Hoy yo soy el toro

Siento que voy a morir. No quisiera quemarme en el fuego del infierno, pero siento que voy a morir.

Los justos siempre pagan las deudas de los pecadores, y estoy ardiendo en los recuerdos de un bíblico futuro, que desangrará su cuerpo y su alma en una monumental plaza de toros.

El destino me obliga a redimir las pasiones, y los corazones rotos brillan en una noche de algarabía popular, donde todos revientan el sentimiento de los más inocentes, y traicionan los sueños de un ángel caído en santa desgracia.

Las palabras son como las banderillas, pueden apuñalarse con el paso del tiempo, y no hay palabra que describa la rabia de predecir la muerte, porque las rosas y las espinas necesitan aplaudir el arte del asesinato, para que una oreja se pierda en el sonido de la triste impunidad, y para que un rabo se acostumbre a saborear las mieles del fracaso.

Estoy enfermo por la enfermedad de un pueblo, que sonríe con las idas y vueltas de un tremendo mamífero, que no distingue el malévolo bien y el agraciado mal.

Estoy sanando las clásicas heridas de un pueblo, que obliga a sacrificar mi instinto de supervivencia, para llenarse de regocijo por mi legendaria obediencia.

Estoy arrodillándome a los pies de un perverso pueblo, que se alegra con los infinitos pinchazos de las espadas, que van penetrando el espíritu de mi ser.

Agonizando como un cadáver que huele a melancolía, y que recibe los salvajes castigos de un maldito torero, que me torea como si fuera un toro de arlequín.

Me pisotean, juegan conmigo, se burlan de mi humildad, rompen el cariño de un abrazo, y ni siquiera oyen mis furiosos gritos de dolor.

Sufriendo el martirio de una maldita tradición hispana, que me hace vomitar la sangre del pasado, como un animal cebado para ser el cordero de dios.

Naciendo en una vida que jamás comprendí, y donde las lágrimas en el ocaso de mi amargura, no perdonan las equivocaciones de un cuerno ungido en misericordia.

Cabalgando las mentiras sin un centavo en los bolsillos, y compitiendo contra el maldito cáncer de la tauromaquia, que arruina la última gota de amor del prójimo, para convertir a los fariseos en los hijos predilectos del Diablo, y para transformar a los samaritanos en los hijos predilectos de Satanás.

Así como ellos disfrutan el arte de matar por la espalda, yo podría disfrutar el arte de cornear por el frente.

Soy valiente, usted lo sabe, y por eso necesita verme tropezar. Soy inteligente, usted lo sabe, y por eso necesita humillarme en la arena. Soy libre, usted lo sabe, y por eso necesita matarme con el verbo de la irracionalidad.

Yo pudiera cornearlos a todos. Un poquito de justicia en el burladero, en medio de tanta injusticia en el ruedo. Sería un placer cornear a los toreros, sería un placer cornear a los empresarios, y sería un placer cornear a los espectadores.

Sería tan fácil cruzar las fronteras, y cambiar las páginas de la historia. Tengo la fuerza para destrozar el péndulo de los esclavos, y tengo la histeria para reconstruir la felicidad de los esclavizados.

La rebelión de los caballos me pertenece, y la ola que despierta el clamor de los ineptos, podría justificar mi única tabla de salvación.

Seguro que por mi violento atrevimiento, voy a recibir un festival de balazos dentro de mi estómago, para recordar la legendaria agresividad de una terrible Humanidad, que nunca respeta el bendito derecho a la vida humana, y que jamás respeta el bendito derecho de la vida silvestre.

Yo no tengo derechos legales ni constitucionales. Recuerden que soy una bestia. No pienso, no comprendo, no existo. Estoy condenado a una noche de tequilas, a una tarde de flamenco, y a una madrugada de arepas operadas.

Mi vida es un capricho de tu vida, y cuando la chinita quiere sentirse más virgen que María, entonces las campanadas del egoísmo y el dinero de las iglesias, se unifican para publicitar con bombos y platillos una espectacular fiesta taurina, donde los payasos se divertirán con la naturalidad de la funesta gaita zuliana, y donde los borrachos se deleitarán con la excentricidad de mi último suspiro andino.

Si me comporto bien en el ruedo, de todas formas seré el hazmerreír del pueblo. Si me comporto mal en el ruedo, de todas formas seré el hazmerreír del pueblo.

El tonto que poetiza cuando todos duermen. El tonto que escribe cuando todos bailan. El tonto que cornea el llanto en absoluto silencio.

Pero la ignorancia no puede remediarse con más ignorancia. Prefiero ser la ensombrecida genética del ciego, y confundirme con tantos brillantes colores en el firmamento, antes que cambiar el sagrado rumbo de mi eterno Universo.

No soy perfecto, pero he aprendido a cambiar la ironía por la justicia. Soy como un toro, pienso antes de hablar, y hablo después de pensar.

Usted dice que todo tiene solución en la vida, y luego se queda preso en su propio orgullo. Yo digo que todo tiene solución en la vida, salvo la muerte de un animal que no merecía morir.

Yo sé que voy a morir. No tengo escapatoria. Los toros somos analfabetos. No sé leer los labios de mi cónyuge. No puedo predicar el evangelio. No soy culto como usted.

Hay huérfanos que abogan por mi noble causa, pero el apellido de mi padre es un encierro tan oscuro, que no puedo correr desnudo por las calles de Pamplona.

Todos vamos a morir. Allí encuentro un poco de sosiego. Hoy convierto al torero en epíteto de valentía, y hoy convierto mi crisis en la cobardía del torero.

Yo sé que no me entiendes, porque en el fondo del abismo taurino, todos somos el intelecto de un mismo toro.

No tengo el corazón de piedra. Estoy petrificado en la soledad de una jaula, sabiendo que en quince minutos seré polvo africano. No es fácil prepararse y vestirse para la muerte. Ponte en mi lugar, ponte en mis zapatos, ponte en mis manos.

Déjame vivir mi vida, así como la vida te ha permitido vivir tu vida. No tienes que matarme, porque tus papás me mataban. No tienes que matarme, porque tus abuelos me mataban. No tienes que matarme, porque tus ancestros me mataban.

En la villa del Señor hay espacio para los Seres Humanos, hay espacio para los tigres, hay espacio para los perros, hay espacio para los delfines, hay espacio para los osos, hay espacio para las abejas, y también hay suficiente espacio para los toros.

No tengo que ser un objeto de diversión, para que los santos te concedan un milagro. No tienes que ridiculizarme en una plaza de toros, para que te sientas poderoso y exitoso. No tienes que desmembrar mi organismo, para recibir la euforia de un aplauso.

No me importa ser el indefenso animal que recibe la injusta guillotina, porque desde mi infancia he sido la cosa que todos pueden manipular y amordazar, para aliviar los témpanos de hielo que se divorcian en la cama.

Pero me duele saber y reconocer, que niños y adolescentes pierden su salud mental, pierden la capacidad de amar, y pierden la belleza de la tolerancia, por culpa de una maldita tradición que no se puede cambiar, por culpa de un maldito patronato que no se puede olvidar, y por culpa de un maldito libertinaje que no se puede cambiar en paz.

Recuerde que ir a los toros no es simplemente ir a los toros. Ir a los toros, es asistir a un macabro evento donde se asesina a un ser vivo, que en la cautividad de un pan y circo magistralmente orquestado, es engañado por la crueldad de un hombre sin gallardía.

Durante siglos mis hermanos de raza han desaparecido, por culpa de la miserable mentalidad del hombre sin gallardía, que nos sorprende con su milenaria creatividad en las corridas, en las novilladas, en los rejoneos, en los encierros, y en los velatorios.

Yo quisiera dejar mi barca y buscar otro mar, pero solo puedo ahogarme en las arenas movedizas de un desierto, que no tiene sabiduría y que no tiene riquezas.

A veces no quisiera ser un toro. Me siento incomprendido, débil y frustrado. A veces siento que soy un maldito. Quizás no soy un toro. Tal vez la suciedad de la sociedad me convirtió en un toro.

Un solitario toro que no tiene fuerzas para seguir viviendo. Un toro que camina sin conocer el camino. Un toro que muy pronto cometerá el suicidio.

Prefiero ponerle punto final a mi vida, antes que un torero decida el epílogo de mi vida.

Aunque estoy golpeado, no perderé mi dignidad. Voy a vencer los obstáculos, y pese a que tengo miedo de lo desconocido, estoy confiado en la compasión del rey del azulado cielo, que no me abandonará como la hoja seca de un árbol.

Imagina a un toro bajo la lluvia. Imagina a un torero bajo la lluvia. Imagina a un torero matando a un toro bajo la lluvia.

Hemos perdido la genuina virtud de imaginar, y por eso sentimos gozo y satisfacción, cada vez que un torero asesina a un toro.

Piensa que la lluvia son las promesas, piensa que el torero son los años, y piensa que el toro es el tiempo.

Cuando jugamos con el tiempo, las promesas se olvidan con el paso de los años.

Olvidar un negativo acervo cultural que inventó la tauromaquia, y cultivar un positivo horizonte de respeto a todos los animales.

Si un toro puede regalar filosofía, imagina qué podría regalarnos la Humanidad.

Yo sé que estoy divagando en altamar. Pido disculpas. Estoy un poco nervioso y desesperado, porque percibo la algarabía de los miles de fanáticos taurinos, que esperan con gran emoción y con sus cámaras fotográficas, observar mi colorida muerte en primera fila y en alta definición.

Es difícil estar tranquilo, cuando sabes que la muerte es inevitable. No voy a maldecirlos, no voy a insultarlos, no voy a lastimarlos.

Seré otra oveja de un mismo rebaño, y seré otra oveja de un mismo pastor.

Entraré en la escena del crimen taurino, y soportaré la corona de espinas, los clavos del madero, y la libertad de la cruz. No se hará mi voluntad, se hará la voluntad.

Estoy consciente de las consecuencias de mis actos. Podría luchar con las garras y con los dientes, pero soy el animal más pacífico y más pacifista del Mundo.

Voy a recibir la cárcel sin haber robado, voy a recibir un tormento sin ser tormenta, voy a recibir la ley sin doblegar mi fe, voy a recibir las tinieblas sin mirar atrás, y voy a recibir la santa eucaristía en tu santo nombre.

Ya estoy en el ruedo taurino. No puedo creerlo, pero me siento feliz y calmado. Es como si no tuviera nada que perder, pero tengo muchísimo que ganar.

Me siento hipnotizado. No puedo dejar de correr, me detengo, y vuelvo a galopar. Todo es confuso, pero divertido.

Me acaban de apuñalar en el lomo, quizás fue mi culpa por correr tan rápido en el ruedo, pero simplemente no puedo detenerme.

Otra vez me acribillaron por la espalda, tengo una herida abierta y me estoy desangrando, pero simplemente no puedo detenerme.

Acabo de recibir diez perforaciones corporales, me atacaron por los costados con afilados cuchillos de carnicero, definitivamente estoy muy mal herido, y casi no puedo correr ni moverme.

Estoy sufriendo el más endemoniado calvario, necesito un poquito de perdón, un poquito de piedad, y un poquito de caridad.

Otra vez me apuñalaron por la espalda, estoy totalmente recubierto de sangre, casi no puedo respirar, me siento a punto de morir, y no tengo fuerzas para seguir corriendo.

El dolor de las punzantes banderillas es insoportable, no voy a recibir indulto porque no hay clemencia divina, y la esposa del alcalde repite una y otra vez ¡Ole! ¡Ole! ¡Ole!

Estoy muerto, no pude resistir la mortífera estampida de mi brillante verdugo. Mis gemidos dentro del laberinto fueron silenciados, por la avasallante alegría de la mediocre muchedumbre.

No sé dónde estoy, ya no siento el peso de mi cuerpo, tengo alas y creo que estoy volando, como una pluma en el oasis del domingo.

Veo muchísimo fuego a mi alrededor. Todo es rojizo, caluroso, sofocante. Escucho un escándalo de voces, que no me permiten pensar con claridad.

Quiero dormirme para cicatrizar las heridas, pero aquí también es imposible dormir. Es como mi casa en Maracaibo, pero sin los reclamos de los gallegos.

Solo puedo escribir. Escribir como un loco. Escribir como lo que siempre fui.

Quisiera pedir ayuda, pero llevo tres décadas sin recibir ayuda. Quisiera pedir auxilio, pero llevo tres décadas sin recibir auxilio. Quisiera pedir socorro, pero llevo tres décadas sin recibir socorro. Quisiera ser algo, pero llevo tres décadas siendo nada.

No hay nada peor que la nada. Y decidí quedarme sin nada, para acabar en el infierno.

Supongo que los empresarios taurinos, tienen una lujosa habitación reservada en el cielo. Supongo que los brillantes toreros, tienen una lujosa habitación reservada en el cielo. Y supongo que todos los fanáticos taurinos, tienen un lujoso estadio de fútbol reservado en el cielo.

Supongo que por hacer el mal, ganas el cielo. Y supongo que por hacer el bien, ganas el infierno.

Yo quería ser un toro distinto al resto de los toros, pero terminé siendo la peor pesadilla de todos los toros.

Un toro sin amigos, sin sueños, sin futuro, sin amor, sin pantalones, sin olor, sin nada.

Nada. Estoy cansado de esa maldita palabra. Nada.

Realmente me convertí en un toro. Siento la misma desesperanza que siente un toro, cuando es injustamente crucificado por la ignorancia de un pueblo taurino, que no se cansa de escupirlo, de traicionarlo, y de asesinarlo para el júbilo de los presentes.

Son casi las once de la noche, y no quiero dejar de escribir, porque si cierro los ojos, recordaré todo el sangriento sufrimiento, que no quiero volver a recordar.

Prefiero seguir siendo un toro.

Nada por decir y nada por hacer.

Hoy yo soy el toro.



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Carlos Ruperto Fermín

Licenciado en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, LUZ. Ekologia.com.ve es su cibermedio ecológico en la Web.

 carlosfermin123@hotmail.com      @ecocidios

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