Opinión e historia

LX aniversario de la primera promoción de médicos después de la reapertura

"Una vez encontré en la taberna a un sabio

  venerable, ¿Qué puedes -le pregunté?decirme

  de aquellos que se fueron? Bebe -me dijo solícito?,

  porque muchos se marcharon, pero ninguno ha vuelto."

 Omar Keyyam

                                  Rubaiyat

?

      La vida no es un sueño, sino una realidad fugaz para algunos, o una senda larga, pero paradójicamente, también breve, acaso instante kikergueano, sumido en una eternidad infinita, de eso desconocido que llamamos tiempo. Sí, para algunos es un sueño, cuando no se dispuso del lapso requerido para formar conciencia, de espacio i tiempo, i no se tuvo la experiencia de penas i quebrantos, o el esplendor de éxitos i momentos de felicidad, que hacen un enjambre curioso de días soleados, noches de luna, con alegrías que, nos hacen olvidar el destino ineluctable de todos los mortales. Por esto, cuando somos jóvenes i corremos por los campos o las playas, escalamos cimas o nos encerramos en las aulas en busca de conocimientos i, al final, salimos con las armas del saber pensar o el creer, saber vivir, la vida va cambiando hasta hacerla eso que he nombrado: una ruta medianamente larga, o un transcurrir de años i años que nos va enseñando, la alegría de vernos reproducidos en los hijos -préstamos felices a nuestro lado que luego se independizan a volar solos? o ver los que por esa lei inexorable de la naturaleza o de Dios -cualquier dios?,  los seres humanos todos, se van quedando en el camino, dejando la estela polvorienta del pasado, según Tagore, o la ruta hecha al andar como Machado. En esos tiempos, nos parecía a todos que estaba lejano, que no quería llegar el día 25 de octubre de 1952, cuando culminando nuestros estudios médicos, seríamos investidos de esa gloría, que es sentirse médico, soldados de un ejército interminable de hombres escogidos, para aliviar los dolores o salvar la vida, de nuestros semejantes, o también como nos enseñaron muchos profesores maduros i la historia de la profesión, como un apostolado de hombres buenos para curar, aliviar o consolar, siguiendo aquel pensamiento de Osler que decía, para ser un buen médico, primero se necesita ser un buen hombre.

      Así, aquel 25 de octubre de 1952, un grupo de 34 jóvenes, 24 genuinos de L.U.Z. que empezamos en 1946, en la reapertura, más 10 que vinieron de Caracas, cuando allá, a comienzos del sexto año hubo una huelga i cerraron por un tiempo la UCV, recibimos medalla i título de manos de un rector inolvidable, por su calidad de científico, cirujano extraordinario i, sobre todo, ciudadano ejemplar, el Dr. José Hernández D'Empaire. Para mí particularmente, no hubo la alegría de la celebración, sino el llorar abrazado a mi madre, recordando la reciente muerte de mi padre el 8 de septiembre, dos días antes del último examen de la carrera médica, como fue el de Pediatría, Cátedra que él inauguró por invitación i deferencia especial del profesor de la misma, el Dr. Oscar Mayz Vallenilla. Por nuestra promoción, le tocó el discurso de orden, al compañero Vinicio Arrieta Alvarado, ya fallecido hace pocos años.

     Un año después, cuando celebramos el primer año de graduados, entre los muchos actos que se realizaron, presenté un pequeño libro de Historia de la Primera Promoción de Médicos, llamada por la escogencia que hicimos un año atrás, "Dr. Francisco Eugenio Bustamante", el iniciador de la Cirugía Abdominal en Venezuela i ex rector de la Universidad en su primera época.

    Apenas, dos años después del grado, falleció en un pueblo de oriente, el compañero de guardias en el Hospital Central de Maracaibo, el Dr. Enrique Aponte Cantelmi, i unos dos o tres años después, en el sur del lago, en un accidente automovilístico, el compañero Dr. Jesús Quiroz Moronta, quedó parapléjico, pero dando muestra de gran valor, volvió a la profesión, enseñando a muchos cirujanos en Santa Bárbara, Encontrados, etc., también al sur del lago i hasta se casó con una abnegada profesional de la medicina, que fue su diosa guardiana por varios años, hasta que, con muchas complicaciones derivadas de su estado, falleciera antes del décimo aniversario. Posteriormente la vida se fue llevando uno a uno, con distinto tiempo de vida, hasta que de los más recientes fueron Mirko Molero, traumatólogo, Vinicio Arrieta, fundador del gran Hospital Clínico de Maracaibo, i José Miguel Fonseca, un cirujano maravilloso, con la fama de haber sido el más distinguido alumno del curso i de un humor espectacular que nos hacía disfrutar, con sus chistes i anécdotas. Igualmente murió un extraordinario urólogo, fundador de la Academia de Medicina, i especial amigo, el Dr. Enrique Parra Bernal. También murió en Valera, la Dra. Lesbia de la Torre (fue directora del hospital creo que en dos ocasiones) i nuestra querida Dra. Mireya Gómez, mi directora en el IVSS, Centro Norte. Había fallecido muchos años antes, el Dr. Simón Bromberg, cirujano  general, el  más joven de la promoción, junto conmigo, aunque seis meses menor. Ambos llegamos a sexto año de 22 años i nos graduamos de 23. Personalmente, para mis compañeros, yo he sido el intelectual de la promoción, el de la mayoría de los discursos, entre ellos uno sinfónico titulado Sinfonía Dorada, cuando cumplimos 50 años de grado, o sea, Bodas de Oro.

      Sería largo ir exponiendo esas ausencias que a nuestros 60 años, lamentamos o añoramos, así como la de muchos compañeros del Bachillerato, en el colegio del Dr. Raúl Cuenca, el querido Viejo Cuenca. Lo cierto es que en la ciudad de Maracaibo quedamos cinco integrantes de aquella amada promoción: Dr. Alonso Marcucci Montiel, (compañero de estudio en los tres últimos años, en la Placita de San José) bríllate gineco-obstetra, luego dedicado a la ecografía, después de sufrir serio problema de salud; Dr. Rafael Soto Matos, el iniciador de la Cirugía Plástica en el Zulia i de los primeros en Venezuela i de amplia proyección internacional en América i Europa, autor de un Código de Ética Internacional, para cirujanos de su especialidad i creador de la Unidad de Quemados del Hospital Coromoto. También Campeón Nacional de Golf en varias ocasiones; el Dr. Iván Montiel Villasmil, nefrólogo e internista, miembro de una notable familia de profesionales en el Zulia, pianista i guitarrista o cuatrista, de un humor fino i contagioso, i profesor universitario toda la vida, hasta después de jubilado; i el Dr. Bolívar Portillo, uno de los hijos del profesor Portillo Gómez, quien puso nombre de próceres a sus hijos. Bolívar, junto con José Miguel Fonseca i Soto Matos, fueron los más brillantes estudiantes del curso i los tres se hicieron conocer internacionalmente. Bolívar es cardiólogo eminente i está casado con Nelly Acosta de Portillo, su fiel colaboradora i de las mejores cardiólogas de Maracaibo  o Venezuela. Ambos hacen un binomio maravilloso, si lo diré yo que soi su paciente, luego que un cirujano cardiovascular también maravilloso porque no hai otra calificación mejor, el Dr. Cheo Colina, mi alumno en otro tiempo en Sociología Médica o en Ética Médica, me puso una válvula mitral que funciona a perfección, desde hace más de veinte años. I una dama, que he debido mencionar de primero, puesto que siendo una estudiante de primera categoría desde el bachillerato, se hizo gineco-obstetra i estuvo casada con un primo de relevantes cualidades de abogado i juez, como lo fue Juan J. Jiménez Mas y Rubí. Se trata de Carmen Castellano, la muchacha de la Nueva Venecia, calle en la cual vivía desde que la conocí en el bachillerato, i que ha tenido en los últimos años muchas penas i quebrantos, pero sigue siendo una mujer, recia i ejemplar. Del compañero Enrique Acosta Morales, que desde oriente, en un pueblo del Estado Anzóategui, venía a nuestros aniversarios, i de Héctor Zambrano Quintero, no he vuelto a saber, i por la avanzada edad no sé si habrán muerto. Recuerdo sí, aunque fue de los que vino de Caracas a graduarse en Maracaibo, al Dr. José León Tapia, a quien me unía la condición de escritor, i tiene una amplia obra publicada en Caracas. I después de 40 años sin versos (fui dos veces a Barinas i no lo encontré) no hallamos en la Asamblea Nacional Constituyente, la amistad creció. Intercambiamos libros i nos prometimos visitarnos, aunque el tiempo nos ganó la carrera, i el autor de Maisanta, el último hombre a caballo, de pronto falleció sin el abrazo llanero convenido. Él me hablaba del "olvido de la provincia" i en la asamblea me lo expresó así: ?Roberto, yo escribí en Barinas i publiqué en Caracas; tú escribiste en Maracaibo i publicaste en Maracaibo; a mí, todos me conocen; a ti no te conoce nadie. Sabia sentencia. Empero, como me comentaba mi compañero Alonso Marcucci, "me gusta eso que escribiste (en un Escalio) de la vida pasa". Por eso ahora, cuando es de alegrarnos de vivir los años que nos ha tocado vivir, cuando muchos se han marchado i ninguno ha vuelto como dice Omar Keyyam, es de pensar con cierta tristeza, aunque creo lo que dice, Antes del fin, el gran argentino Ernesto Sábato: "en la tristeza, todo se vuelve alma". O lo que este autor repite de Rimbaud i un correo que me enviaron sobre la vejez, que no comparto del todo, pero que, en esta etapa de años i años, parece o señala el poeta francés,  "la verdadera vida está ausente".

      Por eso concluyo diciéndole a los pocos compañeros que me siguen o quedamos, mientras la vida pasa: los quiero i los llevo siempre dentro de mi corazón, es decir, en la mente, o lo que muchos entienden que es el alma: en la tristeza o la alegría ?agrego? todo se vuelve alma.


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Roberto Jiménez Maggiolo


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