Acto seguido después de las parlamentarias del 6D, nos llamamos a la reflexión. Como eso hago, la continuaré. Seguidamente, les presento mi análisis sobre estos comicios.
Lo primero es que me siento orgullosa del comportamiento del chavismo, de ese voto duro concretado en 55 curules en la AN; y de nuestro presidente, por el rápido reconocimiento de los resultados del CNE.
Lo anterior no lo esperaban los opositores quienes se quedaron sin discurso, y con las ganas de llamar a sus seguidores a descargar la arrechera. Como no tenían qué decir, Ramos Allup arremetió contra la ANTV; Chúo Torrealba y Julio Borges, hablaron de suspender las pensiones por tres años; Fedecámaras, la Ley de Precios Justos; y Consecomercio, la LOTTT porque molesta a los empresarios.
Haciendo un poco de historia, cuántas veces la oposición gritó fraude, en el referéndum del 2004 que ratificó a Chávez; luego, en las legislativas del 2005, llamaron a la abstención, arguyendo falta de confianza en el sistema electoral, hasta las antepasadas elecciones del parlamento del 2010, que lanzaron una tesis de menos diputados por más votos. Su discurso ha sido atribuir su derrota a resultados fraudulentos. Menos ahorita, por razones obvias.
Lo segundo es que, como hablaban de robo electoral, jamás se sentaron a reflexionar cuál era el motivo por el que perdían. Al contrario, desde que supimos los resultados, nos llamamos al análisis y a la rectificación, hasta que llegamos esencialmente a dos causas: la abstención de casi dos millones de chavistas y el triunfo de la guerra económica.
Esta es la segunda derrota. La primera fue el Referéndum constitucional de 2007, cuando Chávez, como ahora Maduro, llamó a la revisión, y qué obtuvimos, la mayoría de la AN del 2010 y la victoria presidencial del 2012. Por ello, mientras haya rectificación, también habrá revolución.
