Entre arreboles, cochinos y pavos…

16-1-2020: Al fin, mañana partiré al campo, a los confines de los Pueblos del Sur, en donde jamás se ha conocido un solo caso de Alzheimer. Donde hay gente que llegan a cumplir siglos… y va uno encontrándose con muchachos con tatucos en los cafetales, entre colinas, cordilleras y sierras pardas; dándonos un hartazgo de barbechos, de predios de vastos rosales rojos que rezuman calas y hortensias; con mañanas alborozadas de claridades amarillas (arreboles), noches tibias y despejadas; entre alborotos de gallinas y perros, de cochinos y pavos, rodeado de susurros de arroyos dulcísimos, de caminos polvorientos y perfumados, de guapos guamos floridos, de engalanadas granadas y de hasta elevadísimos perales y manzaneros…, contemplando cómo cuelgan las vacas como luceros en los brezos y en las hazas, siempre uno embebido en la conmoción del canto de los pájaros, mirando el universo chiquitico al tiempo que con gente bondadosa y humilde nos sentamos a compartir un buen cafecito, …

Todo lo que tiene que ver con la agricultura es filosofía pura. La vida en el campo compensa la aridez de las grandes inutilidades que reverdecen en las ciudades y en las academias. Hay en la ciudad quienes presumen de tener un perro bello, por ejemplo, pero esos animales es para tenerlos en el campo donde se puede correr y andar a las anchas. No se puede en definitiva meter el campo en la ciudad y ese es el gran problema que reviste las estrecheces modernas.

En la ciudad de Mérida tenemos cada día unas seis horas de racionamiento eléctrico y se sufre porque casi todo funciona con aparatos, y por lo tanto los encierros se hacen más inaguantables. En el campo uno ni siquiera ve televisión, y cuando no hay electricidad está el universo a nuestro pies a nuestras manos; están las montañas y los ríos, está esa hermosa cazuela llena de estrellas… yo en Mérida, en esos días de cortes eléctricos, me asomo al balcón de mi encierro, veo a vecinos en los balcones de otros edificios mirando lo mismo que yo veo: el vacío, el bostezo generalizado de lo yerto y de lo inútil... No hay nada qué hacer en un apartamento sin electricidad, y probablemente tampoco se haga gran cosa aún contando con el bienaventurado fluido eléctrico en un apartamento.

Lo cierto es, que casi todo el mundo en las ciudades modernas vive sin producir nada, esperando un mensaje por las redes que le hable de un bono, de un pago extra inesperado, de una sonrisita retocada, mirando por los balcones los cielos opacos y tristes…, viendo pasar al vecino que llevar a mear a su perro de lujo como una tarea memorable…, cada cual matando el tiempo que ya está muerto entre suspiros y ensueños de tedios rancios, de resignaciones, de saludos fingidos y cansancios sin haber hecho nada…

Me he topado con la anciana Agustina Rojas quien vive en Los Pueblos del Sur y me pregunta a boca de jarro: "¿Es usted revolucionario, señor José?". Sonrío. Uno no tiene respuesta para estas cosas. Al revolucionario se le conoce por lo que hace, por la obra y las ideas que deja, por lo que construye desde la labor diaria, constante y noble, muchas veces silenciosa, solitaria. Escribir un poema es algo profundamente revolucionario. Ojalá yo pudiera escribir uno que valiera la pena, así me podría ir al otro mundo tranquilamente.

Casualmente, me he conseguido a la señora Agustina en el banco y estaba ella plantada en una cola para buscar un poco de efectivo con la esperanza de que no le fueran a dar billetes de quinientos porque nadie los acepta en Canaguá. Doña Agustina está pasando unos días en Mérida, y está ansiosa por coger para su pueblo. "-Estoy desubicada en los trajines de aquí dando más vueltas que una bola en un volteo", me dice. Le he preguntado por su nieto Dalmiro y me dice que está bien enmontado. Que ya Dalmiro tiene doce años y que ha dejado de ir a la escuela. Lo cierto es que la deserción escolar es muy grande en estos tiempos y sobre todo en el campo. El crítico asunto del transporte es uno de los problemas más serios que contribuye a esta deserción. Ella me dice que ya en el país hay suficientes sabios y personas estudiadas y que mucha de esa gente está sin producir y sin contar con un trabajo que les dé el sustento diario y que entonces para qué ponerse a estudiar, y que eso ahora mismo sería de locos. Que Dalmiro no puede darse el lujo de estar en una escuela cuando precisamente ahora se le requiere para estar sembrando y ayudando en sus labores a sus abuelos: sembrando algo para poder comer después. Todos estos males son consecuencias del terrible bloqueo gringo a nuestro país, pero en el que pocas personas reparan.

(Continuará…)

 



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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