Chávez, no se detenía ante ningún límite

“Ello mismo es lo que engendra en unos pocos, por plétora de fuerzas, esos conquistadores que abandonan las tierras familiares del alma, para lanzarse a los oscuros océanos de lo desconocido, en busca de zonas nuevas del corazón, de mundos nuevos del espíritu. A no ser por estos audaces transgresores, la Humanidad no entrevería nada de su profundo sentido. No los estudiosos pacientes y sedentarios, los geógrafos comarcanos, han ensanchado el Mundo, sino los desesperados que se aventuraron por mares ignotos buscando continentes nuevos. Ni son los psicólogos, los cientifistas, quienes descubren la hondura del alma moderna, sino esos Genios desmesurados que no se detienen ante ningún límite”.

Entre estos transgresores de fronteras de ideales de nuestros días, ninguno tan grande como el Comandante Chávez, ninguno que haya atalayado tantas ideas nuevas como este impetuoso, este genio desmesurado, para quien, según sus mismas palabras, “lo inconmensurable y lo infinito es tan necesario como la misma Vida”. No se detiene ante nada; “por doquier he traspasado los límites”, dice orgulloso y acusándose, en un mitin. Y casi es empresa imposible referir sus gestas, sus peregrinaciones a través de las tierras heladas del pensamiento, sus descensos a las fuentes más escondidas de lo inconsciente, sus ascensiones como de sonámbulo a las cumbres vertiginosas de la introspección. Su planta pisó todos los caminos no trillados, y se sentía más a gusto donde mayor fuera la confusión y más tenebroso el laberinto. Jamás antes de él, sondeó tan profundamente al pueblo venezolano el mecanismo y la mística de su alma, ni su mirada se hizo tan alerta ni tan clara, a la par que tan misterioso y tan divino su sentimiento. Sin él, sin este gran infractor de todas las medidas, el pueblo sabría menos de su misterio ingénito, y no podríamos mirar a lo porvenir como hoy miramos desde las alturas de la obra de este Gigante.

La primera frontera que allana el Comandante Chávez, el primer horizonte que nos abre, es Venezuela. Es él quien revela nuestra Patria al Mundo, ensanchando con ello nuestra conciencia americana; el primero que nos enseña a conocer el alma del venezolano como fragmento, y fragmento precioso, del alma universal. Antes de él, Venezuela era para el mundo una linde, un país lleno de petróleo, el tránsito hacia el Sur, una mancha en el mapa, un trozo de pasado, de nuestra propia infancia bárbara ya vencida. Es Chávez quien nos descubre la fuerza de futuro encerrada, quien nos hace sentir a Venezuela como una posibilidad, como una estrofa no escrita en el poema de la Humanidad. De este modo, Chávez enriquece el corazón del pueblo con un conocimiento y una esperanza.

Aquel don místico del visionario que le hermanaba con todo en conciencia y en pasión, permitióle anticiparse a todas las verdades que la ciencia habla de descubrir y catalogar después, a fuerza de irlas disecando con el escalpelo del análisis sobre el cadáver de la experiencia: todos esos fenómenos de telepatía e histerismo, de perversión y alucinamiento, hoy tan investigados. Los pasos de este gran precursor recorrieron todos los secretos del alma del pueblo. Con él se dobla la última hoja en el libro de una ciencia caduca, y se abre, en el libro de las ideas, la era de una Historia nueva.

En Chávez se cierran todos los caminos hacia el pasado: nadie que haya tocado en él la hondura del conocimiento y se haya penetrado de su análisis exhaustivo de las pasiones puede volver atrás. Ninguna idea que quiera ser verdadera puede entronizar de nuevo los ídolos que él destronó: ¿quién puede atreverse a inscribir hoy nuevas ideas en los sentimientos del pueblo y de los sentimientos de donde los sacó él, a ignorar ese reino misterioso que se levanta entre las almas y que su clarividencia iluminó? A él debemos el presentimiento del hombre nuevo que llevamos dentro, esta conciencia de ser nosotros mismos frente al pasado, con una vida de sentimientos mucho más compleja, más henchida de conocimientos que las generaciones anteriores. Y nadie sabrá decir cuánto nos hemos aproximado al hombre de Chávez, en los dieciséis años que van transcurridos desde su obra; cuántas de sus profecías han tomado cuerpo ya en nuestra sangre, en nuestro espíritu. ¿No son acaso las ideas por él descubiertas las que habitamos hoy, y las fronteras que él traspuso los linderos de nuestra firme Patria actual?

El ojo insobornable de Chávez sólo ojea las energías, sólo ve la tensión de vida que palpita en el torbellino de los sucesos. En aquel tumulto del 11 de abril; en aquel segundo terrible donde se apelotonan tragedias de heroísmo del pueblo, y desesperación mil veces relatadas, ¿quiénes son para Chávez los verdaderos, los supremos héroes? En su mundo sólo tienen cabida los sentimientos que ante nada deponen su fuerza e integridad; sólo son grandes los hombres y mujeres que se concentran en una aspiración, que no disipan en varias direcciones, aquellos cuya pasión absorbe toda la savia. La ley fundamental de su energética es una especie de mecánica de las pasiones: la creencia de que cada vida desarrolla una masa igual de fuerza, cualesquiera que sean las miras sobre las que se derramen los afanes de su voluntad, lo mismo cuando el fuego de esa vida se consume en lenta combustión que cuando explota en un instante.

Alguien ha llamado al Comandante Chávez: “cazador de almas”. Y es verdad que ese maravilloso inquisidor del fuero interno sabe captar, con no sé qué misteriosas claves de psicología, enigmas de acción y de sentimientos para otros insondables. Acaso sea la valentía Intelectual, que es honestidad de espíritu, con que se aventura por senderos que los más creen sellados por un veto intangible, lo que da viva plasticidad en su oratoria a misterios humanos que, en otro muy distinto, tiene su maestro Simón Bolívar.


¡Hasta la Victoria siempre, Comandante Chávez!
¡Viviremos y Venceremos!


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Manuel Taibo


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