Cristianismo artificial

Parece que Dios no escucha a aquellos que le llaman con demasiada impetuosidad y sin esperar, con humilde sumisión, a que sea la voluntad divina el revelárseles. No basta pedir una fe; para él, eso no es suficiente: la ha de tener en seguida; la necesita inmediatamente en sus manos, dispuesta, lista y afilada como un hacha para talar toda esa espesura que le rodea de duda e incertidumbre. ¿Cómo puede uno convertirse, de la noche a la mañana, en un ser compasivo, bondadoso, franciscano, cuando uno ha vivido ochenta años contemplando despiadadamente el mundo con ojos de fascista, con ojos de nihilista; cuando uno se ha sentido importantes y egoísta? ¿Cómo es posible torcer una voluntad de acero con un solo esfuerzo de amor al pueblo? ¿Cómo aprender una fe, de pronto, y fundir su propio "yo" en una fuerza superior y ultramundana? Se comprende que hay que ir a aprenderla en aquellos que tienen una fe o pretenden tenerla, en la Iglesia que tiene el anillo de Cristo en sus manos, desde hace más, de dos mil años. El aire de la Iglesia le resulta humo de incienso, aire vacío y helado para nuestra alma aterida, y pronto cierra la puerta que le separa de los creyentes ortodoxos; está decepcionado. No, la Iglesia no tiene la Verdad; es más, ha malgastado el agua de vida, la ha dejado escapar, la ha falsificado. Por eso: "tal vez los filósofos, los pensadores, sepan algo más acerca del sentido de la vida".

Toda esa gente no tiene más medios de ver el mundo, es decir, la pobre razón dolorida; todos esos hombres y mujeres o saben nada sino que sólo preguntan; son hombres y mujeres impacientes de un Dios, pero no descansan en la paz de Dios. Crean sistemas para el espíritu, pero no una pa para los espíritus inquietos; dan ciencia, pero no consuelo.

Si, ignorantes, es decir, no deformados por las lecturas, los pobres, los dolientes, los pacientes que trabajan la tierra sin quejarse y que se acuestan en un rincón, como si fueran animales, cuando sienten venir la muerte. Esos que no dudan porque no piensan, la sancta simplicistas, ésos deben tener algún secreto, si no, no se entregarían tan completamente ni se doblarían sin sublevarse para poner el cuello bajo el yugo. Esos deben saber algo dentro de su obscuridad, ésos deben saber lo que la ciencia no sabe, porque, si bien han quedado atrás en inteligencia, deben estar delante de nosotros en fuerza de espíritu. "El modo como nosotros vivimos es falso; el modo como ellos viven es verdadero", por eso les es posible ver a Dios, que surge de su misma vida paciente, mientras que el ansia de saber de nuestro espíritu, le aleja de nuestro corazón. Si esos pueblos no tuvieran un consuelo, una hierba mágica, no podrían soportar una vida tan penosa y miserable con ese ánimo con que la soportan; bajo esa carga abrumadora de su existencia, deben esconder una fe, algo que les ayude a no caer rendidos bajo esa pesada carga y, por eso, a todo un pueblo de espíritu le ha de acometer el ansia, la impaciencia, por descubrir ese arcano. Sólo de ellos, sólo del "dios-pueblo", de los sencillos, de los obscuros, de los que trabajan como bestias, puede aprenderse la verdadera vida; sólo de ellos es dado aprender la paciencia y la tranquilidad en el duro destino y en la Muerte, todavía más dura.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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