El covid-19: monstruo de dos cabezas (una re-lectura para comprender y transformar el mundo postpandémico)

La imagen del nuevo coronavirus que conocimos a través de los medios fue el de un demonio suelto, capaz de llevarse en los cachos a personas atravesadas en su camino. La pandemia provocada por este "peligroso" animalito llevó a los gobiernos del mundo a encerrar a sus conciudadanos con medidas sanitaristas (cuarentena, distanciamiento social) e higienistas (tapabocas, lavado de mano, etc). La tragedia social desatada en cada lugar por donde pasaba esta miniatura biológica hizo que se le considerase- de modo equívoca, a mi juicio- una especie de monstruo.

Ahora bien, si miramos las cosas de una perspectiva menos superficial, encontramos que el covid, si es que es un monstruo, éste es bicéfalo: la primera cabeza (la más visible a primera vista), es la de un lobo feroz, y la segunda (la más oculta, que los medios no muestran), es la de una lechuza.

La primera cabeza, hasta ahora la visible cada vez que ataca sin piedad, viene simbolizada como un demonio o lobo enfurecido. Unas veces se nos muestra contagiando a millones y matando a miles de seres humanos en todo el mundo, en muchos casos provocando ansiedad y otros desórdenes mentales, otras veces dejando a millones de trabajadores sin empleo porque sus dueños cierran sus empresas, y en otras desarticulando los sistemas sanitarios, entre otras afectaciones proporcionadas por la pandemia.

Entre tanto la otra cabeza, la de la lechuza- la que permanece oculta- representa un simbolismo de iluminación, tal como el sol que vence la oscuridad y por tanto tiene el don de desocultar y de comunicar (mensajero). A través del poder mítico de esta ave misteriosa, el covid ha hecho una deslumbrante radiografía mostrando los enormes agujeros del actual sistema mundo capitalista.

El primer agujero puesto al desnudo, al poco tiempo de haberse producido la pandemia, fue el sistema público de sanidad o salud prácticamente decadente (escaso equipos logísticos, medicamentos y personal médico para tratar la enfermedad), incluso en aquellos países que una vez gozaron de un Estado de Bienestar.

Una vez puesto en práctica las medidas de cuarentena y confinamiento obligatorio hizo relucir un segundo agujero: la pobreza camuflada. Descubierta tan pronto que las personas despedidas de su empleo y trabajadores por cuenta propia, al cabo de pocas semanas, no recibieran salarios o ingresos. La evidencia de una incapacidad para ahorrar desempolvó el concepto de ingreso mínimo vital o renta básica universal para todo el mundo, trabaje o no.

Pero quizás el agujero más grande descubierto por esta bondadosa lechuza fue el de una ciudad invivible, por la crisis material y simbólica de la vivienda (falta de viviendas dignas para pasar el confinamiento, sino para vivir humanamente), por su alta contaminación, discriminación socio-racial, discriminación por edad (edadismo), entre otras lacras o miserias sociales engendradas por este sistema social injusto.

Una incorrecta interpretación del coronavirus ha llevado a muchos gobiernos a creer que "la rosa siempre es rosa"; y se han apresurado a un regreso a la normalidad o reseteo de la vida pospandémica, sin que se tenga presente que el coronavirus no sólo posee una cabeza -la del león, que destruye al que se le atraviesa-, sino que tiene otra, la de la lechuza, clave para alumbrar el camino a seguir para producir las transformaciones necesarias en nuestras sociedades.

Corolario: No se debe botar el agua sucia de la bañera con el bebé adentro.



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Francisco Hernández

Profesor universitario

 franc2604@gmail.com

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