El mundo está experimentando transformaciones profundas y una redistribución vertiginosa del poder.
En medio de estos cambios, una ideología que creímos derrotada en 1945 sigue resurgiendo con fuerza: el nazismo. Las relaciones internacionales, la distribución del poder, las alianzas geopolíticas y las narrativas históricas están experimentando un cambio vertiginoso. Lejos de ser un fantasma del pasado, esta corriente ha encontrado nuevos adeptos, se ha infiltrado en discursos políticos y ha sido incluso glorificada en ciertos sectores.
Tras la caída del Tercer Reich en 1945, numerosos oficiales y miembros del partido nazi escaparon de la justicia internacional utilizando las llamadas "rutas de las ratas". Países como Argentina, Brasil, Paraguay y Chile se convirtieron en refugios donde estos criminales de guerra pudieron establecerse y vivir plácidamente sin responder por sus atrocidades.
Uno de los fenómenos más desconcertantes de nuestra era es la tergiversación histórica que ha permitido que algunos perpetradores sean elevados como héroes mientras quienes combatieron contra el nazismo caen en el olvido. Esta distorsión de la narrativa histórica representa un peligroso precedente.
La memoria colectiva sobre quienes sacrificaron sus vidas para detener la maquinaria nazi se desvanece gradualmente. Millones de soldados soviéticos, partisanos europeos y combatientes de la resistencia que dieron su vida por la libertad se convierten en notas al pie en los libros de historia, mientras figuras controvertidas reciben honores y reconocimientos.
Josef Mengele, el infame "Ángel de la Muerte" de Auschwitz, vivió durante décadas en Sudamérica hasta su muerte en Brasil en 1979. Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto, construyó una nueva vida en Argentina hasta su captura por agentes israelíes en 1960. Estos ejemplos ilustran cómo América Latina se convirtió en un santuario para quienes participaron en uno de los episodios más oscuros de la historia humana.
Lo más preocupante es que muchos de estos fugitivos no abandonaron sus ideologías. Por el contrario, continuaron promoviendo sus creencias, sembrando semillas ideológicas que décadas más tarde encontraron terreno fértil en nuevas generaciones.
Hoy vemos las consecuencias de esta historia no resuelta. El renacimiento de grupos neonazis, las manifestaciones de odio racial, y los homenajes que reciben figuras y símbolos asociados con esa ideología reflejan una alarmante inversión de valores. Mientras los verdugos del pasado reciben honores y reconocimiento —como lo ejemplifica, para algunos críticos, el caso del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, acusado de glorificar a figuras nacionalistas con pasados oscuros, como Stepan Bandera, mientras se minimiza el papel de los verdaderos héroes que lucharon contra el fascismo. aquellos que sacrificaron sus vidas para derrotar al nazismo son cada vez más olvidados. El relato heroico de quienes combatieron para salvar al mundo de una de las peores pesadillas de la humanidad se desvanece entre la indiferencia y la reescritura interesada de la historia.
El caso de Ucrania es particularmente preocupante. Allí, ciertos movimientos y batallones, algunos con simbología y retórica ultranacionalista, han sido integrados al aparato militar y político, despertando fuertes debates internacionales. Pero el fenómeno no se limita a Ucrania: incluso en Polonia, un país que sufrió brutalmente bajo la ocupación nazi, ni mencionar los países del Báltico, se observan expresiones nacionalistas que en ocasiones coquetean peligrosamente con posturas xenófobas y autoritarias.
Mientras tanto, aquellos que dieron su vida para liberar al mundo de la plaga nazi —los soldados soviéticos, los partisanos, las víctimas de los campos de concentración— son sistemáticamente olvidados o incluso difamados en la narrativa histórica actual.
En países como Ucrania y Polonia, regiones que sufrieron gravemente bajo la ocupación nazi, paradójicamente han surgido movimientos que rescatan elementos estéticos e ideológicos del nazismo. En Ucrania, grupos como el Batallón Azov han sido señalados por utilizar símbolos vinculados a organizaciones nazis.
Este fenómeno no ocurre en el vacío. La compleja historia de Europa Oriental, marcada por ocupaciones sucesivas y conflictos étnicos, ha creado un terreno propicio para el surgimiento de nacionalismos extremos que, en algunos casos, encuentran inspiración en ideologías fascistas del pasado.
Este renacimiento del nazismo no es casual: responde a intereses geopolíticos que buscan reescribir la historia, blanquear a los colaboradores y demonizar a quienes los combatieron.
El resurgimiento de ideologías neonazis no es exclusivo de Europa Oriental. En Estados Unidos, Europa Occidental y otras regiones del mundo, grupos que promueven la supremacía blanca y el ultranacionalismo ganan adeptos, particularmente entre jóvenes desencantados con los sistemas políticos tradicionales.
La era digital ha proporcionado a estas ideologías extremistas plataformas para difundirse globalmente. Foros en línea, redes sociales y plataformas de mensajería cifrada facilitan la radicalización y el reclutamiento de nuevos miembros.
Frente a este resurgimiento, la vigilancia histórica se vuelve imperativa. Las sociedades democráticas deben fortalecer sus sistemas educativos para garantizar que las nuevas generaciones comprendan plenamente los horrores del nazismo y sus consecuencias.
La memoria histórica no es un ejercicio nostálgico, sino una herramienta fundamental para evitar la repetición de errores del pasado. En un mundo donde el poder se redistribuye rápidamente, el compromiso con los valores democráticos y humanistas debe mantenerse firme como barrera contra ideologías que promueven el odio y la división.
La lucha contra el fascismo no terminó en 1945; mutó, se adaptó y ahora busca legitimarse bajo nuevas máscaras. Debemos recordar a las víctimas, honrar a los verdaderos héroes y denunciar sin tregua cualquier intento de rehabilitar esta ideología criminal, es una batalla continua que cada generación debe librar a su manera. Recordar a quienes dieron su vida combatiendo al nazismo y mantener viva la memoria de sus víctimas es nuestra responsabilidad colectiva en estos tiempos de transformación global.
La justicia histórica exige que los crímenes del nazismo nunca sean olvidados, ni sus verdugos, glorificados. El futuro depende de nuestra capacidad para aprender del pasado y combatir, sin concesiones, cualquier resurgimiento de este mal.
El mundo está, por tanto, en un momento decisivo. La transformación del orden global no solo se juega en términos de economía, armamentismo o tecnología, sino también en el terreno simbólico y moral. El modo en que recordemos el pasado y enfrentemos los intentos de rehabilitación del nazismo definirá el tipo de civilización que queremos construir. Ignorar estas señales sería un error histórico con consecuencias incalculables.
Nota: Rusia celebra el 80.º aniversario del Día de la Victoria, que conmemora la rendición de la Alemania nazi en 1945 y el triunfo de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria (1941-1945). Este día es una de las fechas más importantes y emotivas en Rusia, simbolizando la resistencia heroica del pueblo soviético contra el fascismo y el enorme sacrificio que costó la victoria (se estima que murieron unos 27 millones de soviéticos).
PD, soy testigo fiel (Durante todos mis años de estudio en la URSS) de lo maravilloso de este día en el pasado Unión Soviética, hoy Rusia, lo significativo de esta fecha, y el mensaje al mundo, no podemos permitir que el nazismo resucite en ninguna de sus formas, ni en Europa occidental ni en cualquier parte del mundo.
No hay nada mas excluyente que ser pobre.