La larga sombra del imperialismo

De veras que me alegré el pasado 17 de diciembre cuando se supo que, tras largas y secretas conversaciones, Estados Unidos y Cuba habían decidido restablecer relaciones diplomáticas.

La decisión era en verdad del gobierno norteamericano, porque fue el presidente Kennedy quien rompió esos vínculos apenas tres meses antes de que la CIA “depositara” en nuestras costas, la invasión que había organizado, entrenado y armado durante meses, y que los cubanos tuvimos la descortesía de desarticular y vencer en menos de 72 horas. Después de Playa Girón, el presidente de los Estados Unidos recibió en el Orange Bowl, el stadium de Miami, a los vencidos invasores, que le entregaron la bandera de la Brigada 2506, y lleno de entusiasmo, John Fitzgerald prometió devolverla en lo que llamó “a free Havana”.

En 1963, un Kennedy que había cambiado muchas de las ideas que tenía en 1961, fue asesinado en un complot que reunió a algunos de los vencidos brigadistas, a algunos despedidos agentes de la CIA, y seguramente al heredero Lyndon B. Johnson, que enseguida se encargó de meter aún más a su país en el callejón sin salida que fue la guerra de Vietnam.

El Orange Bowl corrió una suerte parecida a la del presidente: fue demolido en el año 2008. La bandera de la brigada 2506 debe languidecer en alguna gaveta de la Casa Blanca, si las polillas no se han ocupado de ella.

Barack Obama está tratando, 53 años después, de levantar el bloqueo económico, comercial y financiero que impuso Kennedy a Cuba y que mantuvieron –y reforzaron– todos los presidentes norteamericanos desde entonces, quizás con la honrosa excepción de James Carter.

El presidente Obama ha tenido la sinceridad de llamarlo “una política fracasada”, pero pretende conseguir sus objetivos con nuevos métodos. Renuncia a la táctica, pero no a la estrategia.

Aislado de América Latina como jamás lo había estado en toda su historia, el gobierno de los Estados Unidos quiere (re) abrir su embajada en La Habana antes de que se efectué, en abril de este año, la Cumbre de las Américas. Será en Panamá y, por primera vez, allí estará el gobierno de Cuba, porque el consenso de los países de América ha impuesto esa presencia que los Estados Unidos venían rechazando desde los mismos orígenes del evento, en 1994.

Pero, a unas escasas semanas del inicio de la cumbre panameña, los Estados Unidos insisten en reafirmar su autoproclamada condición de árbitro mundial del bien y el mal. El pasado 8 de marzo –¿o sería en la mañana del día 9?– el presidente Obama ha declarado que el gobierno de Venezuela constituye una amenaza para la seguridad de su país y ha sancionado a siete funcionarios venezolanos que no podrán entrar a los Estados Unidos y cuyos fondos en ese país, estarían congelados por disposición de la Casa Blanca. El presidente constitucional de Venezuela, Nicolás Maduro, ha rechazado airadamente la declaración de su colega norteamericano.

Después de Cuba, la Venezuela de Hugo Chávez se ha convertido en la pesadilla del poder imperial norteamericano. Y un poco más, porque la patria de Bolívar es una potencia petrolera, y los petroleros son países que los Estados Unidos quieren tener de su lado, y bien subordinados a su política. Si alguien lo duda, que indague por Irak y por Libia.

Pero los pueblos están viendo lo que pasa en esos pobres países en los que los Estados Unidos corren, con misiles y con drones, a imponer sus valores. En Irak ahorcaron a Saddam Hussein; en Libia lincharon (ese es un verbo tan norteamericano como el apple pie y la Coca-Cola) a un Muamar el Gadafi prisionero. En ambos países campean ahora los terroristas del Estado Islámico: los mismos que la CIA apoyó para derrocar a esos gobiernos. Hay que ver cuál será la reacción de latinoamericanos y caribeños en la cita de Panamá, porque Obama quiere echar a un lado el expediente anticubano de los Estados Unidos, pero está alimentando el más reciente expediente antivenezolano.

Hace unos días, comentando el frecuente asesinato de jóvenes afroamericanos por la policía de su país, Obama admitía que, sobre los Estados Unidos se proyectaba “la larga sombra del racismo”. Pero, ¿será tan cándido que pensará que los latinoamericanos, que lo hemos sufrido, no lo vemos proyectar sobre nosotros la larga sombra del imperialismo?

Tomado del blog Segunda Cita, de Silvio Rodríguez
http://segundacita.blogspot.com/2015/03/la-larga-sombra-del-imperialismo.html


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Guillermo Rodríguez Rivera


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