¡Muero porque no muero!

"Siendo un problema estrictamente individual, y por ello universal, nos vemos forzados a exponer brevemente las circunstancias de índole personal privada en que este escrito que se te ofrecemos, lector, ha sido emprendido".

Y aquí estriba la tragedia. Porque la verdad es algo colectivo, social, hasta civil; verdadero es aquello en que convenimos y con que nos entendemos. Y el cristianismo es algo individual e incomunicable. Y he aquí por qué agoniza en cada uno de nosotros.

Somos partidario acérrimo de la idea de que el grande Hombre no es el hijo de su época, sino su "sufrelotodo", exige del educador que instruya a sus discípulos en oposición con su época.

Y es cosa de meditar que la leyenda bíblica, la del Génesis, dice que la muerte se introdujo en el mundo por el pecado de nuestros primeros padres, porque quisieron ser como dioses; esto es, inmortales, sabedores de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia que da la inmortalidad. Y luego, según la misma leyenda, la primera muerte fue una muerte violenta, un asesinato: el de Abel por su hermano Caín. Y un fratricidio.

Son muchos los que se preguntan cómo suelen morirnos; si son muertos por otros o mueren por eso que llama muerte natural, acostándose en un rincón a morir solos y en soledad, como los más grandes santos. Y como ha muerto, sin duda, el más grande santo de todos los santos, el santo desconocido —primeramente— para sí mismo. El cual acaso nació ya muerto.

La vida es lucha, y la solidaridad para la vida es lucha y se hace en la lucha. No me cansaré de repetir que lo que más nos une a los hombres unos con otros son nuestras discordias. Y lo que más les une a cada uno consigo mismo, lo que hace la unidad íntima de nuestra vida, son nuestras discordias intimas, las contradicciones interiores de nuestra discordias.

Y si esto es la vida física o corporal, la vida psíquica o espiritual es, a su vez, una lucha contra el eterno olvido. Y contra la Historia. Porque la Historia, que es el pensamiento de Dios en la tierra de los hombres, carece de última finalidad humana, camina al olvido, a la inconciencia. Y todo el esfuerzo del hombre es dar finalidad humana a la Historia, finalidad sobrehumana, que diría Nietzsche, que fue el soñador del absurdo: el cristianismo social.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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