La vida a partir de los 80

Nacemos en una sala de espera citados por la muerte. En ella, mientras tanto, pasan todos los momentos de nuestra vida. Quienes esperamos en la sala más de la cuenta, vivimos ya con un pie en esta vida y el otro pie en la otra. Pero estamos más en la otra que en ésta. Pues poco a poco o rápidamente se va despertando en nosotros una creciente indiferencia hacia las cosas de este mundo, dado que aparte las convulsiones del planeta, toda clase de catástrofes naturales, las de esta sociedad, de cualquier sociedad, son siempre variantes sobre lo mismo, efectos de los rasgos despreciables de la condición humana. Siempre el egoísmo superlativo, la prepotencia, la ambición, la crueldad, los excesos funestos, las debilidades de carácter… Todo, apenas dulcificado por la noticia resonante de comportamientos aislados individuales o camuflados, de abnegación, de sacrifico personal, de nobleza…; reales, o a menudo enmascarados por un falseado altruismo de personajes y de organizaciones sociales que compensen públicamente tantos estridentes casos de los rasgos odiosos y funestos de la humana condición. A continuación, la indiferencia va siendo reemplazada por ese interrogante instintivo sobre la otra vida, la que nos espera, "¿que habrá después?", que nunca o muy de tarde en tarde nos hacíamos antes…

En todo caso, a quienes hemos pasado de los ochenta, en medio de la indiferencia y de esa curiosidad imposible de ser satisfecha, también nos vienen a la cabeza ideas no confusas pero sí difusas; ideas en cualquier caso incomprendidas en los términos de la vida mental y psicológica usual de otras edades, a no ser por un esfuerzo intelectual que nunca podrá ser además psicosomático, como lo es en este último tramo de la vida. Ideas como esta de que pasamos la vida en una sala de espera o como ese "todo es para nada", al decir de Cioran a sus 84. Antes, todo, el trabajo, la riqueza, el sexo, el poder, el éxito, la fama, la notoriedad… son recursos mentales inconscientes que bloquean la idea de la espera y gracias a ello se nos permite una vida feliz o simplemente desenvuelta…

En efecto, vale la metáfora. Vivir es como permanecer, solo, en una sala de espera vacía donde algún día seremos recibidos. Y mientras tanto hay allí una serie de señuelos que nos aturden o nos enajenan. Los llamamos sexo, ambición, poder, riqueza, éxito, fama, notoriedad… que, a menos que gocemos de una salud excepcional a estas edades avanzadas, han dejado de interesarnos, pues son impulsos que han perdido la potencia y la fuerza del magnetismo que tuvieron y alentaron el vivir. A partir más o menos después de los 80, salvo, naturalmente, tantas excepciones, pensamos que vivir uno, dos o tres años… más, es un espacio de tiempo ahora irrelevante; pensamos, que apegarse inútilmente a la vida es un impulso propio de espíritus primarios, vulgares, que no obedece al instinto de conservación, sino al instinto zoológico de supervivencia. Pues en mentes evolucionadas, tan corto espacio de tiempo comparado con lo ya vivido, es ya como una propina para quien ha estado muy bien pagado. Que, por consiguiente, si no estamos condicionados moralmente por terceros, carece de sentido someternos a los dictados implacables de la Medicina para vivir un poco más.

Pues pronto, ninguna alteración fisiológica u orgánica, imperceptibles a otras edades, nos pasará desapercibida. Cualquier dolor por mínimo que sea, cualquier arritmia, cualquier espasmo muscular, cualquier fluctuación en la circulación sanguínea, cualquier palpitación pasajera… nos podrán en guardia. Son una señal del cuerpo que empieza a debilitarse y a resentirse. No hacer caso supone un esfuerzo que no será duradero. Y nuestra reacción maquinal o aconsejada por quienes te rodean y por la propia sociedad, será buscar remedio en la Medicina. Lo que personalmente no he hecho a lo largo de mi vida, salvo cuando la disfunción estaba muy clara. Para eso sí tuve mucha paciencia. La Medicina preventiva me parece aún menos aconsejable, pues puede desencadenar procesos que no sobrevendrían si no fuese clarísima su necesidad. Solamente las vacunas experimentadas durante mucho tiempo pueden estar justificadas...

Intervenciones quirúrgicas que restablecen un estado de salud casi próximo a la plenitud suspendida, valen la pena. Pero la prórroga de la vida con el auxilio de la Medicina, salvo en puntuales y cortos tratamientos, son sólo, otra forma de tener distraída a la persona. Ir de acá para allá, hacerse revisiones y pruebas es lo habitual. Porque hay que probar medicamentos, desechar algunos, elegir otro, cumplir los protocolos… Y si hay alguno ciertamente eficaz, lo será a costa de la disfunción de otros órganos que, a la larga o a la corta, empezarán a acusar los efectos adversos del medicamento base prescrito. Y seguramente luego habrá que servirse de otro fármaco que neutralice esos efectos. Y así sucesivamente…

¿Es esto propiamente vivir? Y es entonces cuando se piensa que teniendo como tenemos un día señalado, un destino, que para cristianos y musulmanes el fin de nuestra vida es voluntad de Dios, y para otros la Naturaleza, lo sabio es no recurrir a la Medicina medicamentosa, salvo a los opiáceos que "controla". Pues a partir del momento en que dependemos de la Medicina tal como está concebida en Occidente y se practica, la vida del anciano ya está condenada a prestar toda su atención a pruebas clínicas, consultas, procesos y preocupación, cada vez más acentuados y frecuentes, por efecto del "progreso" clínico y bioquímico, a su vez cada vez más sofisticado. Podemos decir entonces, que el papel de la Medicina en general, lo que nos permite es morir poco a poco. Cuestión a resolver de una manera muy personal cuando la presión de familiares no lo impide.

Pero, naturalmente todo esto pasa por el tamiz mental de cada cual. Desde luego a través del mío, la conclusión es que no vale la pena una prórroga, a menos que se tengan razones muy poderosas o un solo poderoso estímulo, para seguir viviendo. En mi caso sólo es el vivo deseo de mi esposa de, 81 años, a la que amo, de que no la deje sola…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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