La revolución de Salvador Allende

Con la mirada pérdida y quizás fuera de su tiempo y lugar, Lucrecia terminó de arreglar la última maleta de color negro. Con voz melancólica y taciturna, me dijo: “Eduardo, me voy a Estados Unidos, acá con la reforma de Chávez y la llamada revolución nos van a quitar hasta el alma. Por ello mi familia y yo hemos vendido todo y nos vamos para allá donde sí existe una verdadera democracia”. Así, sin argumentos de peso para la huida, los apátridas salen apresurados para encontrarse con el abrazo de la falsa democracia.

Precisamente, son esos tipos de conductas los que obligan a avanzar de prisa en el proceso revolucionario. Ante tanto engaño y manipulación de los grupos opositores venezolanos, hay que profundizar la revolución. Sabemos que los sectores de derecha claramente identificados (medios de comunicación, iglesia católica y algunos partidos políticos), y el brazo aliado del imperio, a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), no van a desmayar en su obstinado empeño de detener el avance del proceso revolucionario.

Recordemos que la especialidad de la política exterior de los Estados Unidos es derrocar gobiernos democráticos para colocar títeres políticos; es decir, acabar con los sueños revolucionarios es parte del “menú”. Sin duda, se trata de una conducta heredada, de tendencia compulsiva hacia el abuso y violación de la soberanía de los pueblos latinoamericanos.

Una de las manifestaciones más claras de esa conducta cobarde y dañina del imperio fue contra Salvador Allende, líder socialista chileno, electo en 1970 Presidente de la República a través del voto del pueblo. Él se propuso una revolución para renovar la sociedad chilena y acabar con la impunidad y los vicios de la república. No obstante, la canallada interna y las garras del imperio truncaron el sueño revolucionario de entonces, para implantar la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet, sostenida durante casi diecisiete por el imperio norteamericano.

Mucho antes de alcanzar el poder, la revolución de Allende estaba marcada para un final trágico. Las balas asesinas de la CIA fueron puestas a remojar en aguas de formol. Tal como lo señala Eduardo Álvarez Puga en su libro “Abajo la Democracia, el triunfo de la tiranía neoliberal”, el objetivo era cegar las vías democráticas de acceso al poder de los partidos que proponían reformas profundas en las estructuras económicas y la recuperación para Chile de las riquezas en manos de capital extranjero.

Desde 1953 y hasta 1973, la CIA no descansó en Chile. Cualquier manifestación nacionalista, cualquier deseo de progreso social y de reforma era cortada de raíz. El 11 de septiembre de 1973, las furias de Washington apagaron el sueño y la vida de Allende, pero quedó encendida la llama de la revolución, que hoy flamea con fuerza en la patria de Bolívar. Ojalá que Lucrecia reaccione y antes de pisar el suelo del imperio de Satán, decida volver a la gran patria socialista. Amiga mía, no te arrepentirás.

*Politólogo
eduardojm51@yahoo.es


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Eduardo Marapacuto


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