La derecha venezolana, la misma que profesa la creencia de que el Estado hay que reducirlo a su mínima expresión, para que quepa en una bañera; la misma que considera que los hombres de negocios deben dirigir la sociedad, ayudados por la mano clarividente del mercado; la misma que para lograr tal propósito ya tiene diseñado su paquetazo económico; esa misma derecha vivió durante la IV República a expensas del Estado. Quien suscribe tiene suficiente edad para afirmar que durante la IV el camino real para hacerse rico consistía en acceder a los fondos públicos, no siempre recurriendo a mecanismos muy católicos que se diga: Créditos blandos para financiar empresas fantasmas, contratos para realizar obras inútiles y de mala calidad, concesiones de servicios públicos, sobornos a cambio de exenciones fiscales, becas de estudios para hijos y familiares, bolsas de trabajo para intelectuales complacientes, etc., etc., etc. La panoplia de medios con que contaban los enchufados en la IV para acceder a los recursos del Estado es inconmensurable y su inventario y análisis requeriría no un simple artículo sino varios y exhaustivos tratados.
En mi tesis de doctorado, que no pude culminar porque en esa época Fundayacucho sólo financiaba los estudios de los “intelectuales orgánicos” de la coalición adeco-copeyana, formulé y comprobé apoyado con harta evidencia empírica que la burguesía venezolana, esa que prácticamente sólo produce mayonesa y cerveza y que fundamenta su gran riqueza en la importación, fue creada por el Estado. Bueno, esto es en realidad del dominio público y abundar en ello equivale a “llover sobre mojado”.
Este preámbulo sólo pretende contextualizar tres casos que queremos exponer, para que la gente sepa hasta qué punto quienes se erigen en punta de lanza en contra del proyecto bolivariano son en realidad unos impostores e hipócritas de alto calibre.
En efecto, estando a cargo de las relaciones internacionales en la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, durante el período 2001-2004, me correspondió procesar tres casos “delicados”. En primer y segundo lugar, se trataba del incumplimiento por parte de Julio Borges y Leopoldo López de los compromisos contractuales contraídos con Fundayacucho. Ambos se habían beneficiado de créditos estudiantiles para cursar post-grados en el exterior y se habían “hecho los locos”, apostando a la ineficiencia tradicional de los organismos públicos en Venezuela en la recuperación de sus acreencias. La presión ejercida por nuestra institución, y sobre todo el temor de que la opinión pública se enterara de la estafa, les obligó a honrar la deuda contraída. Muchos otros casos de deuda impagada quedaron pendientes, sobre los cuales no me extenderé, pero cabe saber que hay más de un intelectual orgánico de la oligarquía con cuentas pendientes.
Lo paradójico de todo esto es que el sistema de créditos educativos le fue impuesto al gobierno venezolano por el Banco Mundial, a cambio de un aporte financiero para seguir funcionando, porque en aquella época, en plena “década perdida”, los insolventes estados latinoamericanos sólo podían financiar inversión a través del FMI y el Banco Mundial. El sistema que se estableció a partir de la condicionalidad impuesta a Fundayacucho por el Banco Mundial solamente permitía que los candidatos solventes accedieran a las becas de estudio: era necesario presentar dos fiadores y la aprobación del crédito quedaba a discreción del Banco Mercantil. Fundayacucho financiaba, pero la banca privada determinaba la elegibilidad de los candidatos. En esa misma época la privatización de la educación superior alcanzó velocidad de crucero, a tal punto que la mayoría de los egresados provenían de institutos privados, muchos de ellos piratas. Como consecuencia de ello, Fundayacucho se erigía en subvencionador de ese nefasto fenómeno, dado que la mayor parte de los créditos educativos eran otorgados a estudiantes de institutos privados de educación superior.
El tercer caso que queremos exponer es realmente surrealista. El padre de Leopoldo López fue presidente de Fundayacucho durante la IV y en esa calidad le otorgó la beca a su hijo para preparar un Master en Administración de Negocios en Harvard. Pero el desmán más grande que cometió este personaje fue el haberle donado a la Universidad de Stanford 600.000 dólares. Esto, además de surrealista es grotesco. Venezuela estaba atravesando una de las crisis financieras más graves de su historia y la tasa de pobreza se incrementaba sin cese. La insolvencia del Estado no le permitía financiar la educación superior y ello entrañaba un proceso desordenado e incontrolable de privatización y sin embargo el papá de Leopoldito el “guarimbero” se permitía regalarle a una de las universidades privadas más ricas del EEUU una suma de tal magnitud. Después dicen que Chávez regala petróleo…
El autor es: Embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Jordania
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