Marcha de “indignados” por 200 rublos

No te dejes confundir, busca el fondo y la razón/ recuerda, se ven las caras pero nunca el corazón. (Rubén Blades)

Hay un viejo dicho popular mexicano que dice: “nuestra desgracia es estar lejos del cielo y cerca de Estados Unidos”. En estos tiempos de la globalización esta tragedia la vive todo el mundo.

Los siglos pasan pero Norteamérica sigue insistiendo en imponer su Destino Manifiesto que supuestamente le otorga el derecho divino de controlar y dirigir el mundo usando la fuerza, presiones financieras, chantaje, amenazas, “relaciones carnales”, asesinatos selectivos y quien sabe que otros trucos para preservar su estatus de superpotencia.

Lo gracioso es que ellos mismos creen, igual como los amantes furtivos, que nadie se da cuenta de sus trucos y, que sus revoluciones de colores o sus caos controlados, en que tratan de sumergir al mundo, no son productos espontáneos de los pueblos descontentos a quienes quieren convertir en copias norteamericanas. Igualmente, se ha visto que los mercenarios que desatan violencia en un país seleccionado no tienen nada que ver con los revolucionarios y que las manifestaciones de protesta con bombas molotov en Atenas no son las de Moscú.

Ya no es secreto tampoco el engaño y la mezcla de acontecimientos deliberado por los medios a su servicio, para confundir a los pueblos y manipular la opinión pública con el único fin de promover una agenda o una doctrina de turno norteamericana utilizando siempre de base su Destino Manifiesto.

Sin embargo, no todo les sale fácil y Rusia es uno de estos ejemplos. Desde hace más de un año el departamento de Estado norteamericano está tratando de convencer a todos que el actual primer ministro Vladimir Putin es “un impedimento para el desarrollo socioeconómico y político de su país y su casi seguro triunfo en las próximas elecciones presidenciales haría retroceder la democracia en Rusia”.

A medida que corre el tiempo, la guerra mediática contra Putin ha empezado a intensificarse. Antes que se produzcan las elecciones en el Parlamento ruso, Washington ya estaba hablando del fraude siendo Hillary Clinton la más activa en esta campaña. No había terminado el conteo de votación y ya el Departamento de Estado hablaba de irregularidades y hasta el mismo Barack Obama anunció sin vergüenza el aporte de unos 10 millones de dólares “para fortalecer la democracia en Rusia”. Y eso sin contar los 27 millones de dólares que Hillary Clinton facilitó a los blogueros rusos en noviembre del año pasado.

Por supuesto, se trata de la “democracia” en términos de la nueva doctrina de moda norteamericana bautizada por el recién nominado embajador norteamericano en Rusia, Michael McFaul como “Doctrina de la Libertad”. Ya se sabe que su distintivo para Rusia es un globo y una cinta blancos. Les ha faltado imaginación a estos creadores de revoluciones y caos controlados, pues el color blanco ya es utilizado por las Damas de Blanco en Cuba y también por la elite pro norteamericana en Venezuela, igualmente en Guatemala en las marchas contra las reformas populistas del presidente Álvaro Colom. Al menos en Checoslovaquia en 1989 usaron la “Revolución de Terciopelo”, en Serbia (2002) le dieron el nombre de “Buldózer”, en Georgia (2003) la de “Rosa”, en Ucrania (2004) promovieron la Revolución Naranja”, en Líbano (2004) la de “Cedro”, en Kirguistán (2005) “se produjo” la “Revolución de Tulipanes”, en Irán hubo intento fallido de la “Revolución Verde” en 2009 y así sucesivamente.

De acuerdo a Mcfaul, las ONGs representan un papel vital para la transformación de las sociedades en términos estadounidenses, siendo Norteamérica un polo alrededor del cual se forma una nueva estructura globalizada de la sociedad mundial. Rusia con Putin rompe este engranaje debido a sus intentos de promover una agenda nacional independiente de los diseños de Washington. Por eso EEUU ha puesto en marcha una campaña mediática internacional de los medios a su servicio y que está siendo acogida por la prensa rusa con el apoyo de unas 500 mil ONGs que operan en el país.

Así se iniciaron las marchas de protesta contra un fraude que nadie ha probado. Hasta algunos “cadáveres políticos” como Mikhail Gorbachov exigen la renuncia de Putin. Pero ya es noticia sabida que los manifestantes recibían además de globos y cintas unos 200 rublos por su participación.

Lo curioso de estas manifestaciones de oposición en Rusia es que están organizadas solamente en función del supuesto fraude electoral sin presentar ninguna demanda social o un nuevo programa del desarrollo socioeconómico del país. Su unión de momento se basa en el rechazo a Putin pero no se atreven o simplemente no saben qué ofrecer al pueblo en un futuro.

¿Quién puede creer en el multimillonario Projorov que hace poco quería imponer 72 horas de trabajo semanal a sus electores y ahora las redujo a 60? ¿Y qué decir de Vladimir Zhirinovski que habla de Rusia para los rusos, olvidándose que su país siempre ha sido multiétnico? El secretario general del partido comunista Ziuganov tampoco puede ofrecer mucho pues no hizo nada para preservar la Unión Soviética.

El departamento de Estado norteamericano sabe perfectamente que en este momento no hay nadie popular como alternativa a Vladimir Putin, entonces opta por ayudar a la oposición y así crear un caos en Rusia con el propósito de lanzar al país a una debacle económica con consecuencias impredecibles.

Lo paradójico es que esta tarea es harto imposible si tomamos en cuenta la inexistencia en Rusia de los siete factores imprescindibles para cambios radicales en un país en transición, elaborados por el mismo embajador McFaul a base de su experiencia como asesor del gobierno de Boris Yeltsin: 1. La existencia de un régimen autoritario o semi autoritario; 2. La impopularidad del presidente; 3. Una oposición unida; 4. La habilidad de comprobar la falsedad de las elecciones; 5. Una sólida prensa independiente capaz de probar la falsedad de las elecciones; 6. La capacidad de oposición de movilizar millones de personas; 7. La Existencia de división entre la elite en el poder.

Sin embargo, para estos globalizadores la ausencia de los factores objetivos y subjetivos para promover una revolución de colores, que ahora llaman como “esenciales” y “no esenciales”, no es un obstáculo para intentar un caos, teniendo a su disposición los medios de comunicación locales y una cantidad suficiente de globitos y cintas blancos con unos cuantos rublos de aumento, en vez de la vodka en tiempos de las manifestaciones pro Yeltsin, que tanto entusiasman a un sector acomodado de la clase media rusa.

A nadie de los ‘indignados” rusos se les ocurre preguntar y ¿por qué en Europa y los Estados Unidos nadie les da cintas o globitos a sus “indignados”, sino los reprimen con palos, gases lacrimógenos o cárcel?


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Vicky Peláez


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