Intervención del director general de Telesur en la Cumbre de Entes Reguladores. Cartagena de Indias. Colombia

Regulación, autorregulación o censura: el caso de los informativos

No es fácil de hablar de este tema –sobre todo cuando uno venía preparado para hablar de sexo, videos y mentiras-, pero creo que más allá del título específico, debemos ver ante todo lo que ha acontecido en este ámbito de la información en los últimos 15 años. Tres lustros es hacer solo un poco de historia, sin aburrirlos demasiado..

 

 

 

 

No es aventurado señalar que desde 1991, la historia de la información cambió sustancial, definitivamente, desde que el periodista Peter Arnett transmitió en vivo y directo, lo que creíamos era la Guerra del Golfo. Desde entonces para todos quedó en claro el alcance de los nuevos medios de comunicación y el uso que se proponían hacer de ellos. Las noticias, censuradas por el Pentágono, pasaban a ser espectáculo; un espectáculo armado de forma que pudiera interesar a dos mil millones de televidentes a lo largo y ancho del mundo, dejando la sensación de hecho consumado. Pero eso no quedó ahí. Cuando los marines llegaron a Somalia, los periodistas de la CNN estaban esperando a los soldados. Ya les habían recomendado llegar antes del amanecer, para mejorar sus imágenes de libertadores e ingresar, además, en el horario estelar de los noticieros mundiales. Existía un guión (tanto para los marines como para los periodistas): ya se sabía lo que iba a ocurrir.

 

Para cualquier análisis que queramos hacer, debemos tener en cuenta la revolución digital de las últimas dos décadas, que provocó la mezcla del texto, el sonido y la imagen. Desde entonces, las fronteras entre el mundo de la comunicación, el de la cultura de masas y el de la publicidad son cada vez más tenues y las grandes empresas, a través de las megafusiones, se han adelantado a gestionar el contenido de las distintas esferas. Nuestras sociedades consumen hoy grandes dosis de información sin siquiera saber que es falsa. La clave es un sistema de instantaneidad que nadie puede verificar y que en muchas ocasiones es una aviesa manipulación de laboratorios y estudios de cine o televisión.

 

En el mundo de hoy, por delante del poder económico y financiero, está el poder mediático, que es el aparato ideológico de la globalización. Hoy, los medios de comunicación juegan su papel para deformar la realidad en beneficio de sus intereses y fabricar una opinión pública favorable al sistema. Cumplen una misión ideológica. Su finalidad no es dar al ciudadano el conocimiento objetivo del sistema social en que viven, sino ofrecerles por el contrario una representación mistificada de este sistema social, para mantenerlos en su lugar, dentro del sistema de explotación.

 

En Latinoamérica los medios del sistema cumplen de manera estricta este papel. Ocultando o tergiversando la realidad crean opinión pública, como lo hacen también las firmas encuestadoras, generalmente contratadas por el mismo medio.

 

Los grandes medios de comunicación, convertidos en negocio del libre mercado, son tolerantes con la mentira, la falacia y los montajes. Por ello, una mentira tan grande como la supuesta existencia de armas químicas y de destrucción masiva en el Irak de Sadam Hussein, que nunca aparecieron ni fueron jamás expuestas, fue el pretexto para la brutal invasión estadounidense. En la actualidad cuando nadie duda de la mentira del gobierno de George W. Bush, ningún “medio democrático” cuestiona la invasión y la ilegalidad de la agresión.

 

No hay que olvidar que la concentración de riqueza de los países más ricos ha sido en desmedro de la cultura, del bienestar y el desarrollo de las naciones más pobres, o sea, que cuanto más se concentra la riqueza en los países industrializados, más sentimos nosotros, en el Tercer Mundo, la exclusión. A ello debemos sumarle la creciente concentración del poder de la comunicación social en los planos nacionales y también en el trasnacional, para manejar a su antojo el bombardeo en tres dimensiones que parecen unificarse: Información, cultura de masa, publicidad.

 

Los medios masivos de comunicación son aplanadoras de la desculturización, pero aún más, portadores de la alienación, para que el ser humano pierda la identidad y la perspectiva histórica.

 

Hoy, ese inmediatismo del que hablábamos, no permite el análisis de la noticia y la información pasa a ser más de impresiones y sensaciones, que de verdades y realidades. Se apunta al sentimiento y no al raciocinio. Los investigadores han constatado grandes coincidencias en los discursos de las grandes empresas en cualquiera de estas dimensiones (información, cultura de masa, publicidad): son rápidos, utilizan frases cortas y títulos impactantes; son sencillos, sostienen un vocabulario básico y capaz de ser entendido por todos y utilizan permanentemente los elementos de dramatización: se expresan mediante emociones. Transmiten noticias de la misma forma en que uno le habla a los niños: sencilla, brevemente y de forma emocional, conduciendo, inevitablemente a una concepción reduccionista del pensamiento.

Hay quienes dicen que son medios que buscan el lucro o convierten la información en mercancía, pero realmente son departamentos de grandes conglomerados empresariales que tienen como objetivo apoyar la política comercial e ideológica en la que se sustenta su sistema de producción y comercialización. Sus contenidos se conforman con los criterios establecidos por sus accionistas y anunciantes e intentan mantener una relación cordial con los gobiernos si son amigos, u hostil y de chantaje si no son dóciles. La frivolidad, el chismorreo y la banalidad se suman a su método de adocenamiento ciudadano. ¿Podemos hablar de censura, de regulación o de autorregulación? A nadie parece interesarle el derecho ciudadano a la información y el conocimiento, uno de los derechos fundamentales del hombre. ¿A nadie le interesa la responsabilidad social de los medios? Hablan de regulación de contenidos, pero se trata de regular la actividad de las empresas.

 

Muchos hemos querido descifrar, más allá de tener la posibilidad de enterarnos con relativa rapidez de los conflictos en Chechenia, o de los sórdidos entretelones sexuales del salón Oval convertidos en telenovelas de entrega diaria, las ventajas que la tan publicitada globalización comunicacional tiene para Latinoamérica, para sus pueblos, para sus gobiernos. Puedo informarme con gran celeridad de lo que sucede en Chechenia, pero muy poco de lo que ha pasado en Buenos Aires o en Cúcuta. Aparentemente estoy informado de todo, pero no me entero de nada.

 

Cada vez son más los opinados, lo que tienen derecho a escuchar, y cada vez menos los opinadores, los que tienen derecho a hacerse escuchar. La tecnología pone la imagen, la palabra, el sonido al alcance de todos como nunca antes había ocurrido en la historia de la humanidad. Pero cuidado: porque ese monopolio termina por imponer la dictadura de la imagen única, la palabra única, el sonido y la música únicas.

 

El tema no es nada nuevo, por cierto. En la década de los 70 los países en desarrollo ya acusaron a los medios de difusión occidentales de dominar y distorsionar el flujo de noticias en el mundo concentrándose en las malas e impactantes noticias de guerra y/o conflictos, el hambre, la represión política, ignorando sistemáticamente las menos dramáticas informaciones sobre progresos económicos políticos, sociales, conquistas culturales. La creciente presión para que sean los mercados y no los Estados los que deben regular el comercio, también se aplicó en las últimas dos décadas a las noticias y a la información, como cualquier producto de consumo masivo.

 

Hoy un espectro persigue el mundo: el de los medios de difusión mundiales y del mensaje mundial de los medios de difusión. Alguien dijo que estos medios de difusión mundiales son como un barman global, que sirve el mismo cóctel a todos sus clientes, mezclando las mismas dosis e ingredientes de noticias, puntos de vistas y avisadores, puntuales y subliminales, con una pizca adicional de sensual incitación consumista.

 

Muchas teorías de egregios comunicólogos murieron ahogados por la realidad. Hasta hoy se enseña en algunas universidades que Internet garantiza la democratización de la información. Alcanza con ver el recibo telefónico para saber que eso no es así.

 

Internet, nuevo espacio para la libertad de información, es también un nuevo espacio para la libertad de comercio. El control de ciberespacio depende de las líneas telefónicas y de comunicaciones, y no resulta nada casual que en los últimos años, en todo el mundo, o la privatización haya arrancado estos servicios de las manos públicas, para entregarlas y concentrarlas en manos de los grandes conglomerados de la comunicación.

 

Los banqueros Rostschild se enteraron por palomas mensajeras de la derrota de Napoleón en Waterloo, pero ahora las noticias corren mas rápido que la luz y con ellas viaja el dinero en las pantallas de computación, a razón de dos billones – dos millones de millones – de dólares al día, de los cuales un buen porcentaje corresponde al capital especulativo, que juega a la lotería financiera global. La economía virtual traslada capitales, derriba precios, arruina países y también fabrica millonarios y mendigos en un santiamén.

 

En el cielo, los satélites

Un enfoque no totalizador del fenómeno de la dependencia comunicacional latinoamericana de hoy, cuando en el cielo no sólo brillan las estrellas sino que también los satélites, y sigue tan campante la revolución de las comunicaciones, debe tener en cuenta que ningún hecho social sucede al margen de la historia.

 

Vamos a aclarar conceptos. Una agencia de noticias es una industria y su producto es la información. Pero hoy muestra un producto de calidad muy pobre, realmente. Claro, pasa en cualquier otra industria, pero es grave en ésta, precisamente, porque su información no es confiable, tiene demasiado brillo y se viste de lentejuelas, sus puertas chirrían y el producto se vende sin garantía alguna. Existe hoy en día una grave tendencia a generalizar en lugar de especificar, lo que es inherentemente superficial y también especulativo, ya que se centra en actitudes aisladas y no en hechos.

 

  La estructura de la información sufre del síndrome del fuego cruzado, y se trata de polarizar cualquier aspecto para forjar el debate en términos que pasen por alto los aspectos reales de la misma. Se intenta definir a la gente como pro aborto o antiaborto, a favor del libre mercado o proteccionista, partidario de la privatizaciones de empresas públicas o socialistas, feminista o machita, en lugar de ser reflejo de la vida real, en donde pocas personas tienen posiciones extremas y existe un amplio rango de opiniones, una variada gama de grises entre el blanco y el negro.

 

Lo cierto es que la competencia entre los medios estimula esta tendencia y cada insignificante rumor sobre un hecho fronterizo entre Colombia y Venezuela, por ejemplo, se transforma de la noche a la mañana en una confrontación, en un conflicto, a los que los gobiernos se ven obligados a responder, como boxeadores noqueado, asimilando estos golpes con un cuerpo ya herido, con la guardia destartalada, sin capacidad de golpear.

 

 Es más, la polarización no es neutra, sino que contribuye a paralizar cualquier debate para un cambio y, en el mundo de los medios de comunicación, una idea preestablecida goza de una tremenda ventaja sobre cualquier otra.

 

La tendencia de generalizar en lugar de especificar- es inherentemente superficial, especulativa, ya que se centra en actitudes, y no en hechos. La generalización tiende a caricaturas a los oponentes, y los temas. El síndrome de fuego cruzado, polariza cualquier aspecto, sirve solo para forjar el debate en término que pasan por alto los aspectos reales del hecho.

Incluso la aparente crítica forma parte de un juego formal que tiene como objetivo dar imagen de debate y pluralidad que siempre se queda en la superficie pero nunca entra en la discusión de los elementos fundamentales del sistema dominante.

Entonces, ¿podemos hablar de censura, de regulación o de autorregulación? A nadie parece interesarle el derecho ciudadano a la información y el conocimiento, decía.

El reclamo de las naciones en desarrollo a favor de un nuevo orden informativo internacional que sea justo, equilibrado, que rompa con la manipulación, la descontextualización, la omisión e incluso la propaganda abierta de intereses exógenos, pareciera revivir en los últimos años en el Cumbre Mundial de la Sociedad del Conocimiento, donde los puntos de mayor polémica han sido siempre sobre el papel de los medios de comunicación en la sociedad de la información, la gobernanza de Internet, los derechos de propiedad intelectual, la llamada "seguridad de la información" y el financiamiento para el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación.

Muchas veces se repite el error de considerar a las TIC como un fin en sí mismo. La tecnología es una herramienta. Nada más que eso. Y de la habilidad para manejarla depende, en buena parte, la calidad del producto que se presente.

El manejo de la información

 

En los medios de comunicación social la línea editorial la fija el patrón, el dueño del medio (sea individual o corporación) y el periodista, que es, en definitiva, un mero trabajador, un asalariado, aunque muchas veces él mismo confunda su papel de esta forma, el circuito se cierra, ya que el emisor trasnacional y el receptor- emisor nacional comulgan con el mismo sistema de valores y de intereses. El mensaje destinado al receptor real, al consumidor final, sufre, por lo tanto, una doble manipulación, constituyéndose en lo que McLuhan consideró, contra otro propósito claro, “el mensaje” comunicacional de los medios.

 

Pocos mejor que Jorge Gestoso, el que fuera presentador del noticiero en español de la cadena CNN para explicarlo: “el lanzamiento de nuestro propio canal de 24 horas de noticias nos permite llegar directamente al televidente sin intermediarios locales. Este acceso directo al televidente representa el fin de este tipo de censura (edición parcial, mutilada de los reportajes) y también sentir que estamos contribuyendo a que en América Latina los días de tratar de tapar el sol con una mano- como estos señores lo han estado haciendo por años- están contados”.

 

Para Gestoso, la libertad de prensa no se limita a la posibilidad de emitir o imprimir lo que sea, y sostiene que en las verdaderas democracias incluye el concepto de contar con las garantías del Estado para hacerlo sin que su vida o empleo corran peligro. “No debemos permitir que un puñado controle el derecho a la información de millones”, afirmó. Gestoso no está más en CNN.

 

En la dura competencia de credibilidad en el “negocio” de la información -la que se logra en base a la calidad y la velocidad-, la diferencia la da en muchas oportunidades, precisamente, la calidad profesional del periodista. La uniformidad operativa es una de las bases fundamentales de un canal. Si proporciona material de mayor y mejor calidad pero más tarde, seguramente sus despachos pasarán inadvertidos.

 

Hay otro aspecto que tiene prioridad: es la intención de la noticia. La agencia, el canal, al igual que cualquier otro medio, crea opinión y brinda ya digeridas- sus informaciones sobre determinado hecho, con su tónica, con sus perspectivas políticas, con su enfoque, con su propia escala de valores. La misma noticia suministrada por diferentes agencias podrá tener enfoques sustancialmente diferentes. La calidad se basa en la confiabilidad, la credibilidad. Y eso es precisamente lo que la televisión comercial viene perdiendo en los últimos tiempos, viendo caer sus tan promocionados ratings y, por ende, sus ingresos publicitarios. Mucha lentejuela, poca confiabilidad.

 

Hasta podemos hablar de estafa al consumidor: se ofrece información y se contrabandea opinión, llena de adjetivos. Se ofrece opinión y lo que se contrabandea es propaganda, agitación.

 

Y nosotros ¿qué?

Un comunicólogo latinoamericano afirmaba en un foro realizado en México que el desafío para nuestra región, en lo que a información internacional se refiere, es la guerra cultural. En esta guerra nadie es neutral, porque asumir una posición de neutralidad es tomar partido por el statu quo.

Un célebre escritor estadounidense, conocido sobre todo por sus libros Parque Jurásico y ER, Michael Crichton, dijo que esperaba que esta era de periodismo polarizado, al estilo de comida rápida llegue pronto a su fin.

 

Buena parte de la opinión pública estadounidense padece una asombrosa ignorancia acerca de todo lo que ocurre fuera de su país, teme o desprecia lo que ignora. En el país que más ha desarrollado la tecnología de la información, los noticieros de televisión, por ejemplo, apenas otorgan espacios a las novedades del mundo, como no sea para confirmar que los extranjeros tienen tendencia al terrorismo o a la ingratitud.

 

Cada vez son más los opinados, los que tienen derecho a escuchar, y cada vez menos los opinadores, los que tienen derecho a hacerse escuchar, decía. Los medios parecen cada vez menos democráticos; tratan de imponer mensajes únicos, imágenes únicas, en fin, pensamiento único.

 

Por ejemplo, si Eva hubiera escrito el Génesis , la historia de la primera noche de amor del género humanos hubiera sido bien distinta. Eva hubiese comenzado por aclarar que ella no era blanca y mucho menos rubia 90-60-90, ni tenía cabello largo y mucho menos que vestía esa ridícula hoja de parra. Eva aclararía que no nació de ninguna costilla, no conoció a ninguna serpiente ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. ¡Qué va! Eva diría que todas esas historias son puras mentiras que Adán le contó a la serpiente –perdón, a la prensa- y, seguramente Adán se hubiera defendido señalando que sus palabras fueron malinterpretadas, tergiversadas y manipuladas por un canal internacional de noticias, sirviendo a oscuros intereses foráneos…

 

Toda política de dominación no es otra cosa que la continuidad de la guerra con otros medios, por lo cual no solo hay que vencer sino convencer, convencer a los vencidos que toda resistencia ya no tiene sentido. Pero quizá no sea tan fácil estandarizar o uniformizar imaginarios colectivos, construidos a través de muchos y muchos años, de experiencias históricas y sociales intransferibles.

 

Además, buena parte de los actividades culturales de nuestros países periféricos tienen el apoyo de gobiernos –u ONGs- de países del primer mundo, porque no pareciera existir –para ellos- contradicción alguna entre construir armas atómicas y propiciar junto a ellos exposiciones de arte, pequeña prensa alternativa, becas intelectuales y artistas… o mega espectáculos populares.

 

Un trabajo de UNESCO-CERLALC sostenía recientemente que “del mismo modo que la biodiversidad, es decir, la inmensa variedad de formas de vida desarrolladas durante millones de años, es indispensable para la supervivencia de los ecosistemas naturales, los ecosistemas culturales, compuestos por un complejo mosaico de culturas necesitan de la diversidad para preservar su valioso patrimonio en beneficio de las generaciones futuras”.

 

La diversidad cultural se construye a partir de la memoria y el hábitat de los distintos grupos sociales, comunidades o naciones, así como los autores y creadores que desde lo individual los representan. La globalización y la transnacionalización, en cambio, suponen una hegemonía o una dominación económica, a la par que cultural, que amenaza dicha diversidad.

 

Se sabe que la importancia de la industria audiovisual no radica solamente en los miles de millones de dólares que moviliza la producción y la comercialización de películas y programas y televisivos –que para EEUU representa más de 50 mil millones de dólares al año- sino las posibilidades que tiene el mismo lenguaje audiovisual para inducir al disfrute de una comedia, un videoclip o una película de efectos especiales, junto a la incentivación del consumo de muchos otros productos, además de las ideas y valores que subyacen en las imágenes y el sonido.

 

Hollywood no solo vende películas sino sistemas de vida, razón por la que merece una importancia estratégica para la política de Washington y para quienes controlan la economía estadounidense: un ejemplo actual es el terrorismo mediático lanzado sobre todo el mundo, a lo que podría agregarse que cuando los grandes estudios necesitan del respaldo político del Estado, también son rápidamente complacidas.

 

Desalambrar latifundios mediáticos

 

Por muchos años, en América Latina recitamos, declamamos integración, pero lo cierto es que los latinoamericanos y caribeños no nos conocemos siquiera. De todas formas, pareciera que en el último lustro hay muchas cosas que están cambiando en nuestra región, cosas que sí están sucediendo y que nosotros creíamos –o nos hicieron creer- que eran imposibles. Entre ellas, el aceleramiento del proceso de integración regional, y con él ese añejo sueño de comunicadores y trabajadores de la cultura que hoy se hace realidad: La Nueva Televisión del Sur, Telesur.

 

Después de décadas de progresivo vaciamiento y privatización de los Estados nacionales, éstos van recobrando hoy su papel para impulsar la creación de un medio de comunicación audiovisual hemisférico, con la intención de difundir una versión real de la diversidad social y cultural de América Latina y el Caribe, desde la pluralidad de opiniones, para ofrecerla al mundo. Telesur es una empresa multiestatal latinoamericana: hemos recobrado el espacio público.

 

El objetivo es el desarrollo y la puesta en funcionamiento de una estrategia comunicacional televisiva hemisférica de alcance mundial que impulse y consolide los procesos de cambio y la integración regional, como herramienta de la batalla de las ideas contra el proceso hegemónico de globalización. Un canal de televisión independiente, que se transmite por satélite, con cobertura en toda América, Europa y noroccidente de África.

 

Se trata de un medio alternativo. Alternativo al mensaje hegemónico, que para poder ser alternativo tiene que lograr los máximos niveles de calidad: en forma, en imagen, en contenido, utilizando de la mejor forma posible las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que no son más que herramientas para lograr los objetivos.

 

Telesur no es solo una herramienta, ya que trata de retomar, recobrar la palabra que había sido secuestrada durante más de tres décadas por dictadores, políticos corruptos y genuflexos ante el gran capital, y los eternos "expertos" que convalidaron el saqueo de nuestras naciones y quisieron convencernos que con la entrega y la globalización todo iba a ir mejor. Gracias a ellos, una enorme parte de los latinoamericanos hoy están excluidos de la educación, de la atención sanitaria, de la simple vida ciudadana: son invisibles a las estadísticas y millones de ellos ni siquiera tienen documentación.

 

Hoy se quiere reducir la realidad a la actualidad de los noticieros de televisión, que cada día se van pareciendo más a las telenovelas. Es que tratan de desprendernos de nuestra historia, quieren borrar nuestras huellas para que no sepamos de dónde venimos. Si no sabemos de dónde venimos no sabremos a dónde ir, ni vamos a enterarnos de cuál es nuestro otro destino posible. Se vende la actualidad como si fuera un destino y es un destino armado, decía, al modo de una telenovela.

 

Es imprescindible rescatar la memoria, esa que nos quieren borrar. Porque si no sabemos de dónde venimos, no sabremos a dónde ir, ni vamos a enterarnos de cuál es nuestro otro destino posible. Y, entonces, tendremos que conformarnos con el destino que nos tengan diseñado desde el Norte.

 

Desde hace décadas (la mayoría de) nuestros intelectuales y académicos habían hecho mutis por el foro, se refugiaron en puestos académicos o burocráticos, en parcelas de investigación, y dejaron la cosa pública en manos y, sobre todo en boca, de políticos y "expertos" que impusieron su potencial de ser los únicos profesionales de la palabra con derechos a dar visiones y versiones de la realidad. O mejor dicho, de una realidad acomodada a los intereses de los poderosos.

 

El futuro hay que imaginarlo. La promoción del fin de la historia nos condenó a padecer el futuro como una repetición del presente. Y nosotros nos oponemos a que la mera idea de que los latinoamericanos vayamos a ser meras sombras de cuerpos ajenos. Aquí la historia no terminó: recién está comenzando.

 

Estamos convencidos de que no hay ninguna forma de cambiar la realidad si no comenzamos a verla como es, porque para poder transformarla hay que empezar por asumirla. Ese es el problema mayor que tenemos los latinoamericanos: hemos estado ciegos de nosotros mismos. Eduardo Galeano dice que durante 513 años hemos sido entrenados para vernos con otros ojos, con ojos de extranjeros.

 

Hoy comenzamos a vernos con nuestros propios ojos, cansados de que nos expliquen quiénes somos, cómo somos, qué debemos hacer. Desde el Norte nos ven en blanco y negro –sobre todo en negro: solo aparecemos en las noticias si nos ocurre una desgracia- y, en realidad, somos un continente en technicolor. Comenzamos a vernos con nuestros propios ojos, a reconocernos, para poder integrarnos. Descolonizarnos, sureñizarnos. Se trata de recobrar la palabra, de recuperar la memoria, las tradiciones, nuestros propios conocimientos ancestrales. Es hora de despertar con esta nueva alborada. Es hora de mirarnos al espejo y pasar del eterno diagnóstico inmovilizador a la acción.

 

Hay quienes dicen que otro mundo es posible. Quizá tengan razón. Pero nosotros, los latinoamericanos y caribeños hace muchos años que sabemos que otro mundo no es posible sino necesario, imprescindible, y que debemos construirlo todos los días, y todos juntos, unidos. La política de dominación y expoliación, ha sido, por 513 años, la de dividirnos. Y estamos convencidos que no podemos coadyuvar a este proceso de integración regional que avanza impulsado por nuestros estados y también por los movimientos sociales que impulsan la unidad, si no nos conocemos entre nosotros.

 

La cultura contemporánea, estimulada por la televisión comercial, empuja a la gente a la soledad y a la violencia. Hoy ser niño en una ciudad latinoamericana es muy difícil, porque el que no es preso de la necesidad está preso del miedo. Hay 15 millones de niños abandonados en nuestras ciudades, obligados a sobrevivir, al delito, que es, según Galeano, la única forma de iniciativa privada que les está permitida. De cada tres niños que nacen en nuestra región, uno muere antes de los cinco años y la mayoría de los que sobreviven están condenados a ser delincuentes de seis, siete o 10 años, a morir de bala o de droga. Y los otros niños están presos del miedo en sus casas, por una televisión que los atrapa en su imposibilidad de hacer, por el miedo de nacer, a vivir, a cambiar, a caminar con las propias piernas. Esta televisión que forma consumidores, te amaestra para la parálisis y después te venden las muletas, dice Galeano.

 

Sabemos que desde el Norte, nos bombardean con una gran cantidad de información-basura que solo sirve para desinformarnos y sentirnos dependientes. Sabemos de Chechenia, pero no conocemos siquiera nuestro reflejo y muchos menos a nuestros vecinos.

 

Si fuera cierto que la televisión hace la realidad nos preguntamos cómo es que sigue en el poder, después de diez elecciones, el gobierno bolivariano en Venezuela o cómo Evo Morales es hoy presidente de Bolivia. Los latinoamericanos aprendimos a comprender o ver la televisión entre líneas, a no creer en la realidad virtual y a exigir que la realidad real también se refleje en las pantallas de televisión.

 

Creemos en la necesidad de respetar las regulaciones nacionales, recordando siempre que el espacio radiofónico es patrimonio de la humanidad, administrado por los estados nacionales y no propiedad de aquellas elites que hasta ahora detentan su explotación. Creemos en la necesidad de democratizar las frecuencias, para que todos tengan acceso a ellas, en momentos que hay quien intenta que las dictaduras mediáticas reemplacen a las dictaduras militares de lustros atrás.

 

No creemos en la autorregulación, en un mercado donde se quiere confundir libertad de prensa con libertad de empresa y donde aquellos que sostuvieron y fueron cómplices de dictaduras, de asesinatos y torturas a periodistas, hoy se rasgan las vestiduras recitando democracia.

 

Estamos contra todo tipo de censura, sobre todo esa que impide a los medios comerciales del Norte a informar y los orienta hacia la desinformación. Pero le tememos a la censura, sí. A la censura del televidente, que si no le ofrecemos lo que le prometimos, una información veraz, rápida, contextualizada, plural, es decir de alta calidad, mañana haga clic y nos olvide al menos hasta su próximo zapping.

 

No creemos en la esperanza a medida, dogmática. Creemos en la esperanza viva, en la vida. Por eso Telesur: un canal para tender nuevos puentes, para construir espacios de integración, de encuentro, de afectos. Es un lugar para descubrirnos, querernos y reinventarnos a través de una lente propia, escapando de los estereotipos que nos han enmarcado las miradas de otros. Con un lenguaje propio, con una identidad visual que nos permita mirarnos desde una perspectiva diferente: la nuestra.

 

Latinoamérica es un continente en gerundio, en permanente construcción. Es un territorio que ebulle y se inventa, repleto de contradicciones, alegrías, texturas, rosas y colores; de luchas, fracasos, frustraciones y riquezas, de intentos, de historias, de glorias, de verde, de luz, de agua, de dignidad y, sobre todo, de unas fuerza vital incontenible.

 

Hoy, frente al intento de imponer un pensamiento, un mensaje, una imagen únicos, Telesur surge en plural, reivindicando el nosotros, el sueño colectivo de una América. Las industrias culturales forman parte de las sociedades de control, pues se ocupan de tratar de controlar el tiempo de ocio individual para poder hipermasificarlo, con la voluntad de hegemonizar y elkiminar las peculiaridades y el deseo de singularidad, para darle paso a una sociedad-rebaño.

 

Medios, democracia, ciudadanía

El tema de los medios de comunicación tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. Hoy en día, la dictadura mediática quiere suplantar a la dictadura militar. Son los grandes grupos económicos que usan a los medios y deciden quien tiene o no la palabra, quien es el protagonista y el antagonista. El que más vocifera contra los cambios, logra más pantalla. Lo cierto es que aún no hemos asumido que el discurso comercial -bombardeado a través de información, publicidad y cultura de masas o recreación, con un mismo envase, disfrazándolo de realidad o de hechos naturales- es también un discurso ideológico, agresivo, limitante de nuestra libertad de ciudadano.

 

Lo grave es tener la verdad y compartirla apenas con uno mismo. La información que nos llega está contaminada con una serie de medias verdades demostrables factualmente, tergiversación, manipulación. Nadie duda de la necesidad de impulsar medios comunitarios, espacios realmente horizontales de información y formación, constructores de ciudadanía.

 

Los medios comunitarios son un paso en la dirección de la democratización, pero por sí mismos no son suficientes. Podemos tener centenares de medios comunitarios, pero si el 93% de la audiencia está controlada por una estructura monopólica de los medios corporativos, será poco lo que habremos avanzado en la dirección de la democratización.

Por cierto, aquellos que durante años hemos militado en la concepción de la comunicación alternativa no hemos sabido hacer bien nuestras tareas. Vamos perdiendo -por goleada- la batalla de las ideas, conceptualmente y en el campo de batalla. Ya era hora de pensar en grande, de construir un medio de comunicación audiovisual hemisférico que difunda una visión real de nuestra diversidad social y cultural. Conocernos, reconocernos para poder integrarnos.

 

Telesur es una estructura de alcance mundial y alta calidad para ofrecer las realidades del continente de forma inmediata, veraz, creíble, balanceada, contextualizada, que favorezca matrices de opinión favorables a la integración de nuestros pueblos, de difundir perspectivos diversas y plurales en torno a los grandes temas y preocupaciones que afectan a los colectivos, para el fomento del debate y la conciencia crítica ciudadana. De eso se trata: de ayudar a formar ciudadanos, no a formar consumidores o borregos.

Se trata de promover la diversidad cultural a fin de fortalecer la memoria histórica y la identidad colectiva de nuestros pueblos. Se trata de democratizar la producción de contenidos para garantizar esa diversidad y pluralidad.

 

Es por ello que, junto a Telesur, lanzamos otro proyecto estratégico: la Factoría Latinoamericana de Contenidos, para recolectar ese acervo documental que no encuentra ventanas para su difusión y también para comenzar a soñar con una industria audiovisual latinoamericana que abastezca de contenidos a todas las televisoras de la región. Un

 

Telesur no es la meta, no es el final. Es la demostración que es posible otro tipo de comunicación. La meta debe ser la democratización del espectro audiovisual, televisivo latinoamericano, crear cinco, diez, cien nuevos canales para que las opciones al hegemonismo del Norte sean mayores para los latinoamericanos y caribeños.

 

Desde antes siquiera de conocernos, intentaron desacreditarnos. Era, quizá, obvio y esperable: comenzamos a desalambrar los latifundios mediáticos latinoamericanos y no pararemos hasta democratizar el espectro televisivo en nuestra región. Luego quisieron amenazarnos, quisieron eliminar la posible competencia y nos acusaron de fomentar una red terrorista… Era obvio y esperable, porque después de 513 años los latinoamericanos y caribeños nos sobreponemos a nuestra afonía y comenzamos la conquista de nuestra propia voz, de nuestra propia imagen.

 

Eso sí: estamos, somos conscientes que sólo se hace camino al andar.

 

 

DATOS que pueden interesar

 

La Nueva Televisión del Sur CA, es una empresa multiestatal latinoamericana cuyo capital inicial fue asumido por Venezuela (51%), Argentina (20%), Cuba (19%) y Uruguay (10%).

Ello no supone porcentaje alguno en programación o información.

Telesur tiene 10 corresponsalías instaladas (Buenos Aires, Brasilia, La Paz, Bogotá, Caracas, La Habana, Managua, México, Washington y Puerto Príncipe), y colaboradores en 35 países de la región.

La transmisión de la señal de 24 horas se realiza a través del satélite NSS 806. Su pisada alcanza a toda América, Europa y África noroccidental.

La distribución se realiza a través de cableras, televisoras nacionales, regionales, comunitarias, universitarias, y también por Internet

La producción de documentales y diferentes programas están en manos de productores independientes, televisoras regionales, nacionales comunitarias; universidades, organizaciones sociales. Telesur es una esperada ventana para la producción audiovisual regional.

Versión de la presentación hecha en Cartagena de Indias, en la Cumbre de Entes Reguladores, en panel con el presidente de CNN en español, Christopher Prummer

 



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Aram Aharonian/Telesur

Aram Aharonian es Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.


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