Irrealismo opositor venezolano

Nuestra oposición política ha llegado al extremo de imaginar que el mundo que vive es virtual, transido como está de tantas crisis y cambios, en general apuntando hacia situaciones nada sintonizadas con su peculiar modo derechista de enfocar la vida.  Tenemos una década sabiéndolo, soportándolo y lamentándolo, y nunca comentarlo dejará de ser una ocasión para experimentar un extraordinario sentimiento de devastación ética y locura, concretado en pena ajena, por decir menos.  Como si el avatar ─adverso a sus intereses─ de los acontecimientos le autorizara a darle carta cabal al disparate, a una sistemática ceguera de los sentidos y a una obstinada negación de sus facultades mentales, empeñadas en recrear las antiguas mesetas donde “pastaba” el viejo dinosaurio de sus existencias.

Y digo “virtual” porque tan de moda está el término, en esta nuestra Era Informática y de eclosión cinéfila, cuando la posibilidad de evadirse o de escoger nuestra propia versión de mundo está a la mano.  ¡Vaya locura!  Como en la película Matrix o cualquier cuento de ciencia ficción, donde el hombre se topa con una humanidad asolada por las máquinas y resulta harto alucinante refugiarse en las añoranzas del pasado.  Vivir una vida de fantasías y viejos cuentos parece resultarle una opción irresistible; el presente no cuenta.

En Venezuela  no se ha llegado al extremo de contar con opositores en semejante estado de desolación mental, criaturas de la ficción requeridas de tubos y cables inductores de realidades; pero en escala menor ya hacen sus ensayos.  Por ejemplo, el hecho de comprar y creer en determinados periódicos, o ver únicamente ciertos canales de televisión, o comprar ciertas marcas de productos (en nada relacionados con la producción nacional), asistirse clínicamente sólo en ciertos centros de salud, donde la mano del Estado no luzca tan proveedora, entre otros tantos ejemplos; constituyen situaciones que le proporcionan a un extremado opositor venezolano una versión de la realidad a su medida, que reniegue del presente y haga más patente su ilusión de vivir en el ayer.  Como si el espanto personal de corroborar que el país cambia y ha dado cobertura cada vez más a mayoritarios sectores sociales tradicionalmente olvidados les autorizara locuazmente a imaginarse que tienen una especie de selector de realidades, que en nada habla de futuros sino de pasados, o, mejor dicho, de sus pasados en futuro, si se me comprende.  O dicho con una frase de Jorge Luis Borges, en su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, respecto al personaje Herbert Ashe:  “padecía de irrealidad”, perfectamente aplicable en su tiempo presente a la oposición política extremada venezolana. 

En fin, amigos, como si se dijera que aquí ni pasa ni ha pasado nada; que seguimos incólumes en el tiempo, con aquellos viejos presidentes, calvos, barrigones y sinvergüenzas a más no poder, y aquellas castas sociales rectoras del destino económico y político del país.  Con los dineros de la nación para todos y ninguno, y las descomunales sustracciones del erario público, bajo el guiño inteligente de corruptas miradas.

Huelga decir que  nada se ha construido ni mejorado; todo se niega.  Nada hay; todo falta.  Y, si por ventura, algo beneficioso adviene, será siempre porque ya había sido diseñado en el pasado, o había ocurrido ya.  Ergo, los puentes sobre los ríos venezolanos virtualmente fueron construidos todos por el pasado; ergo, todos los centros médicos, también; ergo, mercado de alimentos; ergo, la política internacional de Venezuela y su proyección exterior; ergo, ergo…  Se podrá decir que fueron Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez (hoy en fuga en el exterior) los artífices de la nación venezolana, defendidos a capa y espada cuando su inmoralidad y putrefacción se esgrimen en algún momento para establecer una situación comparativa con el presente.  Porque lo presente es peor, como dice el dicho (“Todo tiempo pasado fue mejor”), aunque la regla no impide a veces que se le hagan correctivos a ciertos hechos o presunciones del ayer, como la aseveración, por ejemplo, de que Bolívar tuvo algunos atisbos socialistas.  Pero, para el caso opositor del que hablamos, aquél que niega todo, el asunto no comportaría ningún problema:  se decretaría que Bolívar no existió y ya.

Existe Honduras (con golpe de Estado y demás) como una posibilidad ejemplar de acabar con “regímenes” del presente (como el chavista) que vinieron a perturbar la babosa paz de las masas atontadas, allá en el pasado.  ¡Eso sí!  Es cierto, tanto que la tocamos con la mano ─podrían decir─; pero en modo alguno es cierto, otro ejemplo, que la ONU haya certificado a Venezuela en el puesto 58 a escala mundial del Índice de Desarrollo Humano (IDH), sobre la base positiva examinada de tópicos como “tendencias demográficas, economía y desigualdad, así como educación y salud”.¹  Tal tiene que ser una falacia, un indigesto vómito de una institución como la ONU, que empieza a sonar tan falsa como las mentadas crisis financieras e ideológicas mundiales, esas mismas que dejan maltrechas la sostenibilidad del sistema liberal tan conocido y amado.  Para el caso (opositor del que hablamos), se hace perentorio dejar de creer en decadentes organizaciones como la ONU y fundar otras que arrojen a la luz pública diferentes versiones de realidad.  Que deje la ONU de existir y ya.

La oposición política venezolana, ésa misma que arrasó al país durante tantas décadas, siempre ha estado allí, tal como es ahora mismo.   Pero en el ejercicio del poder las costuras no se le notaban; los rasgos encefálicos quedaban disimulados; los grititos de locura  etiquetadamente se mantenían contenidos.  Pero cuando el telón de los acontecimientos se les rasga, entonces se desbordan, se diarrean…  Empieza a no existirles el futuro, ni el presente; y ese largo éxodo hacia las primigenias fuentes de su locura desnacionalizadora.   Es decir, empiezan a ser de la derecha extrema, lo que contiene latente todo derechista político:  el poder del uno, la supeditación del todo.  El mando del uno, la obediencia del todo.  El retorno hacia las fuentes medievales de los feudos, donde no había países, sino reinos, imperios, monarquías…; supremacía de unos pocos sobre muchos cuantos.  Empieza a existir con fuerza el pasado y a ser primitivo el presente y hasta el futuro.  ¿Qué lógica, no?  El “peculiar modo derechista de enfocar la vida”, mencionado al principio.

No hay países, hay imperios; no hay dignidades, hay arreglos, concesiones o anexiones; no hay porvenir, sino pasado.  No hay más ideas que la única, globalizada y final.

Nota:

¹  “Venezuela asciende poderosamente en desarrollo según ONU” [en línea]. En Diario Gramma. – 5 oct 2.009. - [Pantalla 1]. - http://www.granma.cubaweb.cu/2009/10/05/interna/artic15.html. - [Consulta:  6 oct 2.009].

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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