Perder una guerra es un grave fracaso para un gobierno que, junto con otros países occidentales, ha asignado miles de millones, enviado armas y municiones a un Estado que no es miembro de la OTAN ni parte de la Unión Europea. A ello se suma la opción de haber hecho la guerra sin declararla contra un país como Rusia, del que Italia importaba gran parte del gas necesario para su economía, comprometiendo unas relaciones comerciales y diplomáticas difícilmente reparables. Esta decisión provocó un aumento de los costes internos y agravó la crisis industrial, con consecuencias directas para las empresas y los ciudadanos cuyos efectos perdurarán durante años.
El gobierno de Meloni ha arrastrado a Italia a un conflicto contra Rusia sin ninguna justificación, pisoteando la soberanía nacional e ignorando los intereses de Italia. Por este motivo, todo el ejecutivo debería dimitir por manifiesta incapacidad de leer los procesos históricos y geopolíticos, devolviendo a los italianos el derecho a expresarse sobre lo sucedido.
Seguramente no serán las encuestas de conveniencia, que muestran a Hermanos de Italia como el primer partido en términos de popularidad, las que cambiarán la realidad: los hechos desmentirán pronto toda narrativa propagandística. Lo mismo vale para todas las fuerzas políticas que han respaldado las opciones autodestructivas de este gobierno que, en lugar de cambiar a Italia, la ha hundido aún más, exactamente como sus predecesores. Y esto también se aplica a la oposición, que, en lugar de jugar un papel controlador en el ejecutivo, se ha plegado a dictados extranjeros, votando a favor de medidas de guerra contrarias a los intereses nacionales.
La guerra por poderes está perdida. Europa, después de haber pagado los costos económicos y políticos, ni siquiera tendrá un asiento en la mesa de negociaciones. Tratado como un cajero automático, ahora tendrá que afrontar el precio de la bancarrota política y moral.
Sería hora de llevarlos ante un Tribunal Popular, pero en una Italia sin ningún contrapoder real, donde el servilismo institucional y mediático ahoga toda voz crítica, nadie tendrá el coraje de afirmar lo evidente: han fracasado y deben dimitir.
Si volviéramos a las urnas, probablemente sólo aquellas fuerzas políticas que se han mantenido alejadas de esta guerra serían recompensadas. En la práctica, casi nadie. El abstencionismo seguirá creciendo, porque cada vez más ciudadanos han dejado de creer las mentiras de una clase dirigente incapaz siquiera de preservar las ruinas de lo que queda del país.
Como afirmó Carl Schmitt, en tiempos de cambio en el equilibrio geopolítico del poder, la política internacional es política al pie de la letra. Cualquiera que cometa errores tan graves en política exterior, fracasando en todos los ámbitos y saliendo derrotado de un conflicto, debería reconocer su derrota y marcharse por voluntad propia o, en su defecto, ser expulsado.
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Traducción: Carlos X. Blanco