Base de operaciones

*** El Estado Vaticano, con sus agentes encubiertos en la Conferencia Episcopal Venezolana, mantiene una injerencia política en los asuntos internos venezolanos, acompañando los intereses hierocráticos de los baptistas usamericanos.

Nuevamente la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) hace un pronunciamiento político, coincidente con los planteamientos de la resistencia hacia el régimen de gobierno actual. Esta vez sus temas principales están relacionados con la “confianza del pueblo” en nuestro sistema electoral, y la dotación de armas a civiles. Poco de religiosidad, y menos de evangelismo, hay en este designio de la cúpula religiosa católica venezolana. Pero si hay mucho de los programas políticos de un poder establecido. Y esto no puede sorprender cuando se conoce el carácter ambivalente de esa asociación humana. Responde a la idea de un credo religioso, que como tal es respetable por el valor implícito de estas proposiciones idealistas en la formación de la conciencia moral de las personas. Pero actúa de manera realista, en contradicción con sus fines espirituales, en su condición de Estado soberano en el marco del orden político internacional. De allí que este pronunciamiento deba verse como una injerencia externa a los asuntos internos de una comunidad política libre e independiente. No se puede aquí diferenciar la conducta de la CEV de la de SUMATE. Ambas representas los intereses propios de sus centros de decisión política, y bajo ninguna circunstancia pueden abrogarse la representación popular. Nadie ha elegido a sus líderes.

En ese orden de ideas no podría extrañar una alianza con el Imperio usamericano, como no extrañó la alianza de Pío XII, durante la II Guerra Mundial, con la dirigencia política nazi del III Reich, o con el fascismo franquista español. Ha sido este tipo de asociaciones la que le ha permitido al Estado vaticano convertirse en un poder mundial. De hecho, fue la coalición entre el Papado y el Imperio lo que permitió su expansión a escala planetaria, y la conformación de los regímenes hierocráticos occidentales que Max Weber denominara como “cesaropapismo”. Sigue la praxis de Nicolás Maquiavelo que indica que en política no hay amigos ni enemigos, solo adversarios y aliados. Por ello, aun cuando desató una guerra que duró 40 años, en 1559, contra el movimiento religioso reformista europeo, causando innumerables muertes, de la cual el conflicto actual irlandés es una secuela, no tiene hoy empache en acompañar el imperio protestante en sus aspiraciones de dominación mundial. El adversario de ayer es hoy su aliado. Los fines son coincidentes. El nuevo imperio pretende restaurar una hierocracia cristiana, con un claro dominio baptista, lo cual coincide con los fines seculares católicos, y se le oponen a ello, los infieles del islamismo, para lo cual hay que revivir las cruzadas, y perseguir los herejes, que como Galileo, tratan de imponer la lógica de las ciencias, sobre la irracionalidad de las creencias en el marco de los sistemas democráticos. Con pocas dudas, la CEV actúa en nombre de ese nuevo cesaropapismo, que considera justas las guerras contra los infieles y la persecución de los herejes.


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Alberto Müller Rojas


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