¡Que le dejen vivir en paz y en gracia de Dios!

—"Todos estamos mintiendo al hablar de regeneración, puesto que nadie piensa en serio en regenerarse a sí mismo. No pasa de ser un tópico de retórica que no nos sale del corazón, sino de la cabeza. ¡Regenerarnos! ¿Y de qué, si aun de nada nos hemos arrepentido?"

¡Qué le dejen dormir y soñar su sueño lento, oscuro, monótono, el sueño der su buena vida rutinaria! ¡Que no le sacrifiquen al progreso, por Dios, que no le sacrifiquen al progreso! ¡A, si volviese otra vez a aquella hermosísima Edad Media, llena de consoladores ensueños; a aquella edad que fue la de oro para el pueblo que trabaja, ora, cree, espera y duerme! Entonces le vivificó para siglos la grandeza de su idiotismo.

¿Qué es un progreso que no nos lleva a que muera cada hombre y mujer más en paz y más satisfecho de haber vivido? Suele ser el progreso una superstición más degradante y vil que cuantas a su nombre se combaten. Se ha hecho de él un abstracto un ídolo, un Progreso con mayúscula. Es el terrible fatum, el hado inhumano del ocaso del paganismo, que, encarnado en Evolución, reaparece a esclavizar las almas fatigadas.

Sólo se comprended el progreso en cuanto libertando de su riqueza al rico, al pobre de su pobreza y de la animalidad a todos, nos permite levantar la frente al cielo y, aliviándonos de las necesidades temporales, nos descubre las eternas. ¡Sí, todo a máquina, todo con el menos esfuerzo posible; ahorremos energías para reconcentrarlas en nuestro supremo interés y nuestra realidad suma! Pero del progreso real y concreto, que es un medio, hacemos progreso ideal y abstracto, fin e ídolo. ¡Progresar por progresar, llega a la ciencia del bien y del mal para hacernos dioses! Todo esto no es más que avaricia, forma concreta de toda idolatría hacer de los medios fines.

Elevó entonces un himno a la libertad, reputando venturo a aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo, y se encontró en seguida con una docena de labradores que llevaban unas imágenes de talla para el retablo de su aldea. ¿No crees, que hay por ahí muchas almas solitarias a las que el corazón le pide alguna barbaridad, algo de que revienten? Ve, pues, a ver si logras juntarlas y formar escuadrón con ellas y ponemos todos en marcha. Y nuestras almas se convertirán en luz, y fundidas todas en la estrella refulgente y sonora subirá ésta, más refulgente aún, convertida en un sol, en un sol de eterna melodía, a alumbrar el cielo der la patria redimida.

Así como el amor a la muerte y el sentimiento de que es ella el principio de nuestra verdadera vida no debe llevarnos a renunciar violentamente a la vida, al suicidio, puesto que la vida es una preparación para la muerte, y cuanto mejor la preparado, así tampoco el amor a la sabiduría debe llevarnos a renunciar a la ciencia, pues esto equivaldría a tanto como un suicidio mental, sino a tomar la ciencia como una preparación, y no más que como una preparación, y no más que como una preparación a la sabiduría.

—A fuerza de oír himnos a la ciencia y a la vida, me han hecho cobrarles desconfianza y tal vez horror, y amar la sabiduría de la muerte, la meditación que, según Spinoza, no medita el hombre libre, esto es, el hombre feliz.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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