Accidentes históricos

En oportunidades muchos de nosotros reflexionamos sobre lo ocurrido en el planeta e intentamos buscarle explicación a ciertos sucesos escabrosos y cuya responsabilidad recae sobre aciagos líderes. Si el pensador es un católico empecinado se conformará con atribuírselo a Dios: una hoja no se mueve en la Tierra sin la intervención del Señor. Si es un hijo del profeta Alá exclamará: “Insha´ Allah”, es decir la “la voluntad de Dios”. Yo, carente de motivaciones divinas, sólo lo consideraré como simples accidentes históricos.


En la historia del planeta han ocurrido accidentes históricos infinidad de veces. Tenemos el caso palmario de Tiberio Claudio César Druso Nerón Germánico (esposo de Mesalina), emperador de Roma quien permaneció distante del poder debido a sus deficiencias físicas, cojera y tartamudez. Por tales razones no calificaba para optar por el título de emperador. Tras la muerte del ominoso Calígula, Claudio, su sobrino, era el único hombre adulto de la familia para optar por el cargo. Esto, motivo de su aparente debilidad y su inexperiencia política, hicieron que la guardia pretoriana lo proclamara emperador, cavilando tal vez que sería una marioneta fácil de manejar. Craso error, a pesar de sus deficiencias físicas, su escasa experiencia política, aunado a que lo considerasen tonto de la familia y padeciera complejos de inferioridad por causa de burlas desde su niñez y estigmatizado por su propia madre, fue uno de los pocos gobernantes que murió de muerte natural, no fue envenado ni asesinado, como fue el destino de muchos emperadores. Finalmente Claudio, un brillante estudiante, se convirtió en gobernante y estratega militar, querido por el pueblo llano y en el hombre más poderoso del mundo conocido. Como se ve, este caso fue un accidente histórico, dado que los que aspiraban manipularlo para tener el imperio en sus manos se quedaron con las ganas. Por fortuna, en esta eventualidad el pueblo ganó.


Otro ejemplo de accidente histórico es el referente de Luis XVI y su esposa María Antonieta. El primero llegó al poder solamente por un estatus de progenitura. Cuando murió el padre el delfín era un joven sin ganas de gobernar con sólo motivaciones artísticas y cinegéticas, muy alejado de la política. Fue obligado a matrimoniarse con una adolescente, la archiduquesa de Austria quien no sabía leer ni escribir. Evidentemente ante los embates de la Revolución Francesas los pobres inútiles no supieron enfrentar lo que se le vino encima. Por eso, los infelices perdieron hasta la cabeza. Lo mismo sucedió el zar Nicolás II de Rusia, otro ejemplo de accidente histórico. El mozo cuando llegó al poder era un diletante de la buena vida, quien nunca estuvo preparado para llevar las riendas del poder de un país tan complejo como era la madre Rusia. Su matrimonio con Alejandra no lo ayudó y dejó las riendas del poder en manos de Rasputín, un extraño y sombrío personaje. Su impericia y ante el avance de los cambios que se estaban gestando le costó la aniquilación de la familia. Insisto, son accidentes históricos. Hombres llegados al poder sin preparación alguna, simplemente por estar en el lugar equivocado y en el tiempo menos propicio. Ciertamente, el caso de Claudio no se repite con frecuencia.


En mis lecturas el caso más palmario de un accidente histórico es el de Cristóbal Colón. Es inaudito que el futuro del planeta después de sus viajes hacia el Nuevo Mundo estuvo determinado por su gesta. El navegante, un hombre de origen desconocido aventurero carente de medios de fortuna, inexperto de los conocimientos más elementales sobre la navegación, formado por hombres de fe quienes le transmitieron las lecturas sagradas, logró engatusar a la reina Isabel la Católica, una aristócrata quien no brillaba por lo piadosa pero si por crueldad. Tal era el convencimiento del aventurero que se considerada como enviado por la Santa Trinidad para propagar la verdadera fe. Pero a las virtudes anteriores hay que agregarle su ambición y codicia, a tal grado que le pide lo impensable a la reina Isabel, su alcahueta solidaria. Le exige el cargo de virrey y gobernador de las islas y tierra firme que descubriese y ganase para España; el título de almirante de la mar Oceánico. Además, la décima parte de todas las riquezas, perlas, piedras preciosas, oro, plata, especiería y mercaderías de cualquier clase que comprasen, trocasen, hallasen, ganasen, hubiese dentro de los límites de dicho almirantazgo; el derecho a propiedad a la octava parte de las tierras que descubriese y ganasen y de los provechos que de éstas se percibieran. Parece imposible que un hombre de mente tan estrecha; aventurero mendicante; extranjero sin nombre; cruel; ignorante, que si no hubiese sido por hermanos Pinzones no hubiese realizado tal proeza, se convirtiera en un predestinado para, ensanchar fronteras ideológicas de su época y al mismo tiempo, revolucionar el mundo imaginado. Era tal su oscurantismo que nunca supo que había descubierto un nuevo continente, buscaba montañas de oro, el encuentro con el khan que gobernaba a Cipango (las tierras de Asia) al lado de una chusma abyecta: bandoleros, piratas, escapados de la cárcel, candidatos a la horca, ladrones asesinos, es decir el hampa de todo el reino. Seguro de haber descubierto el Paraíso Terrenal cuando arribó a Paria y al llegar al delta del Orinoco tuvo la convicción de estar en la desembocadura del Ganges. Era tal su ignorancia que llamó “indios” a los aborígenes con la certidumbre de haber desembarcado en la India. Nadie lo sacó de su error.


A cambio de todo lo otorgado por la reina Isabel el aventurero Colón se comprometía a entregarle al reino de España mucho oro, plata, piedras preciosas entre otras dádivas, además, de las tierras descubiertas las cuales se comprometía a concedérselas (de este vil despojo vienen los patrimonios de los oligarcas venezolanos). Para el cumplimento de tal objetivo sometió al Nuevo Mundo a una cadena ininterrumpida de injusticias, violencias, abusos, robos, y asesinatos. A pesar de toda esta ignominia, todavía en América se reverencia las estatuas de aquel abominable hombre.


Pero los accidentes históricos nunca terminan. Vimos con estupor como en EEUU se eligió a la presidencia un actor de cine, Ronald Reagan, ignorante de todo, poniendo en peligro la supervivencia de la humanidad. Aquí en Venezuela estamos en presencia de unos de esos accidentes históricos de la política. Se trata del Chocobobo, alias Capriles. Por vía inexplicable, no por su idoneidad o preparación, llegó a ser diputado, alcalde y gobernador. Un indocto, carente de formación política actualmente aspira a la presidencia de la república. Un ser carente de retórica, insípido, fascista, sin carisma, patotero, prevaricador, sin locuacidad incapaz de hilvanar un discurso, alejado de las clases populares dada su formación burguesa, patrón oligarca, comprometido con gobiernos imperialistas, amigo de narcos paramilitares, panadería de banqueros corruptos, vinculado al sionismos internacional, beneficiario de los capitales de la derecha internacional como la fundación “Konrad Adenauer” y del Partido Popular español. El candidato de la derecha actúa como un codicioso comerciante vendiendo la mercancía (las riquezas de Venezuela) al mejor comprador. No pierde la posibilidad de mostrársela al cliente para que vea lo que desea comprar. Por eso acepta el financiamiento foráneo a cambio de subastar el país. Estamos en presencia de un accidente histórico, similar al de Colón quien le ofreció a la monarquía española las tierras descubiertas y por descubrir a cambio del financiamiento del viaje. Un accidente histórico muy lejos del emperador Claudio y más próximo al ignaro navegante. Ciertamente, con el dinero de la subasta del país los arteros monopolios podrán recuperar los gastos que hicieron para favorecer la campaña electoral de Capriles, para luego, en caso negado de ganar las elecciones, apoderarse de las empresas básicas y de nuestros recursos a precio de saldo.


Por fortuna el mundo y su gente han cambiado, no estamos en tiempos de Colón, cuando Europa vertió en nuestro desdichado país la basura de sus hombres. Miles de fracasados, proscritos y gente decida a perpetrar las mayores infamias, a trueque del dinero entregado por Isabel por las riquezas escondidas en nuestro territorio. Pareciera que me estoy refiriendo a los hombres que escoltan a Capriles en su campaña, quienes esperan ocupar un cargo en un futuro y negado gobierno. No cabe duda, mi comandante, Hugo, lejos de ser un accidente, es una necesidad y un referencial histórico quien le puede asegurar al país que aquellos siniestros no volverán.



enocsa_@hotmail.com



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Enoc Sánchez


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