Julio Borges en España, junto a Sancho Panza y el burro

Julio Borges piensa en Don Quijote y Sancho Panza cuando se dirige hacia la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), en España, para dar un gran discurso sobre la libertad. No lo puede evitar, dado que está en España, y tales personajes, como el Cid Campeador respecto de su historia, constituyen el icono inmortal de su literatura.

--“¡Ay, España –se le antoja de pronto entre ceja y ceja, mientras camina-, una de tus hijas anda en desgracia!”.

No lo puede evitar. ¿Qué se hace? Todo es repentino y apasionante cuando se aleja uno de la patria, más si para luchar por ella.

Por un lado le llegan los referentes históricos y culturales de la Madre Patria –hecho por el cual se felicita, señal de profunda cultura- y por el otro lo ensombrecen los hechos de la presente realidad, en especial de su país, Venezuela, donde la libertad y la historia se hallan arrinconadas por ese gigante follón de los nuevos tiempos llamado Hugo Chávez.

Sacude su cabeza como bajo un éxtasis, casi rozante con la nostalgia, y, con grandes esfuerzos, logra enderezar sus oscuras y gruesas cejas, lo más parecidas a una M mayúsculas sin alas. “No hay lugar a dudas –piensa-: se hace necesaria la lucha, aquí y allá, dentro y fuera, arriba y abajo, en España y Venezuela, si es posible fuera del planeta. Hay mil entuertos que desfacer”

Pero sonríe, adulado, ante las ocurrencias de su mente ilustrada, no de otro modo calificable si con tantas expectativas esperan oír sus opiniones allende Venezuela. Hugo Chávez se le presenta a su mente como un pequeño gigante bochinchero a quien con talento e inteligencia hay que vencer. ¡Y ahí estaba él, Julio Borges, fundador del partido Primero Justicia, con sus dos amigos, yendo a la Madre Patria a dar la batalla por la causa!

Por supuesto, otros los son tiempos. No es tan iluso como para perder las perspectivas. Aquel viejo pintoresco, soñador y atrabiliario, junto a sus amigos Sancho, Rocinante y Rucio –el burro del escudero-, luchaba por la imposible causa de recuperar un mundo perdido, desplazado por la maquinaria de los tiempos que, implacable, sustituía caballería por vulgaridad y damiselas por sinvergüenzas, para mencionar dos elementos. Tiempos en que todavía había bosques encantados y magos echadores de bromas por todas partes; cuando volver al pasado no tenía esa connotación de lucha por la libertad, como las pueden tener las gestas de ahora, ahora que los tiempos han alcanzados sus topes de historias Pero era, en todo caso, el libre albedrío de Don Quijote y Sancho Panza, y eso también es libertad.

Mas él, Julio Borges, lucha por la democracia, y ahora que los tiempos han alcanzado un tope de evolución –él hasta hizo programas de televisión en su país y acababa de llegar en un avión a España -, volver al pasado para buscar libertad luce tan válido como ir al futuro a encontrarla. Irrebatible realidad o impecable composición de su alto pensamiento: salir de Hugo Chávez, borrar el presente, restablecer la llamada IV República con toda la flor de su pasado, tiene tanta connotación de libertad como soñar con el futuro. Y ahí está la lucha, viva y campante: combatir gigantes follones, molinos de vientos, deshacer entuertos, equivale a luchar contra Hugo Chávez, lo cual daría como resultado a una Madre Patria unida en alma y causa con su hija Venezuela. No puede evitar sonreír, lleno de orgullo.

Para eso lo invitan y para eso llega él, para decir sus verdades. Vuelve a estremecer la cabeza junto con sus cejas, como para deshacerse de tanta pensadera sobre pasado y presente, echándole un somero vistazo a sus compañeros de caminos, a quienes les sonríe fraternalmente, dándoles a entender que se apuren porque podrían llegar tarde a la reunión del FAES y perder un buen chance de lucha por la patria, la libertad y la democracia.

--“¡Vaya! –de inmediato cae nuevamente en sus pensamientos-: le robé la frase a los EEUU”.

Se dice que no tiene nada que temer, ni siquiera estar nervioso, hombre contemporáneo como él, tecnificado y culto. Le espera ese importantísimo auditorio, llamado en su eventualidad “La Libertad en tiempos de crisis” –por cierto-, y para ello había pasado él largas horas puliendo sus magistrales frases, para el registro de la historia. No pueden fallar, porque comportan el arte de la identificación con el auditorio y la obligante necesidad de defender intereses comunes. Básicamente son:

1. “Venezuela necesita importar democracia”
2. “Hay un Hugo Chávez a la vuelta de la esquina de cada país”
3. “Lo que ha ocurrido [en Venezuela] puede pasar incluso en España”
4. El chavismo es “una enfermedad contagiosa”
5. “Chávez hoy es una minoría en Venezuela”

Luego el pobre Chávez es un homúnculo infecto-contagioso que tendría que salir corriendo ante las huestes indignadas de aquel auditorio, ansioso por su parte de aplastar a tan execrable dictadorzuelo y de exportarle al mismo tiempo a Venezuela la tan pedida democracia.

Julio no lo puede evitar, sumido ya en una suerte de paroxismo de la petulancia, y en el momento se le antojan ridículos los argumentos de sus gafos compañeros (uno compararía a la URSS con Venezuela y el otro diría que el socialismo es horrible). No puede evitar la risa, casi a carcajadas, pero…

--¡Soy un genio! –exclama en voz alta para disimularla, asombrando a sus apurados compañeros, cuyos ruidillos de saco y corbata, de zapatos de cuero, lo traen nuevamente a la realidad.

Marcel Granier lo había pellizcado, como diciéndole desde su enarcado bigote que conservara la compostura, porque ya se acercaban a la sede. El otro, gordito él, Yon Goicoechea, le lanza una mirada incómoda, algo resoplante desde el fondo de su camisa blanca.

Borges entonces se endereza, saca el pecho, estira su semicalva al cielo, le vuelve a poner alas a sus cejas, excusándose finalmente. Y camina… Pero en su interior ríe, profundamente, a carcajadas –se dirá-, mirando con el rabillo del ojo a sus compañeros. Tres y cuatro veces se venga a placer de ellos, imaginándose que uno es el tonto y gordinflón escudero y el otro el feo caballo Rocinante, sino Rucio, el burro de Sancho Panza. No lo puede evitar y se ríe de nuevo.

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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