La historia nos ha enseñado que los pueblos que luchan por su soberanía son inquebrantables; y Venezuela, es el ejemplo vivo de esa resistencia; sin embargo, la oposición fascista venezolana, encabezada por María Corina Machado, ha optado por el camino más oscuro y traicionero: pedir una invasión extranjera para destruir la Revolución Bolivariana. Una acción que no solo es antinacional, sino también suicida para la región.
María Corina Machado, junto con cómplices del extremismo opositor, ha promovido abiertamente la intervención militar como única salida para derrocar al gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro. ¿La razón? No tienen pueblo que los respalde, porque en cada proceso electoral han sido derrotados de manera contundente. La vía democrática les resulta imposible; y en su desesperación, buscan que fuerzas extranjeras hagan lo que ellos jamás podrán lograr en las urnas electorales.
A este deseo infame se suma el nefasto expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, conocido por sus vínculos con el paramilitarismo, el narcotráfico y la violencia política. Uribe ha pedido públicamente la invasión de Venezuela, sin medir las consecuencias de semejante barbaridad. El opositor facista Leopoldo López, prófugo de la justicia venezolana, no ha tardado en aplaudir esta propuesta, demostrando que el odio y la traición son sus únicos motores políticos.
Quienes promueven estas ideas parecen ignorar o prefieren ocultar lo que implica realmente una invasión militar. En derecho internacional, una intervención solo se justificaría bajo circunstancias extremas: agresión militar a otro país, guerra civil con riesgo regional; o un golpe de Estado, sangriento que amenace la estabilidad continental. Nada de esto ocurre hoy en Venezuela. El país sigue firme, con instituciones funcionando y un pueblo que ha sabido resistir sanciones y bloqueos sin ceder su dignidad.
Una intervención multilateral, como las impulsadas por los Cascos Azules o Fuerzas de Paz, requeriría la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU; y no es un secreto que, Venezuela cuenta con aliados estratégicos como China y Rusia, ambos con poder de veto. Esto convierte en un delirio cualquier plan de intervención avalado por organismos internacionales.
Pero supongamos que algún país o un grupo de mercenarios apoyados por un gobierno extranjero se atreviera a actuar al margen de la legalidad internacional. Las consecuencias serían catastróficas. Venezuela no estaría sola. Países hermanos como Cuba, Nicaragua, Bolivia y varias naciones del Caribe no dudarían en respaldar la defensa de nuestra soberanía. ¿El resultado? Un conflicto regional que podría escalar a dimensiones globales. La historia reciente de Libia e Irak nos muestra los horrores que deja una invasión: genocidio, destrucción y el colapso total de la sociedad. ¿Quieren convertir a Venezuela en otro ejemplo de guerra impuesta?
Además, una invasión generaría un éxodo masivo sin precedentes en América Latina. Millones de venezolanos cruzarían fronteras huyendo de la violencia, provocando crisis humanitarias y desestabilización social y económica en países vecinos. Quienes hoy alimentan la idea de una intervención no comprenden o no les importa para su lógica-ilógica que el remedio sería peor que la enfermedad.
Los gobiernos del mundo lo saben. La guerra contra Venezuela no sería una operación rápida ni limpia. No sería una intervención quirúrgica, sino una guerra prolongada, con resistencia popular y con aliados que no permitirán que el imperialismo avance sobre nuestra Patria.
Por eso decimos con contundencia: invocar al diablo no es lo mismo que verlo llegar. Es fácil pedir guerra desde la comodidad de un escritorio o desde el auto exilio, pero enfrentar las consecuencias de esa guerra es otra historia. El pueblo venezolano está preparado para defender su soberanía. Y a los traidores de la Patria que sueñan con ver tanques extranjeros en suelo venezolano, les recordamos que este pueblo ha vencido dictaduras, ha derrotado golpes de Estado y ha resistido sanciones y bloqueos.
La Revolución Bolivariana no caerá por amenazas ni por traiciones. Caerán los facistas, atrapados en sus propios delirios de odio y destrucción. Y cuando el pueblo les pase factura, ni sus amos extranjeros podrán salvarlos.
¡Venezuela se respeta!
¡La patria no se entrega, se defiende! ¡NOSOTROS VENCEREMO