contrato libre, hondamente libre, será la base de las patrias chicas cuando éstas, individualizándose al máximo por su subordinación a la patria humana universal, sean otra cosa que limitaciones del espacio y del tiempo, del suelo y de la Historia.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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