¿Qué será lo que quiere Obama?

Aunque todavía le falta mucho camino por recorrer para llegar a la Sala Oval de la Casa Blanca, el candidato presidencial demócrata, Barack Obama, ya esbozó su carta de presentación, urbi et orbe, para ganar algunos votos entre los hispanos residentes en Miami, capital del exilio cubano. 

      Obama riza el rizo a favor de la ultraderecha hispánica cuando afirma en una actitud hostil y prejuiciada que, antes de cualquier discusión diplomática, pedirá una "rendición total de cuentas" de la relación que mantiene el gobierno de Chávez con las Farc. De esta manera, el candidato presidencial demócrata, con su perorata política, galantea y le hace guiños a los integrantes de la Fundación Cubano-Americana creada por Ronald Reagan.  

      Al sacar en las últimas semanas lo conspicuo de su repertorio estratégico contra Venezuela (atacando a Chávez), Obama da muestras de una gravísima irresponsabilidad política, porque habla sin mostrar ni una sola prueba de las supuestas relaciones del presidente Chávez con la guerrilla colombiana. El manoseado enunciado del Tío  Sam y su corroída engañifa. Reflejo del desparpajo de Obama, quien no se anda con chiquitas a la hora de descalificar a presidentes electos democráticamente. 

      Esa táctica no es más que la primitiva diplomacia estadounidense de usar el garrote vil, de disparar primero y averiguar después. Es emplear el tiro que alborota el avispero del terrorismo mediático que se pasea en el carruaje de la manipulación. Obama bien sabe que para eso están los hipotéticos documentos encontrados en la supuesta computadora de Raúl Reyes, escritos virtuales que, según el informe de la Interpol,  dan para desarrollar más de mil años de campaña sucia. Debemos convencernos que Obama no representa un bello sonido en el pentagrama democrático del mundo.

      Como si el presidente Chávez fuera un pecado de lujuria, Barack Obama al ser consultado sobre si el mandatario venezolano representaba una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos y del resto del continente, respondió como un Harry Truman del siglo XX: "Sí, creo que es una amenaza, pero una amenaza manejable". Así Obama, sin corregir tanta imbecilidad, se nos presenta desde ya como un Nixon, un Reagan o un Bush de color. O sea, la versión más enraizada del imperialismo. 

      Por lo visto y escuchado a Obama, quedamos convencidos que en Estados Unidos el problema no es si gobierna un blanco o un negro, ya que no se trata de metáforas anatómicas. Pues, apartando a ambos partidos y el color de piel del inquilino de la Casa Blanca, en ese país quien manda son las grandes corporaciones.  

      Son los dueños de las corporaciones los que saben donde ponen las garzas, y son ellos quienes las sueltan para que vayan a poner. De tal manera, las multinacionales cobran y se dan el vuelto, como eufemismo del saqueo, la malversación y la alienación a que nos tiene sometidos el imperio.  

      Simplemente, el ocupante de la Casa Blanca es una figura decorativa limitada al alto patrocinio de las reales aspiraciones y pretensiones del gran capital. Todo esto constituye el elemento constitutivo de una particular cosmovisión, que converge con éxito en la imposición de las temáticas prefabricadas en conservación de la agenda cultural, intelectual y moral del capitalismo.  

      La trampa está en que los grandes consorcios comunicacionales, ante el descrédito de George W. Bush, nos quieren mercadear la idea de que Obama pertenece a otra escuela de formación. Pero todos sabemos que ambos son de la misma flota aunque viajen en distinto barco, o mas bien digamos militan en organizaciones partidistas distintas.  

      En nuestras relaciones con Estados Unidos siempre hay que estar muy consciente de que la nube que nos pone encima trae chuzos de punta. Pues, Estados Unidos, en su política más vil e imperialista, ha puesto de moda atropellar y matar a los viandantes y exigir una indemnización al muerto. 

      Por consiguiente, tememos que se le quemará la sopa a quienes piensan que con Obama se puede adelantar cualquier gestión revolucionaria en América Latina. Sólo hay que analizar las posiciones imperialistas sostenidas por Colin Powell y Condoleezza Rice, para darnos cuenta que el ejercicio del poder en Estados Unidos no es cuestión de color de quien gobierne.  Eso es un error de diagnóstico garrafal, ya que es secundario, sin importancia. Sin ningún género de dudas, Obama sigue siendo una garantizada esperanza blanca. 

      No podemos más que estar de acuerdo con quien dijo: “La diferencia entre un presidente republicano y uno demócrata, es que el primero te mata de diez balazos y el segundo te asesina de nueve disparos”. El mismo miasma. Por eso, los presidentes de Estados Unidos son inevitables para los pueblos del mundo como el mal tiempo.  

      Acostumbrados a tantos atropellos e injusticias de parte de EEUU, como un pueblo libre y soberano, sólo nos queda cantarle y preguntarle a Obama: “El negro está rabioso, / quiere pelear conmigo. / Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?”. Igual que Bush, ¿Obama también quiere nuestro petróleo? Uno, no sabe, pero sospecha y desconfía.  


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Vidal Chávez López


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