Ecología radical: la búsqueda de un mundo habitable

El libro de Carolyn Merchant, Radical Ecology: The search for a livable worldi, fue publicado por primera vez en 1992, en un contexto global en el que las tendencias hegemónicas en el diseño del mundo posan sus esperanzas en el llamado desarrollo sustentableii. Desde el Informe Brundtland hasta la fecha, la arquitectura institucional del desarrollo a nivel planetario ha estado afinando el moldeamiento de esas esperanzas a fin de hacerlas compatibles con los delirios de rentabilidad constante, de acumulación "infinita" de capitales. Así, la esperanza de un desarrollo verde (si es que eso era realmente posible) nace herida de muerteiii. Hoy estamos entre quienes aún conservan esa ilusión (sea de manera cínica o ingenua) y quienes denunciamos de distintas maneras que las actitudes business as usual no sólo están hipotecando los futuros de las próximas generaciones, sino que están matando cuerpos y territorios, conocimientos y visiones de mundo, aquí y ahora. Por supuesto, las presentaciones "either...or..." siempre sobre simplifican la profundidad y complejidad del tema, razón por la cual lo que sucede in between resulta desafiante para el análisis y la toma de posiciones que ello conlleva.

En lo que sigue, compartiré una breve nota del capítulo introductorio del libro de Carolyn Merchant porque en él encuentro una serie de claves que pueden ser de utilidad para visibilizar, identificar, describir y reflexionar sobre los rasgos de la heterogeneidad de organizaciones y sujetos colectivos que buscan y/o dan forma a mundos habitables. Allí la autora avizora que a mediados del siglo XXI una revolución ecológica global tomará lugar y que estaremos ante nuevas formas de producción, reproducción y conciencia para el sostenimiento de la vida socionatural.

Mi lectura del primer capítulo identifica al menos 16 sentidos interrelacionados a través de los cuales el significante 'ecología radical' es definido. Ello me permite apreciar que aún cuando el término se usa en singular, hay una pluralidad constitutiva en el mismo. Pensando en la estructura arbórea (especialización) que ha tomado la academia en el tiempo, y lo que ella deja por fuera, me siento tentado (por el momento) a asumir la ecología radical como una planta guiadora en la cual nos sentimos y nos pensamos en los entrenudos o el entreser que encarnamos en nuestras acciones. Quizás así podamos sortear las paradojas de los 'objetos de estudio' interdisciplinarios (ecología humana, cultural, social, política, etc.) y enredarnos con las ecologías radicales que la academia deja por fueraiv.

El reconocimiento de la crisis del mundo industrializado nos lleva a actuar percibiendo que la dominación de la naturaleza ha implicado la dominación de humanas y humanos a lo largo de líneas de raza, clase y género. Los entrenudos de la ecología radical confrontan la ilusión de poder explotar a otras y otros, humanos y más-que-humanos, desde una conciencia de nuestras responsabilidades con la vida que tejemos (o que estamos descociendo, como viene ocurriendo desde el falocenov). Ello implica una nueva ética que nutra y sea nutrida por la construcción de marcos teóricos y de acción para la transformación social, desafiando el orden político y económico que socava las posibilidades de la vida.

Como la misma Carolyn Merchant señala, la ecología radical no es un movimiento monolítico. Tiene muchas escuelas de pensamiento y grupos de acción (e.g., ecología profunda, ecología espiritual, marxismo ecológico, ecofeminismo, entre otros) que a menudo discrepan en objetivos y valores, así como en técnicas y acciones específicas. No obstante, todas ellas ofrecen un punto de vista crítico desde el cual observar y analizar el ambientalismo mainstream (pienso en el rápidamente viralizado movimiento internacional "Fridays for Future"). Además, agudizan nuestra comprensión de los supuestos que subyacen a la civilización occidental.

Algunas interrogantes que pueden contribuir a situarnos en y contra ese marco civilizatorio son provistas por la propia autora, en un hermoso ejercicio reflexivo al que invitaba a sus estudiantes de ética ambientalvi. En un primer grupo de preguntas podemos intentar responder si nuestras ancestras y ancestros son nativos del territorio donde vivimos, o ¿a cuál generación de inmigrantes pertenecen nuestros padres y madres? También meditar sobre ¿cuáles fueron los grandes eventos (guerras, depresiones económicas, revoluciones, movilizaciones sociales, etc.) que moldearon sus vidas? ¿Cómo usaron la tierra y se relacionaron con la naturaleza? ¿Cuáles valores hemos aprendido de ellas y ellos, y cuáles hemos rechazado?

Un segundo grupo implicaría pensar en torno a ¿cómo hemos sido socializadas y socializados? ¿Qué efecto ha tenido la sociedad en nosotras y nosotros? ¿Experimentamos racismo, clasismo o sexismo en nuestra vida diaria, o de qué manera lo estamos reproduciendo? ¿Qué fuerzas históricas (movimientos migratorios, movilidad social, oportunidades de educación, por nombrar algunas) han ayudado a crear nuestra posición económica? ¿Cómo nos ha afectado la política y la economía de nuestros entornos? ¿Qué valores ambientales hemos formado como resultado de tal afectación?

Y en un tercer grupo indagar introspectivamente ¿qué conflictos experimentamos entre nuestros propios valores y metas, y las instituciones y el ambiente que anticipamos en el futuro? ¿Qué expectativas tenemos para nosotras y nosotros mismos, así como para las venideras generaciones? ¿Cómo pueden los valores de esas futuras generaciones diferir de los nuestros? Finalmente, ¿cómo podemos ayudar a crear mundos habitables?

Abrazo todas esas preguntas acogiendo la invitación que me hacen: las acciones radicales aunque puedan no lograr transformaciones revolucionarias, a menudo son efectivas en cambiar actitudes, promover cambios sociales y generar conciencia pública sobre temas ocupados por tecnicismos y opacidades burocráticas y corporativas. En mi camino por intentar responderme todas esas cuestiones fundamentales voy observando el doble movimiento entre el mundo que nos da forma y al que damos forma. Tal vez lo radical de la ecología radical es el reconocimiento de esa relacionalidad profunda.

En un contexto civilizatorio cuya ontología y epistemología mecanicista aún tienen secuestradas muchas de nuestras prácticas e imaginaciones, que las enredaderas tomen las máquinas de devastación por asalto abre ventanas para apreciar cómo aquí y ahora los cuerpos y los territorios resisten y re-existen. Y en el proceso, las enredaderas asaltarán también las academias que desradicalizan los sueños y las esperanzas activas.

i Merchant, Carolyn (1992). Radical Ecology: The search for a livable world. New York: Routledge.

iiConcepto central en la "Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo", uno de los documentos finales de la Cumbre de la Tierra realizada en la ciudad brasileña de Río de Janeiro del 3 al 14 de junio de 1992.

iiiCabe resaltar que ya para ese momento circulaban críticas que anunciaban el fin de la era del desarrollo. Ver Sachs, Wolfgang (ed.) (1992). The Development Dictionary: A Guide to Knowledge as Power. London: Zed Books.

ivDe hecho, para la autora la ecología radical es la vanguardia de la ecología social y aquí uno puede preguntarse, ¿qué define a la ecología social como diferente de la ecología humana, cultural o política? ¿No albergan en sus 'campos' espacios de conversación con otras 'interdisciplinas' (e.g., los estudios sociales de ciencia y tecnología, o los estudios críticos del desarrollo)? Y de ser así, ¿qué explicaría el establecimiento de delimitaciones político-epistémicas en áreas porosas?

vLaDanta LasCanta (2017). "El Faloceno: Redefinir el Antropoceno desde una mirada ecofeminista". Ecología Política, 53: 26-33.

viLa clase era impartida en el marco del programa de pregrado 'Estudios sobre Conservación y Recursos', del Departamento de Ciencias Ambientales, Política y Gestión de la Universidad de California en Berkeley. En la actualidad, Carolyn Merchant es profesora emérita de dicha institución.

 

mjgl1189@gmail.com

 



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Marx José Gómez Liendo

Sociólogo (UCV), con maestría en estudios sociales de la ciencia (IVIC). Miembro del Laboratorio de Ecología Política del Centro de Estudios de la Ciencia del IVIC

 mjgomezliendo@gmail.com

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