Se han contabilizado:

En Mérida hay más de un millón de ratas, y siguen multiplicándose

NO HABRÍA SUFICIENTES MÉDICOS EN VENEZUELA PARA CONTROLAR UNA PESTE, SI ÉSTA SE PRODUJERA EN MÉRIDA

Estos acontecimientos se presentan en Mérida en pleno siglo XXI. Algo parecido a lo que ocurrió en Oran en 1941.

La ciudad apesta. No se puede caminar por sus calles sin una sensación de asco y náusea en todo el cuerpo. La gente cuando llega a sus casa lo primero que hace es bañarse.

Todo huele mal en la ciudad de los caballeros (que lo disimulan muy bien).

Los promontorios de basura taponan las puertas y las ventanas de las casas. Los edificios tienen que pagar a camiones particulares para que apenas retiren un 5% de los promontorios que se acumulan día tras día.

Los restaurantes y cafés se llenan de moscas verdes, y uno tiene que consumir los alimentos con una sensación de asco que produce un nudo en la garganta.

Los cerros de desperdicios en la ciudad crecen a un promedio de 250 toneladas por día.

Mérida se ha vuelto una ciudad horriblemente fea.

El Alcalde ya no vive en Mérida. Pasea por Panamá, se le ha visto en Miami y en Margarita haciendo compras en centros comerciales famosos, y ahora está en campaña electoral porque se ha lanzado como candidato a gobernador.

Yo no hago sino pensar en la famosa novela de Albert Camus.

Ya no llegan turistas a Mérida porque los hoteles y posadas emiten un fétido e incontrolable olor a cloaca.

Los comerciales sacan sus descomunales cachivaches a la calle y ya no se puede transitar por las aceras. Y algo insólito que está ocurriendo, es que nos estamos familiarizando con la presencia de ratas en todas partes: en los mercados, en las escuelas, en los liceos y hospitales.

Ayer vi muerta en un pipote, más de quince ratas (las estuve contando) junto con aves, como zamuros y palomas.

He visto también enormes ratas muertas en el rellano de una escalera de la iglesia del Llano.

La gente anda como loca comprando veneno para ratas, sobre todo uno que viene en una latica que trae el cuadro de Leonardo de Vinci, La última Cena. También han volado de los almacenes las trampas para ratas.

Ya no se consigue veneno para ratas, y mucha gente ha viajado a Cúcuta para traerse varios pipotes porque es el negocio del momento. .

He visto ratas marrones, de gran tamaño, con el pelaje mojado emergiendo del fondo de los grandes almacenes de alimentos del centro de la ciudad.

Nada más horrible que encontrarse estos animales muertos, envenenados y temblorosos, con el hocico ensangrentado.

Los niños andan asustados por la calles, porque han tenido que saltar cuando les llegan cerca. Han visto grupos de ratas cruzar las avenidas sin control. Pareciera que estas bichas ya no le temen a nada.

En la entrada del edificio donde vivo el conserje recogía ayer con una pala siete ratas que amanecieron envenenadas. Estos roedores no respetan clase social. Los detritos dejados en las aceras esconden docenas de estos animales. Se han visto también en fruterías y carnicerías.

Y téngase en cuenta que en Mérida no hay servicio de desratización, cómo sí lo había en Oran.

Mérida es una ciudad con muchos arroyos y por esos lados cunden en grandes cantidades, y la mayor cantidad en esos dos ríos asquerosamente contaminados, llamados El Chama y El Albarregas.

Como digo, en Mérida desapareció la Alcaldía desde que llegó ese señor llamado Lester Rodríguez. Hasta ahora no ha tomado ninguna medida, y toda la culpa se la echa al gobierno de Chávez.

Y este alcalde mucho menos, jamás pensó en un servicio de desratización. No hay tampoco un departamento que se encargue de incinerarlas.

Y todo tiende a agravarse.

Va a hacer falta camiones que vayan echando cal para las ratas, y que también las recojan, porque podrían inundar las calles, y cuando llueva, como la ciudad es una sola cuesta, se desparramarán destrozadas por todas partes.

Pronto las veremos emerger desde el subsuelo, de los supermercados, de las alcantarillas.

Y sus chillidos por la noche provocarán pánico.

Concluyo con este párrafo de la nóvela “La Peste” de Camus:

La palabra "peste" acababa de ser pronunciada por primera vez. En este punto de la narración que deja a Bernard Rieux detrás de una ventana se permitirá al narrador que justifique la incertidumbre y la sorpresa del doctor puesto que, con pequeños matices, su reacción fue la misma que la de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Las plagas, en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas. El doctor Rieux estaba desprevenido como lo estaban nuestros ciudadanos y por esto hay que comprender sus dudas. Por esto hay que comprender también que se callara, indeciso entre la inquietud y la confianza. Cuando estalla una guerra las gentes se dicen: "Esto no puede durar, es demasiado estúpido." Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones. Nuestros conciudadanos no eran más culpables que otros, se olvidaban de ser modestos, eso es todo, y pensaban que todavía todo era posible para ellos, lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles.

jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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