Venezolanidad en la Historia

Muchas veces hemos asistido a foros donde se discute el porvenir de Venezuela y de nuestra América como si los factores en juego dependiesen exclusivamente de ritmos internos, ajenos a influencias exteriores. En ningún momento podemos ni debemos olvidar que nuestro destino depende de nosotros mismos, hay una buena cuota que depende del equilibrio internacional: en dos platos, de las relaciones entre Gringolandia y Rusia. El día que se rompa ese equilibrio, bailaremos al son que nos toquen.

Es un poco triste, pero es la pura verdad. Así ha sido siempre y así será. Si no pelamos los ojos y estamos prestos a defender nuestros valores y costumbres, y en cierta forma exigiéndoles a los extranjeros (especialmente, a los colombogranadinos) que los respeten, estamos expuestos a convertirnos en una especie de Puerto Rico, mundo sin identidad, sin continuidad, que por no ser de nadie y ser de todos, un día puede amanecer siendo de alguien, como fue el caso de Hawái.

“Don Miami”, este sujeto padece de inmediatez. No es capaz de ver más allá de sus narices. Es el más típico representante de su espacio y de su tiempo. Es verdugo de ideales, desfacedor de sueños, escépticos esterilizador de la esperanza, con su lanzallamas de Gran Inquisidor llamando locura todo aquello que se aleje de su mirada cuenta bultos. El verdadero enemigo del progreso en Venezuela es este mascarón de proa que ha sobrevivido a toda la historia de Venezuela. Ha llegado la hora de desenmascararlo, para que cada vez que se haga sentir se le lance como anatema su nombre propio:

Don Miami dice: Eso de modificar las estructuras sociales es una locura.

La historia del pueblo venezolano es una larga secuela de sufrimientos y decepciones desde el momento mismo en que nos abrimos paso en la historia. Todos los opositores de los malos gobiernos que hemos tenido en doscientos y pico de años prometen el oro y el moro para cuando ellos agarren la sartén del mango. Dos gobiernos lucharon por la Independencia y la libertad: El del Libertador y el Comandante Chávez.

Luego de dos siglos de continuos fracasos, el pueblo ha comenzado a preguntarse muy severamente: ¿La culpa de este desastre la tendrá el gobierno o nosotros mismos?
Aunque esta frase ha sido muy criticada por los demagogos, todos sabemos que es absolutamente cierta, y ya hemos insistido lo suficiente sobre el particular como para abundar en pruebas. Conocernos mejor… Hacer un inventario de nuestras virtudes y de nuestros defectos y echarle pichón a la cosa.

La única forma de corregirnos es conocer nuestros defectos… Ya el país pareciera ser que no da para más… Estamos convencidos de que si no hacemos un esfuerzo sobrehumano, todos nos vamos a ir usted sabe a dónde… Ya estamos hasta la coronilla de tantos embustes; estamos urgidos de saber la verdad…

El pueblo venezolano es una esponja que absorbe con fruición y deleite toda observación crítica sobre sus defectos y debilidades. ¿Por qué este rasgo tan positivo de nuestra personalidad básica no lo toman más en cuenta nuestros dirigentes, en vez de estar llamando Casandras del desastre a los que con muy buena intención y amor a su pueblo dicen: “Párense un momento, amigos, y además de saber, como quiere el censo, cuántos somos, que sepamos también quiénes somos”…?

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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