Firmeza revolucionaria

La firmeza de voluntad revolucionaria es el secreto de llevar a cabo las empresas arduas; con esta firmeza comenzamos por dominarnos a nosotros mismos; primera condición para dominar las ideas.

Todos experimentamos que en nosotros hay dos sujetos; uno inteligente, activo, de pensamientos elevados, de deseos nobles, conformes a la razón, de proyectos arduos y grandiosos; otro torpe, soñoliento, de miras mezquinas, que se arrastra por el polvo cual inmundo reptil, que suda de angustia al pensar que se le hace preciso levantar la cabeza del suelo.

Para el segundo no hay recuerdo de ayer, ni la previsión de mañana, no hay más que lo presente, el goce de ahora, lo demás no existe; para el primero hay la enseñanza de lo pasado y la vista del porvenir, hay otros intereses que los del momento, hay una vida demasiado anchurosa para limitarla a lo que afecta en este instante; para el segundo el hombre es un ser que siente y goza; para el primero el hombre es una criatura racional, que se desdeña de hundir su frente en el polvo, que la levanta con generosa altivez hacia el firmamento, que conoce toda su dignidad, que se penetra de la nobleza de su origen y destino, que alza su pensamiento sobre la región de las sensaciones, que prefiere al goce el deber.

Para todo adelanto sólido y estable conviene desarrollar al pueblo noble y sujetar y dirigir al majunchismo innoble con la firmeza de la voluntad. Quien se ha dominado a sí mismo domina fácilmente la política y a los demás que en ella toman parte. Porque es cierto que una voluntad firme y constante, ya por si sola y prescindiendo de las otras cualidades de quien la posea, ejerce poderoso ascendiente sobre los ánimos y los sojuzga y avasalla.

La terquedad de los majunches es, sin duda, un mal gravísimo, porque los lleva a desechar los consejos de la Revolución, aferrándose en el dictamen de los imperialistas y contra las consideraciones de prudencia y justicia. De ellos debemos precavernos cuidadosamente, porque, teniendo su raíz en el orgullo, es planta que fácilmente se desarrolla.

Sin embargo, tal vez podría asegurarse que su terquedad no es tan común ni les acarrea tantos daños como la inconstancia. Esta les hace incapaces de llevar a cabo las empresas arduas y esteriliza sus facultades, dejándolas ociosas o aplicándolas sin cesar a objetos diferentes y no permitiéndoles que les lleguen ideas, impidiéndoles cosechar el fruto de las tareas; ello los pone a la merced de todas las pasiones, de todos los sucesos, del rechazo de todo el pueblo que los rodean; ella los hace también tercos en el prurito de cambio y los hace desoír los consejos de la justicia, de la prudencia y hasta de sus más caros intereses.

Para lograr esta firmeza de voluntad y precaverse contra la inconstancia al majunchismo le conviene formarse convicciones fijas, prescribirse un sistema de conducta, no obrar al acaso. Es cierto que la variedad de acontecimientos y circunstancias y la escasez de la previsión los obligan con frecuencia a modificar los planes concebidos; pero esto no impide que puedan formarlos, no autoriza para entregarse ciegamente al curso de las cosas y marchar a la ventura. ¿Para qué se nos ha dado la razón sino para valernos de ella y emplearla como guía en nuestras acciones?

Los revolucionarios tenemos por cierto que quien recuerde estas observaciones, quien proceda con sistema, quien obre con premeditado designio llevará siempre notable ventaja sobre los que se conduzcan de otra manera; si son sus auxiliares, naturalmente se los hallará puestos bajo sus órdenes y se verá constituido en su caudillo, sin que ellos lo piensen ni el propio lo pretenda; si son sus adversarios o enemigos, los desbaratará, aun contando con menos recursos.

Conciencia tranquila, designio premeditado, voluntad firme: he aquí las condiciones para llevar a cabo el socialismo. Esto exige sacrificios, es verdad; esto demanda que el pueblo se venza a sí mismo, es cierto; esto supone mucho trabajo interior, no cabe duda; pero en lo intelectual, como en lo moral, como en lo físico; en lo temporal, como en lo perdurable, está ordenado que no alcanzará la meta quien no arrostra la lucha.

Más no debe creerse que esta firmeza no puede tener en ciertos casos energía, ímpetu irresistible; después de esperar mucho el pueblo también se impacienta, y una resolución extrema es tanto más temible cuanto es más premeditada, más calculada. El pueblo en apariencia frío, pero que en realidad abriga un fuego concentrado y comprimido, es formidable cuando llega el momento fatal y dice “ahora”…

¡Pa’lante Comandante! Lucharemos. Viviremos y Venceremos.
Hasta la victoria siempre y Patria socialista.
¡Gringos Go Home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!

manueltaibo1936@gmail.com


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Manuel Taibo


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